Los años centrales del siglo xix fueron para Estados Unidos un período de gran desarrollo económico. El empuje definitivo provino de la construcción de líneas férreas que cubkan largas distancias, y que aseguraron rápidas comunicaciones entre los estados de la federación. Pero la recién conquistada prosperidad agudizaba las profundas diferencias económicas y sociales entre los estados septentrionales y los del Sur. Los gobiernos del Norte industrial se mostraban decididos partidarios del proteccionismo y del mantenimiento de aranceles, con el fin de promover el desarrollo, mientras que los estados agrarios del Sur presionaban en favor del libre cambio, con objeto de favorecer sus exportaciones. La ruptura definitiva entre ambas partes la provocó el proyecto de abolir la esclavitud, promovido por los estados del Norte y rechazado por los del Sur, que basaban en el trabajo esclavo el cultivo del algodón y del tabaco, actividades de vital importancia para su economía. Tras la elección como presidente de Abraham Lincoin, republicano y antiesclavista, acaecida en 1860, los once estados del Sur se separaron, formando los Estados Confederados de América, con capital en Richmond. El conflicto, ya larvado, estalló el 12 de abril de 1861 con el ataque del ejército confederado a Fort Sumter, en Carolina del Sur, que estaba en manos de los federales.
Los billetes verdes
La guerra civil puso inmediatamente de manifiesto la urgencia de una masiva financiación de las empresas bélicas. El Norte, convencido de que el Sur no resistiría mucho tiempo, pensó poder resistir con préstamos y, eventualmente, con un aumento limitado de la fiscalidad. Como ocurre casi siempre, la guerra de Secesión desencadenó una carrera hacia la tesaurización de bienes , seguros, en particular de metales preciosos, por lo que en breve tiempo el oro desapareció de la circulación. Para suplir su falta, el Congreso ordenó emitir 150 millones de dólares en forma de nuevos billetes llamados green backs, por el color verde de su reverso, Los valores eran de 5, 10, 20, 50, 1 00, 500 y 1. 000 dólares; no daban intereses y podían ser reembolsados al cabo de cierto tiempo, o bien convertidos en obligaciones estatales al 6 % de interés. En 1863, la convertibilidad de los green backs fue revocada a propuesta del secretario del Tesoro, Salmon Portiand Chase, uno de los protagonistas de las vicisitudes financieras de la guerra civil (su retrato aparece en los 10. 000 dólares de 1934, todavía en curso, aunque raramente utilizados como medio de pago). Aquella no fue una decisión feliz, y el propio Chase, en vista de la gradual depreciación de los green backs con relación al oro, que era objeto de tráfico en el mercado negro, hubo de adoptar una serie de medidas con las cuales, al prohibir las transacciones en metal amarillo y en divisa extranjera, de hecho instauraba el curso forzoso de los green backs. Ni siquiera estas drásticas decisiones tuvieron los efectos esperados, pues el público las interpretó como una confirmación oficial de su propia desconfianza hacia los nuevos billetes. Junto a los green backs, llamados también legal tender notes, o sea billetes de curso legal, circulaban demand notes, billetes de 5, 1 0 y 20 dólares emitidos por iniciativa de Chase, y que podían cambiarse por oro si así se solicitaba. Llevaban en el anverso una letra que indicaba en qué filiales del Tesoro de Estados Unidos podía efectuarse dicho cambio: , a significaba pagadero en Nueva York, , b en Filadelfia, c en Boston, d en Cincinnati y e en Saint Louis. No habían transcurrido doce meses desde el comienzo de las hostilidades, y el oro ya se había vuelto muy escaso: la Tesorería no pudo reembolsar las demand notes, por lo que en mayo de 1862 fueron retiradas. Quedaban los green backs, que resultaban del todo insuficientes para las exigencias de la economía. En febrero de 1863, por iniciativa de Chase, el Congreso aprobó la National Bank Act. Esta ley favorecía el nacimiento en los diversos estados de bancos autorizados a emitir billetes: bastaban cinco socios y un capital de 50. 000 dólares, del cual sólo era preciso desembolsar la mitad. La ley tuvo un éxito discreto: los bancos nacionales de los distintos estados comenzaron a emitir billetes, llamados regionales, que ayudaron a las finanzas estatales pero crearon problemas imprevistos. Estos billetes, que en seguida se convirtieron en una parte esencial del circulante, no se aceptaban en todos los estados, que a menudo los consideraban divisa extranjera, Además, la emisión de billetes regionales dejaba sin resolver el problema de la depreciación de los green backs, en cualquier caso considerados como la principal moneda de la Unión. No pasó mucho tiempo sin que se pusiera de manifiesto la necesidad de emitir una moneda unitaria nacional, en sustitución de la local. Ésta se había visto afectada por la introducción del llamado , impuesto de muerte, que había de pagar cada banco y que alcanzaba el 1 0 % de sus emisiones. No sorprende que esta medida provocara en breve tiempo el fin del papel moneda regional. También perseguía establecer una neta distinción entre los bancos comerciales y los de emisión. Sólo el Congreso debía tener poder de emisión y de control de la moneda.
Moneda fraccionaria y sellos
La depreciación del dólar de papel había causado también la escasez de monedas fraccionarias de plata, necesarias para las transacciones pequeñas, y que se exportaban al Canadá y a los países de América latina. En estos lugares, dada la falta de circulante metálico de bajo valor, las monedas de plata de Estados Unidos eran aceptadas de buen grado a cambio de monedas de oro, las cuales eran cambiadas a su vez legalmente en la Bolsa de Nueva York o en el mercado negro. Los remedios para superar la ausencia de este tipo de circulante fueron muy ingeniosos. No obstante las prohibiciones, en algunos territorios se sustituyó por moneda
Las monedas sudistas
En los territorios confederados la situación era peor. Los estados carecían de moneda metálica propia, pero proliferaban los billetes de bancos locales. Estas emisiones eran ¡limitadas, y en poco tiempo la elevada masa circulante dio lugar a una grave inflación. Por lo demás, conviene tener en cuenta que las autoridades confederadas no tenían muchas otras posibilidades de financiar los gastos de guerra, cada vez mayores, ya que los ingresos por aranceles eran prácticamente nulos a causa del bloqueo a las exportaciones impuesto por el Norte, y el sistema fiscal resultaba insuficiente. Gran parte de los billetes no eran de buena factura, y los falsos abundaban. Los green back@ del Norte, introducidos de contrabando, contri~ buían a la confusión, pues se aceptaban ¡legalmente en los territorios de la Confederación. Con el tiempo, el mismo gobierno sudista hubo de decretar la legalidad de su circulación. En los últimos años de la guerra, muchos soldados imponían, como condición para permanecer fieles al ejército sudista, recibir la paga en billetes nordistas. Los billetes confederados, llamados warrants, on war bonds y, más genéricamente, notes, eran convertibles en mercancías. ¿Cuáles? Eso era un misterio. Algunos billetes incluían como cláusula de su validez para la conve sión la firma de la paz. Resulta evident pues, que reinaba una verdadera anarquí monetaria. Los temas de los billetes sudista son predominantemente militares. A vece aparecen personajes de la mitología grieg en el billete de 5 dólares de 1863 impreso e Florida, figura la diosa Moneda. En 186 concluida la guerra, los billetes que circulaba en la Confederación fueron desposeídos de su valor.
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