1

Las primeras falsificaciones romanas

Un fenómeno muy frecuente en las monedas romanas de la República y de las primeras décadas del Imperio es el de las piezas llamadas forradas, esto es, con el interior generalmente de cobre o plomo. Se trata de acusaciones que presentan un ánima de metal vil, recubierto por una delgada película de plata: a primera vista la moneda parece de metal precioso, pero su valor intrínseco es netamente inferior. No obstante, aunque existen piezas de este tipo muy toscas, a todas luces obra de falsarios, en su inmensa mayoría presentan un notable cuidado en la fabricación y requieren precisión técnica. Ello induce a pensar en emisiones del Estado, puestas en circulación en momentos de necesidad.

¿Complicidad del estado?

Plinio el Joven recoge en sus Epistulae que en el año 91 a. C., M. Livio Druso hizo fijar al Senado las condiciones de la circulación de los subaerati (denarios forrados) en la proporción de un denario con aleación de cobre por cada siete de buena plata. Al contrario de lo que sostiene Plinio, los estudios más recientes sobre el tema concluyen que no se puede afirmar que el Estado autorizara por ley la emisión de monedas de plata forradas. Seguramente recurría a este procedimiento porque permitía cuantiosos beneficios (o ahorro): la técnica en cuestión precisaba de una mano de obra experta, que en cualquier caso en Roma corría a cargo de esclavos, y por tanto resultaba decididamente económica. Los metales que constituía el ánima de estas monedas podían ser de cobre, plomo o hierro, entonces muy baratos. En cambio, en aquellos tiempos la plata tenía un coste elevadísimo, alrededor del triple que en nuestros días, de modo que resultaba notable la ventaja económica de utilizarla en proporción reducida. Ciertamente, que fuera el propio Estado el encargado de emitir monedas adulteradas (con carácter oficial o no, eso tiene escasa importancia) constituye un fenómeno de gran relevancia e interés económico y jurídico, que anticipa en cierto sentido la moneda fiduciaria, la cual toma su valor más de un símbolo, el sello gubernativo, que de su valor intrínseco. Las monedas forradas no fueron, sin embargo, un invento del ingenio romano, cuyo gran sentido práctico hemos subrayado y puesto de manifiesto en varias ocasiones, sino que también circularon, aunque esporádicamente, en el mundo griego, por lo general muy atento a la pureza del metal. Herodoto (Historias, III, 56) narra, en efecto, que Polícrates, en el año 540 a. C. señor de Samos, una rica isla de Asia Menor asediada por los espadanos, obtuvo la retirada de éstos entregándoles monedas de plomo revestidas de oro. En realidad, se trató de un fraude puro y simple, puesto que los sitiadores creyeron haber recibido monedas auténticas a todos los efectos. También en el mundo helenístico, tan confuso e incierto desde el punto de vista político y jurídico, abundan los ejemplos de monedas forradas (recordemos las emisiones de nuevo estilo en Atenas en la época de los magistrados Polemón y Alcetes). Pero no cabe duda de que fueron los romanos los máximos productores de esas monedas. En circunstancias de particular dificultad o incertidumbre, el Estado recurrió a la emisión de monedas con el metal alterado. Así, en el año 217 a. C., año de la batalla de Trasimeno, ganada por Aníbal durante la segunda guerra púnica. Augusto se servía de dichas monedas para sus intercambios con los pueblos de la India. También se emitieron en el año 69, en que se sucedieron dramáticamente no menos de cuatro emperadores. Por su parte, Cómodo (años 180-192) fue el último que avaló la emisión de denarios forrados. Con Septimio Severo (años 193-211), ya no tuvieron razón de ser, pues una gravísima crisis económica obligó a modificar definitivamente la ley de la plata, cuya cantidad efectiva en los denarios y sus múltiples (antonianos) era sólo del 50 %. La acuñación de monedas de oro fue esporádica durante la República; de ahí que el fenómeno de los forrados de ese metal sólo se dé en el Imperio, período en el cual estaban difundidos los áureos y los sólidos. En realidad, muchos especialistas ponen en duda que existan forrados de oro salidos de las cecas oficiales, y tienden a considerar estas monedas como falsas a todos los efectos.

¿Cómo se obtiene una moneda forrada?

