Cartago, Qart Hadasht, significa ciudad nueva. Hasta su enfrentamiento con Roma, concretado en las guerras púnicas, fue la mayor potencia del Mediterráneo occidental. Fundada por los fenicios en el año 814 a. C., en el siglo III a. C. contaba casi 400. 000 habitantes, y era un activo centro de intercambios comerciales. El interés principal de los fenicios lo constituían los metales, y para dar con ellos estaban dispuestos a emprender viajes a países muy lejanos. Los fenicios de Cartago (o púnicos) buscaban estaño, y la tradición pretende que osaron traspasar las míticas columnas de Hércules, que tanta curiosidad y terror despertaban en los griegos, para navegar hasta Gran Bretaña e Irlanda.
Las monedas de Cartago
La necesidad de afrontar largas y problemáticas travesías convirtió a los cartagineses en los marineros más expertos del Mediterráneo. Mantenían relaciones con todo el mundo: cambiaban vinos y tejidos de lujo por las materias primas que traían de sus largos viajes por mar. Controlaban el comercio de metales preciosos, y ponían su flota a disposición de mercaderes gnegos y egipcios. Sus puntos de fondeo y centros comerciales se repartían por todo el Mediterráneo: territorios de África del Norte, Cerdeña y Córcega, las costas meridionales de España y Sicilia occidental, con ciudades como Cartagena, centro militar en la Península Ibérica, estaban bajo el control y la hegemonía de los cartagineses. Pero los púnicos no se limitaron, como hicieran sus antepasados, a escoger buenos puertos que sirvieran como puntos de apoyo y aprovisionamiento: explotaron el territorio circundante, por lo que sus factorías desarrollaron también una floreciente agricultura y una próspera artesanía cuyos productos eran destinados a su vez al comercio. Los cartagineses aún solían intercambiar sus mercancías mediante trueque, cuando ya hacía tiempo que todos los pueblos civilizados habían adoptado la moneda. Las primeras monedas cartaginesas, dióbolos de plata, se remontan al comienzo del siglo IV a. C. . y probablemente fueron acuñados en las cecas de Sicilia, una región que desde hacía tiempo estaba acostumbrada a crear y utilizar monedas ellísimas. Y también son bellísimas, en efecto, las monedas de Cartago, que, evidentemente, contrató a grabadores muy competentes y refinados. Las primeras emisiones presentan una iconografía semejante a la de las monedas de Siracusa, muy conocidas y apreciadas, y por tanto podían ser bien aceptadas en los países que ahora eran incapaces de prescindir del uso de la moneda, Se ha acostumbrado atribuir a Cartago las monedas acuñadas en realidad en Sicilia (Palermo, Solunto, Erice, Mozia): en efecto, sólo a finales del siglo IV a. C. la ciudad púnica instftuyó una ceca propia, a la que reservó la acuñación de monedas de oro, mientras que en los talleres de las colonias se producían monedas de plata, bronce y electrón, una aleación de oro y plata muy utilizada en las monedas cartaginesas.
De Aretusa a Tanit
Las monedas acuñadas en Cartago presentan una iconografía más original: en el anverso se encuentra la cabeza de la diosa Tanit, la divinidad indígena equivalente a Aretusa. En el reverso aparecen con frecuencia el caballo, símbolo de Cartago, o el león, que representa África. Muy a menudo se halla la palma, sola o acompañada de otros símbolos, a su vez expresión de potencia y fertilidad. La imagen de la diosa merece cierto interés: es verdad que el modelo de la bellísima Aretusa siciliana se mantiene presente, pero sin duda en las piezas cartaginesas la figura aparece diversificada y enriquecida por bellísimas joyas, y caracteñzada por una meticulosidad en el grabado en verdad extraordinaria para un pueblo tradicionalmente dedicado a los más prosaicos intercambios comerciales. También las figuras de los caballos, bravos y vigorosos, se representan con un detalle plástico y de movimiento que fascina y sorprende, sobre todo si se piensa que estas producciones monetales debieron servir, en realidad, para pagar las prestaciones militares de los mercenarios. Muy pronto la producción de los diversos tipos de monedas se tornó muy consistente, sobre todo en Sicilia: didracmas, tetradracmas y decadracmas comenzaron a circular junto con hemiiiirón, trías, hexas y onzas de bronce, propios del sistema monetario cartaginés.