La fabricación de una moneda forrada presuponía una capacidad técnica que sólo poseían artesanos expertos. En Roma, donde estas monedas tuvieron la mayor difusión, el procedimiento de producción consistía, ante todo, en preparar un redondel de metal VII, del peso y diámetro requeridos, pues la forrada no debía presentar diferencia alguna con la original. Aparte el cobre, ningún otro material admite la fase siguiente del proceso. Al redondel bien pulido se le superponía a mano una lámina de plata, esmerándose por adherirla perfectamente: el disco así obtenido se llevaba a la temperatura de fusión de la plata, 960 grados. A esta temperatura, también el cobre, cuyo punto de fusión es de 1. 080 grados, comenzaba a fundirse, lo que permitía una perfecta adherencia del metal noble al vil, Otros metales, como el hierro, el plomo o el estaño, no admitirían esta operación, porque funden a temperaturas más elevadas (1. 535 grados el hierro) o mucho más bajaas (3 grados el plomo 231 el estaño), por lo que se limitaban a bañarlos en plata u oro fundido, siendo su acabado más tosco y detestable la falsificación,

¿Por qué monedas dentadas?

Además de la técnica de las monedas forradas, existe otra muy usada durante la República romana: las piezas dentadas (o aseri Éstas presentan un cort dentado que recuerda el sierra. En Roma, con una fr intermitente en la produ monedas aserradas aparecen a partir de un denario autónomo caracterizado por la iconografía de la rueda en las más arcaicas, y terminan definitivamente hacia el año 50 a. C. Nadie, todavía, ha conseguido explicar razonablemente el motivo de la extraña característica de estas monedas. Se ha querido ver en los pequeños cortes del borde un sistema para remediar un exceso de peso en algunos casos, Pero al advertirse que el monetario que adoptaba este sistema lo utilizaba para su entera producción de denarios, parece improbable que todas las monedas de un mismo funcionario presentaran exceso de peso. Otros especialistas han aventurado la hipótesis de que se adoptara el dentado con el fin de hacer desistir del esquileo de las monedas (un sistema fraudulento que consistía en recortar el borde a fin de reutilizar el metal precioso). Pero también esta explicación resultó poco creíble debido a algunas consideraciones: ante todo, se ha comprobado que se dentaban incluso monedas de bronce, metal de cuyo esquileo no se obtiene ventaja alguna; y además esta práctica, auténtica plaga en época medieval, no estaba muy difundida en la antigüedad. En efecto, quien mutilaba las monedas, además de cometer un acto ilícito incurría en sacrilegio, pues en ellas aparecía a menudo la figura de una divinidad. Según una hipótesis posterior, la moneda habría sido dentada para demostrar que no era forrada, motivación plausible, pero que no explica la existencia de denarios al mismo tiempo dentados y forrados. Hay quien, basándose en un pasaje de Tácito, considera que el dentado hacía más aceptables las monedas para los pueblos bárbaros, con los que se mantenían relaciones comerciales. Nada autoriza, sin embargo, a otorgar especial crédito a esta interpretación. La práctica que nos ocupa también podría considerarse como un modo de distinguirse, adoptado por algunos monetarios, o como algo relacionado con el mundo religioso, o incluso como una oscura alusión a cultos celestes. Las hipótesis pueden ser de lo más variado y extravagante, pero ninguna llega a aclarar este curioso borde en forma de sierra, pero de lo que no hay duda es que obstaculiza las falsificaciones.




La historia romana a través del denario

La moneda típica de la República romana era el denario de plata. El p so correspondía originalmente a 1/72 de libra romana, esto es, 4, 55 g. Más adelante, y en virtud de la lex Flaminia (año 217 a. C.), se basó en 1/84 de libra, equivalente a 3, 90 g. Las emisiones comprendían los denarios y sus fracciones: el quinario, igual a medio denario; el sestercio, esto es, 1/4 de denario o medio quinario, El valor aparecía en tres nominales: el denario se caracterizaba por el signo X ( = 10 ases; en el año 217 a. C. su valor se equiparó a 16 ases), el quinario por el signo V ( = 5 ases) y el sestercio por las letras IIS = 2, 5 ases).