Las monedas de Aksum
Encajado en el complejo panorama histórico de África oriental, se encuentra el floreciente reino de Aksum. Creado durante el siglo I a. C. por una población de origen yemení que logró imponerse a la indígena, estos recién llegados, los habasat (abisinios) fundaron en la altiplanicie del actual Tigré la ciudad de Aksum. Sus actividades consistían en el cultivo de la cebada y en el comercio del marfil, incentivado por el puerto de Adulis, que se abría sobre el mar Rojo (junto a la actual ciudad de Massaua), y que permitía una buena actividad comercial. Este pequeño pero próspero reino parece que se inmiscuyó en el control del Próximo Oriente y de Arabia meridional por potencias mucho mayores. Así, Roma, Bizancio y la Persia sasánida procuraron contrarrestar la relevante posición que Aksum había adquirido en los mercados locales, y que lo había convertido en un competidor incómodo. La monarquía que gobernaba a los aksumitas era más bien fuerte, y el soberano llevaba el título de nagasi, que significa el que exige tributo (término del que derivará la palabra negus), lo que revela una estructura social en ciertos aspectos todavía arcaica. Con el reino aksumita acabaron las tropas del islam, que sometieron este pueblo hacia el siglo VII, haciéndole perder toda relevancia en el campo económico y en el de las relaciones comerciales. La moneda autóctono de Aksum se inició hacia el siglo III d. C. Precisamente gracias al estudio de la producción numismática local, se sabe que hacia el siglo IV se adoptó el cristianismo como religión oficial, primero por los soberanos y luego por el pueblo. En las monedas, en efecto, los símbolos paganos de la media luna y de la estrella se sustituyen por la cruz cristiana. Las monedas aksumitas presentan características muy originales, a menudo fruto de una operación de ensamblaje de aspectos heterogéneos, recuperados de usos monetales de otras regiones y adoptados mediante fusión con los usos locales.
La incrustación: un caso único entre las monedas
Hay un aspecto, sin embargo, que hace interesantes y únicas las monedas aksumitas: diversos soberanos, al menos una docena según los hallazgos efectuados en las excavaciones en territorio etíope, mandaron acuñar monedas de plata y bronce con el añadido de incrustaciones de oro en la parte central, generalmente en forma de cruz cristiana o con la efigie del soberano. En estas monedas no puede hablarse de retratos, porque la figura humana se representa con rasgos muy estilizados: el rostro es inexpresivo, el ojo está visto de frente, sin tener en cuenta naturalismo ni verismo alguno en el tratamiento de una cabeza puesta de perfil (esta característica es típica del arte egipcio, y asimismo del retrato de Palas en las monedas de Atenas, y se encuentra también en el arte bizantino). El único elemento que experimenta modificaciones y cambios en estas monedas es el tocado del soberano, el cual aparece a veces coronado con una rica diadema, y en ocasiones con la cabeza envuelta en la venda real, que oculta el cabello, según la usanza local. Estas bellísimas incrustaciones se lograban con técnicas muy complicadas y difíciles de ejecutar, según un arte muy refinado, puesto que incluso en las monedas más deterioradas podemos distinguir el cincel. A grandes rasgos, fueron dos los sistemas de producción de estas monedas tan originales: uno, usado hasta el siglo IV aproximadamente, consistía en superponer al cuño una lámina de oro con la forma y dimensiones deseadas. Cuando se efectuaba la acuñación, esa delgada parte quedaba adherida a la moneda. El segundo sistema, cronológicamente posterior, consistía en preparar mediante un hueco la zona que se iba a dorar. Después el oro, mediante sistemas adecuados, quedaba fijado en esa oquedad.
¿Por qué tanta complejidad?
Muchos se han preguntado por qué esta producción era tan complicada y original. Hay quien ha pensado en un sistema para compensar en cierto modo una variación de valor en el numerario de plata, debida a una notable disminución de cantidad de metal precioso en la aleación. Pero las láminas de oro adheridas eran extremadamente delgadas, y por tanto resultaba difícil que pudieran adaptarse a la disminución del valor. Otros sostienen que estas monedas se utilizaban en el interior del reino para diferenciarlas claramente de las otras divisas que circulaban como consecuencia de las actividades comerciales. Pero esto presupondría la existencia de una economía de mercado interior muy desarrollada, característica que no nos consta respecto al reino aksumita. La hipótesis más verosímil es que estas monedas tuvieran una finalidad propagandística, conmemorativa si no simbólica, dado que a menudo aparecen las figuras de los soberanos y la cruz religiosa. También la cantidad de láminas de oro usadas por uno u otro soberano, en ocasiones muy distinta, vendría a confirmar el carácter simbólico; un homenaje formal a la monarquía aksumita, de la que se proponía celebrar el aspecto semisagrado, haciendo coexistir en las monedas, en un sincretismo del mayor interés, el aspecto propiamente sacro y las tradiciones políticas locales. Las monedas de Aksum siguen siendo un fascinante ámbito de investigación, inexplorado en muchos de sus aspectos.
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