Una datación controvertida

No hay acuerdo sobre la fecha de la introducción del denario en la sociedad romana: la tradición, basándose en las noticias de Tito Livio (Periochae, XV) y de Plinio el Viejo (Naturalis historia, 3, 42), fijaba la adopción del denario de plata en el año 268 a. C. (la decisión del Senado de instituir esta nueva moneda se remontaría al año 269 a. C.). La escuela italiana (Cesano, Breglia, Panvini Rosati, Stazio, Uirich Bansa) está sustancialmente convencida de la validez de esa fecha, pues se halla próxima a un momento que marca un episodio de gran importancia histórica y política en el mundo romano: Roma se midió por vez primera con una potencia internacional (guerra contra Pirro, finalizada en el año 275 a. C.) y venció. La Magna Grecia pasó a formar parte de su esfera hegemónico, y Roma se proyectaba ahora en el Mediterráneo. El comercio exigía una divisa que fuese la expresión clara de esta nueva potencia emergente. En 1932, e fecha fue impugnada por dos eruditos ingleses (H. Mattingiy y E. Robinson), quienes sostuvieron que las monedas de plata citadas por la tes eran las romana Campania. 0 sea que ade taban la introducción del c nario al año 187 a. C. Ha( pocos años, sin embarg un hallazgo arqueológico restó crédito a esta hipótesis: en Sicilia, en el lugar de la antigua Morgantina, en el santuario dedicado a Deméter y a Core, se encontró un recipiente que contenía, entre otros, cenarios, quinarios, sestercios y victoriatos, con una iconografía propia del primer período de su emisión. Como, se puede fechar destrucción de ese santuario a fi les del siglo III a. C., durante la segunda guerra púnica, parece imposible sostener que el denario apareciera mucho después. Se ha formado así una corriente de compromiso, que propone una fecha intermedia: el año 217 a. C. La producción del cenario, desde el momento de su introducción, fue constante, mientras que el quinario y el sestercio tuvieron una producción mucho más irregular y reducida. El denario y el quinario siguieron circulando los dos primeros siglos del Imperio, en tanto el sestercio, fabricado en bronce y en oricalco (aleación de cobre y cinc, muy parecida al latón), se utilizó hasta los tiempos de Constantino el Grande (primeras décadas del siglo IV d. C.).

Divinidades humanizadas

Los tipos del denario experimentaron notables variaciones con el tiempo, y resulta en extremo interesante el análisis de estos cambios y de sus motivos. Se acepta generalmente que el primer denario romano fue el llamado denario anónimo: esta moneda presenta en el anverso la efigie de Roma vuelta hacia la derecha, con casco crestado y, detrás de la nuca, el signo del valor (X); en el reverso aparecen los Dioscuros, sobre cuya cabeza hay una estrella; y en el exergo, la inscripción ROMA. Es interesante señalar que este estilo está alejado de la solemne belleza griega, tan armoniosa y elegante. Consideremos la escena del reverso: el tema del caballo también había sido uno de los preferidos de las monedas griegas, pero la diferencia con que uno y otro mundo tratan el mismo tema resulta significativa. Los caballos representados en los denarios son auténticos corceles lanzados al galope, y los Dioscuros se asemejan más a hombres que a divinidades. Poco después de la introducción del denario anónimo, se experimentó la exigencia de evocar, mediante un símbolo, la figura del único magistrado del que dependía la emisión. De este modo, la persona en cuestión podía ser claramente identificada en cualquier momento, como responsable de eventuales abusos cometidos durante su gestión. Estos símbolos, entre los que recordamos el ancla, el perro, la lechuza, el cuchillo, el creciente lunar, la proa, la punta de lanza, el rarnn de laurel, el cerdo o el escudo (en total conocemos una treintena), se disponían en el reverso de la moneda y, como cabe imaginar, remitían a las tres actividades fundamentales del ciudadano romano: la agricultura, la guerra y el comercio. Aun no estando siempre y estrechamente ligados a la figura del magistrado monetario, los símbolos permitían en cualquier caso la identificación. Esta simbología, acaso ‘ por ser demasiado complicada, no tardó en abandonarse (finales del siglo III a. C.) para dejar paso a una innovación figurativa: la iconografía de los Dioscuros se sustituyó por la representación de Diana (o la Victoria) sobre una biga. También en este caso se evidencia la mentalidad romana, muy práctica, alejada de idealizaciones estéticas y dispuesta a ver en la divinidad una figura humana y no espíritu y belleza puros, Otra característica innovadora la constituyó la introducción de elementos epigráficos como las letras iniciales del nombre del monetario. En este punto, el Estado alcanzó su propósito de dejar constancia inequívoca del nombre de los funcionarios responsables, y ello permitiría pensar que el proceso formal quedaba concluido en este punto. Sin embargo, se produjo un hecho interesante y curioso, aunque comprensible en el seno de una sociedad que siempre privilegió el grupo frente al individuo: una vez experimentados el gran favor y el privilegio que representaba para el monetario y su familia la declaración explícita dE su cargo, la persona descubría i valor de su propia individualidad y trataba de exaltarla aún más. Así, en el anverso, detrás de la cabeza de la diga Roma, comenzaron a aparecer los nombres completos (Atiiius Saranus, Sempronius Pito, Marcus Libo, por recordar sólo algunos de los primeros nombres aparecidos). Las innovaciones, por lo demás, hacían referencia a los orígenes de la familia y guardaban también relación con la iconografía del reverso: así, el tan repetido tipo de la biga vuelve con Júpiter como auriga (Papirius Carbo), con Hércules guiando unos centauros (Aureiius Cota) o con Juno en una calesa tirada por machos cabríos (Caius Renius que, originario de Lanuvio, remite al culto de Juno Caprotina, la diosa venerada en esa ciudad). En un momento dado, se modificó incluso la iconografía del anverso: Cneo Gelio propuso en el año 125 a. C. una nueva cabeza de Roma, coronada de laurel, y Terencio Lucano inauguró una cabecita coronada por la Victoria. Pocos años después (principio del siglo I se desarrolló un proceso de celeción personal: los magistrados onetarios ambicionaban dar a conocer sus propios méritos y contaban episodios contemporáneos, con lo que construyeron una galería histórica de gran interés. Naturalmente, la complejidad narrativa y la pluralidad de los personajes sugieren unas selecciones compositivas a menudo muy esquemáticas, y a veces resultan emasiado , llenas para el diámetro una moneda, pero el resultado es casi siempre fascinante y del mayor intes. El Estado no intervino ante estas continuas variaciones; lo importante era que la ley del metal y el peso se respetaran. En los denarios encontramos de todo: personajes de la tradición mitológico (Numa Pompilio, Tarpeya), de la vida política romana (Escipión el Africano) y personajes históricos de otros países con los que los romanos habían entrado en contacto, acontecimientos históricos, monumentos y escenas de la vida corriente, como duelos o sacrificios. Con César, el Senado autorizó una gran innovación: en las monedas aparece el retrato de un personaje vivo. Entre las monedas de plata, estaba también el victoriato, de 3, 41 g de peso. Destinada a los intercambios con países extranjeros, esta moneda presenta en el anverso la cabeza laureada de Júpiter, y en el reverso, la Victoria en pie, coronando un triunfo. La acuñación del victoriato no duró mucho.




Los asignados de la Revolución francesa

Es sabido que una de las causas principales de la Revolución francesa fue la grave situación de la economía, que, desde hacía tiempo, provocaba un descontento creciente. Desde comienzos del siglo xvili, las finanzas públicas se hallaban en el desorden más completo, entre otras razones porque la presión tributaría se distribuía de una forma inicua: por una parte, a los nobles y al clero se les reconocían privilegios y exenciones sin cuento, mientras que el pueblo y los comerciantes y empresarios se veían cada vez más oprimidos por impuestos y tasas, las más de las veces sin tener la posibilidad de dejar oír su voz en las instituciones políticas. Los autores de la Ilustración, como Vokaire, Diderot y Rousseau difundieron ampliamente los , nuevos ideales de libertad e igualdad. En 1778, Francia se puso al lado de los revolucionarios norteamericanos, no tanto para apoyar los ideales de los rebeldes cuanto para pedudicar los intereses de Inglaterra. Los nuevos gastos de guerra asestaron el golpe de gracia a las finanzas. Además, en 1789 el país acababa de sufrir dos años de cosechas insuficientes, lo que empujó a gran parte de los súbditos hasta los umbrales de la indigencia. Los Estados generales, convocados por el rey Luis XVI aquel año, además de declarar abolida la monarquía absoluta, abriendo paso de hecho a la revolución, no tardaron en afrontar la cuestión financiera. La deuda pública superaba los 4. 000 millones de libras (Iivres). Para tranquilizar a los acreedores, la Asamblea Nacional dedaró pomposamente que aquélla quedaba garantizada por un no bien especificado honor nacional. Pero las hermosas palabras de las proclamas no resolvían la situación; era precisa con urgencia una garantía concreta, y después de un largo debate, la Asamblea aprobó con ese fin una propuesta que preveía la desamortización de los bienes eclesiásticos y su posterior venta en pública subasta. Sin embargo, la puesta en práctica de esta decisión tropezaba en la práctica con graves obstáculos, acentuados por la urgencia provocada por la pésima situación. En primer lugar, era preciso inventariar las enormes posesiones de la Iglesia, diseminadas por todo el reino, confiscarlas, tasarlas y organizar la subasta. Y por lo demás, ¿cuántos se hallaban en condiciones de pagar por ellas? El riesgo de una venta a bajo precio aterrorizaba a los gobernantes.

Los primeros asignados

Se decidió entonces una emisión extraordinaria de asignados, o sea obligaciones estatales que rendían el 5 %, garantizadas por las propiedades eclesiásticas confiscadas y convertidas en , la mala moneda expulsa la buena, en el transcurso de pocos años las monedas de plata y oro casi habían desaparecido porque eran tesaurizadas o exportadas. La carencia de calderilla provocó también una amplia circulación de billetes fiduciarios emitidos por bancos privados, municipios y comerciantes, un fenómeno parecido al que se registró en Italia al final de los años setenta de este siglo, cuando el país se vio invadido por mini-assegni. En la Francia revolucionaria, además de los citados circulaban también muchos asignados falsos, dado que resultaba bastante fácil imitarlos. La joven república aún no estaba en condiciones de reorganizar la producción, y gran parte de los alimentos debía racionarse: quedó claro que la revolución entera dependía de la capacidad de la economía, por lo que se iniciaron grandes enfrentamientos en el seno del gobierno revolucionario, a propósito de las medidas que habían de tomarse. En cualquier caso, Robespierre garantizó el orden público mediante férreas leyes. Trató de frenar la inflación provocada por las enormes emisiones de billetes, imponiendo un precio oficial a los bienes de primera necesidad. La guillotina actuaba contra cualquier sospechoso de ser enemigo de la revolución: éste es el sanguinario período conocido como el Terror. Mientras tanto, el temor de que los principios revolucionarios de libertad e igualdad pudieran propagarse a los demás Estados, indujo a gran parte de los monarcas europeos a coaligarse contra Francia. Para defender las fronteras, Robespierre decretó la movilización general, logrando organizar un enorme ejército al mando del general Carnot, que al cabo consiguió la victoria. Pero Francia estaba cansaaa del largo período de feroz dictadura. A la caída de Robespierre, las fuerzas moderadas trataron de dar un poco de respiro a la población, aboliendo las restricciones en materia económica, pero de ello nació un régimen llamado @de la corrupción. Las emisiones de asignados se reanudaron a ritmo febril, en tanto la garantía representada por los bienes nacionales era ya puramente teórica.

De los asignados a los mandatos

En 1796, en el punto culminante de la inflación, circulaba una masa de 45. 000 millones de asignados que no valían prácticamente nada. Muchos los utilizaban para pagar los impuestos, dado que el emisor no podía rechazarlos, pero en agosto de 1796, un asignado de 1. 000 libras valía en realidad sólo 10 sueldos, exactamente 2. 000 veces menos que su valor nominal, Otros consiguieron adquirir los bienes nacionales confiscados al clero, porque también para estas transacciones el pago en asignados aún se aceptaba oficialmente. Cuando la situación se hizo a todas luces insostenible, el gobierno ya no pudo aceptar su papel moneda por el valor nominal, e intentó sustituirlo por los (18 marzo 1976), una nueva especie de billetes que valían treinta veces más que los asignados, y que por ley todos debían ace rios como pago. La desconfianza de la población determinó su’fracaso total, hasta el punto de que al cabo de un año los mandatos se aceptaban a una centésima parte de su valor nominal. Para el Estado eso significaba la bancarrota, que no desembocó en una catástrofe porque la economía se recuperó lentamente. La experiencia de los asignados no fue tan negativa como algunos sostienen: el error consistió en recurrir con demasiada ligereza a las emisiones, en especial a partir de 1794. En los cinco años anteriores se habían emitido casi 4. 000 millones de Aires en asignados. Las emisiones entre 1793 y 1795 incrementaron la circulación en otros 4. 500 millones de livres que, aun teniendo un valor real correspondiente a sólo el 25 % del nominal, significaron para el erario, gracias a los impuestos y a la venta de los bienes confiscados, ingresos por valor de otros mil millones, una cifra muy elevada. Cabe afirmar, por tanto, que la Revolución francesa fue financiada sobre todo por los asignados. Su pérdida de valor contribuyó a aumentar el descrédito generalizado de la clase dirigente, pero miles de personas lograron adquirir bienes inmuebles, y numerosos banqueros y especuladores se enriquecieron gracias al papel moneda revolucionario.




Roma utiliza los tipos de Campania

En una época casi contemporánea de la del aes grave libral y semilibral (hacia finales del siglo IV a. C.), Roma acuña monedas de plata sirviéndose de las diversas cecas de Campania, una zona donde desde hacía siglos circulaba y se fabricaba moneda de plata. Los motivos de esta elección fueron de carácter práctico: los romanos, que aún utilizaban en su territorio nominal de bronce, se dieron cuenta, con el espíritu de concreción que les caracterizaba, de las manifiestas realidades del mundo de la Italia meridional. Para poder participar en los intercambios comerciales con las ricas ciudades de la Magna Grecia, Roma acuñó en varias cecas de Campania (Nápoles, Cumas y Capua) monedas con pesos y tipos no romanos, sino propios de las regiones meridionales y siciliotas. La serie de plata está basada en el tetradracma, que, con el tiempo, se caracterizó por leyendas y pesos diferentes: tenemos un didracma basado en el pie griego, de 7, 58 g de peso, acompañado de la leyenda ROMANO (que se encuentra a partir del año 320 a. C.), y otra de unos 6, 82 g que presenta la inscripción ROMA, (fines del siglo IV a. C.). Entre una y otra series se halla una tercera de transición que aún lleva la leyenda ROMANO, pero que ya tiene un peso reducido. Las monedas romanas de Campania cuentan asimismo con piezas de bronce: las primeras son algo posteriores al año 326 a. C., y también están caracterizadas por una leyenda en letras griegas o latinas que señala la acuñación como romana. A esta serie meridional pertenecen también monedas de oro rarísimas (en Roma, hasta la época de César, 100/44 a. C., el empleo de ese metal fue esporádico y excepcional). La elección de la iconografía de estas emisiones en plata es sintomático del deseo de integrarse en el circuito comercial griego; en la mayoría de los casos, remiten a la cultura griega o a la cartaginesa influida por modelos helénicos.

¿Por qué Roma imita modelos griegos o púnicos?

La voluntad de integrarse económicamente en el mundo de la Magna Grecia no es el único motivo de estas emisiones; con mucha frecuencia, en la base de las acuñaciones romanas está la necesidad de mantener guarniciones militares, Por lo que se refiere a esta zona geográfica, recordemos que después de la victoriosa tercera guerra samnita (298-290 a. C.), a los romanos se les abrieron las puertas de la Italia meridional, una región muy rica y civilizada, que Roma no tardó en incluir en su designio expansionista. Una antigua hostilidad entre lucanios y tarentinos se reavivó precisamente después de que fuerzas romanas se estacionaran en los confines de este territorio. En el año 282 a. C., los tarentinos, conscientes de las miras que los romanos tenían puestas en ellos, hundieron las naves romanas que se hallaban delante del puerto de la ciudad, con lo que la guerra se hizo inevitable. Es pues comprensible que el mantenimiento de contingentes militares in situ fuera uno de los motivos que impulsaran a la emergente potencia romana a acuñar una moneda adecuada a los usos locales, y que pudiera ser aceptada sin demasiadas dificultades por la población. Conviene subrayar que la moneda romana, sobre todo en esta primera fase, sigue la orientación, ya establecida en política, de una organización que, evitando los cambios violentos y radicales, persigue una adecuación y una absorción de los factores locales, llevando a cabo el fenómeno que los historiadores designan con el nombre de romanización, y que sin duda contribuyó a garantizar la prolongada estabilidad del dominio ejercido por m Roma. La última emisión romana en Campania se fecha casi generalmente hacia el año 289 a. C., y a juzgar por el número de ejemplares llegados a nosotros, tuvo enorme difusión, que probablemente continuó después de la introducción del denario: se trata del cuadrigado, así llamado porque en él aparece una cuadriga, tiro de cuatro caballos en fondo, enganchado a un carro y usado para celebrar triunfos o para disputar carreras, Este tipo de moneda presenta en el reverso la figura de Júpiter, con los símbolos del rayo y el cetro, en una cuadriga al galope guiada por la Victoria. Bajo esta iconografía se encuentra la leyenda ROMA, con letras en hueco o en relieve. El anverso de estas monedas presenta la efigie bifronte de un joven. De estas emisiones, siempre con valor de didracma, se conocen también las dracmas o medios cuadrigados, semejantes al numerario superior, pero con la cuadriga vuelta hacia la izquierda. Probablemente el cuadrigado se creó para los intercambios comerciales con el extranjero, puesto que muchas de estas monedas se han encontrado en España. Contemporáneo del cuadrigado, y muy semejante a él por la iconografía del anverso, es el oro del juramento. La característica de estas monedas, además del metal en que se acuñaron, radica en el tipo representado en el reverso. En una auténtica escena, bien organizada dentro de los límites del redondel, se mueven tres guerreros: uno lleva un lechón al sacrificio, que se ocupan de consumar los otros dos, armados de lanza y espada. En el exergo, Roma. Probablemente el cuadrigado o el oro del juramento hacen referencia a la victoria de Sentinum, en las cercanías de Camerino, en el año 295 a. C., contra los samnitas. Después de este encuentro, la Península itálica dejó de ser un confuso conjunto de pueblos y Estados enemigos entre sí, y se dispuso a convertirse en una sólida entidad política, con una compleja organización, !>

¿Por qué el nombre de Italia?

La península fue designada en el transcurso de los siglos con diferentes nombres, que aludían a su posición geográfica, a sus productos o a sus divinidades. Los griegos la llamaban Hesperia, o sea tierra del atardecer; Enotria, que significa tierra del vino, y también Saturnia, pues según la leyenda el dios Saturno (antigua divinidad itálica de las semillas) fue desterrado por Júpiter y se refugió en el Lacio, que tomó el nombre de saturnia tellus (tierra de Saturno). Ausonia, del nombre de los ausonios, que habitaban la región circundante del golfo de Nápoles, fue otra denominación usada para designar la península. Italia parece derivar de Italói, nombre griego que a su vez toma su origen de Vituli o Viteli, pueblo que ocupaba la punta extrema de la península, una zona al sur de la actual Catanzaro. Estas gentes se denominaban así porque tenía como tótem o progenitor el toro, que en latín se dice vitulus. Hasta el siglo V a. C. este nombre designaba sólo el territorio de los brucios, la parte meridional de Calabria. Luego el nombre se extendió a la Campania y Tarento, hasta que, hacia el siglo III a. C., tras las conquistas romanas, se aplicó a toda la región peninsular al sur del Magra (Liguria) y del Rubicón (Romagna). La Galia cisalpina, al norte de la línea de demarcación, no se incluyó en Italia hasta el año 49 a. C., cuando a los habitantes de esta región se les concedió el derecho de ciudadanía. Con la reorganización política llevada a cabo por Augusto en el año 27 a. C., las fronteras se ampliaron hasta la actual Niza (al Oeste) y a Istria (al Este). Hasta el siglo III d. C., el nombre de Italia excluía las islas adyacentes, que no fueron adscritas administrativamente a ella hasta los tiempos del emperador Diocleciano (que reinó de 284 a 305).




Los pueblos de la Italia preromana

Hemos recordado en varias ocasiones que la primera moneda tuvo su origen en la zona de Asia Menor hacia el siglo VII a. C., y que pronto halló un ámbito de difusión ideal en el seno de las póleis griegas entre los siglos VI y V a, C. La moneda romana, más bien tardía con respecto a las de otras civilizaciones mediterráneas, debe mucho a la experiencia griega, tanto para la acuñación en plata como para la producción en bronce, metal típico de los primeros exponentes monetales itálicos. Para reconstruir la adopción y difusión de la moneda en suelo itálico, se impone un paso atrás, hasta el siglo X a. C., período al que se hacen remontar los panes de cobre o de bronce, de forma predominantemente circular, enteros o fraccionados, documentados en la zona de Italia centroseptentrional, en Sicilia y en Cerdeña. El hecho de que a menudo estos panes se tesaurizaran junto con azuelas, hace incierta su interpretación: las hipótesis remiten a ofrendas votivas o a material aportado por comerciantes y artesanos y destinado al intercambio o a la fundición. También Roma, al igual que todos los pueblos itálicos, se sirvió del bronce como metal para su moneda arcaica. Tras haber conocido las fases del trueque y del ganado como moneda, se emplearon para los intercambios panes informes de cobre en bruto. Estas piezas de metal en bruto y fundido, forman el llamado aes rude (o aes infectum, o sea piezas de cobre o bronce no elaborado). Los panes tenían un peso que variaba de unos pocos gramos a 4 kilos, y su valor consistía únicamente en su peso: no existía una forma o un símbolo reconocible que garantizara el peso del metal por parte de la autoridad.

Aparece una señal

Estas formas de intercambio tan inadecuadas, en uso hasta el siglo VIII a. C., fueron sustituidas a mediados del Vi a, C., o sea hacia el final del período monárquico en Roma, por el llamado aes signatura: más regulares en su forma con respecto al aes rude (eran bloques cuadrados u ovalados), presentaban en una o en ambas caras la gran innovación de una señal que las caracterizaba. Estos panes constituyen un punto de referencia de enorme importancia para la comprensión de las fases anteriores a la introducción de la moneda en el mundo itálico. Plinio, el autor del siglo I d. C. (24-79), en su obra Naturalis historia, hace remontar al rey Servio Tulio la introducción del aes con una contraseña. Esta fuente confirmaría que avanzado el siglo VI se operaron transformaciones suficientes como para exigir la introducción de un nuevo medio de validación de los intercambios. Lo que primero se medía con bueyes, ovejas y bronce, en lo sucesivo se valoró con piezas de metal al peso, de manera ciertamente más cómoda. Otra prueba de que este nuevo sistema de intercambio estaba ampliamente difundido y por tanto aceptado: en 454 y 452 a. C. se promulgaron sendas leyes, la Aternia-Tarpeia y la Menenia-Sextia, que establecían que las penas podían compensarse con cobre. Muy interesante es observar el tipo de paridad fijado: 100 ases equivalían a un buey; 1 0, a una oveja. El uso del ganado como medida arcaica de valor lo siguen atestiguando algunos términos derivados de la palabra pecus, que significa precisamente ganado: , pecunia, entendida como dinero; y , peculado y peculio se siguen utilizando en español. En esta fase, el empleo de la palabra , as tenía el significado de libra, como una referencia del peso, y no como nombre de la unidad monetaria de bronce, que recibiría más tarde, con la primera acuñación oficial efectuada por Roma. La técnica usada era la fusión: el metal caliente se vertía entre dos valvas que eran también las matrices de las marcas impresas en el bronce. Este sistema producía secciones rectangulares o en cuña, y provocaba también muchas rebabas. Las figuraciones en estos lingotes se clasifican como de rama seca (cronológicamente quizá las primeras), de espina de pez, de asta y de asta y delfín. También se empleaban como peso, y variaban de unos pocos gramos a un kilo. Panes de cobre de esta clase se han encontrado, por lo general fragmentados, en el Lacio, Etruria y Emilia. Depósitos hallados en la zona entre Reggio Emilia y Casteifranco Emilia han puesto en claro que éstos eran lugares de producción. En Casteifranco, en particular, han aparecido panes con la contraseña de la rama seca, en los que se reconoce una primera forma de metal de intercambi Probablemente las primeras contraseñas tenían carácter privado, y desempeñaban la función de señalar el taller, y no de representar un sello gubernamental. Aun después de la introducción de la moneda oficial, el aes rude y el aes signatura continuaron circulando, como demuestran varios depósitos de monedas donde se han encontrado panes de bronce mezclados con monedas propiamente dichas. El paso definitivo de la fase del ganado-moneda a la del metal de peso es probable que se produjera durante el siglo V a. C., pero resulta evidente que durante cierto período ambos sistemas coexistieron. Con una cronología que aún no está del todo clara, a lo largo del siglo IV a. C., se adopta en Italia central un nuevo sistema, caracterizado por el llamado aes grave (literalmente, bronce pesado).

¿Monedas itálicas o ya romanas?

También con la técnica de la fusión se ujeron lingotes con auténticas características monetales: tienen una definición ponderal, están divididos en múltiples y submúltiplos y presentan tipos en ambos lados. A veces la presencia de un mismo tipo caracteriza toda una producción, como en el caso de la proa de nave de la serie romana. Además de la producción romana, conocemos otras muchas series en el ámbito de la Italia central, contemporáneas de las romanas si no anteriores a ellas. Aun utilizándose todavía como reserva de valor y para pagos de elevada cuantía, se consideran monedas propiamente dichas puesto que se organizan en un sistema en el que cada pieza pertenece a un nominal equivalente a todos los demás. La fecha de esta primera emisión oficial se hace remontar a 335 a. C., cuando Roma se halla en plena expansión territorial y empeñada en consolidar su imagen. La primera victoria sobre la Liga samnita (343-341 a. C.), el mayor Estado de la Península itálica, y la reafirmación del dominio romano sobre la Liga latina, disuelta en 338, hacen de Roma una ciudad de autoridad confirmada y reconocida. La primera moneda tiene como unidad de referencia el as, que por lo que se refiere al peso corresponde a la libra latina (272, 87 g): de aquí el nombre de moneda libral. El primer tipo iconográfico representa en el anverso la cabeza de Jano, y en el reverso, la proa de una nave. Quizás esta última imagen se refiere a la toma de Anzio, ciudad de los volseos, y a la captura de sus naves (338 a. C.): los rostra de las embarcaciones, luego reproducidos en las monedas, se expusieron en el Foro como celebración de la victoria y símbolo del poderío de Roma. Esta tipología del reverso se repite en las monedas de bronce romanas con gran constancia, hasta la reforma de César. El as se divi(Jía, como antes la libra, en 12 onzas, y cada nominal llevaba en el anverso la efigie de una divinidad. La indicación del valor venía dada por un signo especial, sin leyenda. También en este caso la técnica de fabricación era la fusión, que permitía a la vez crear el redondel y su impronta. A menudo estas monedas presentan un dentado en el borde: es cuanto queda del fino cordón metálico que se producía durante la fusión hecha en serie. El metal en fusión se colaba en moldes que permitían fabricar muchas piezas a la vez, gracias a un estrecho canal que comunicaba entre sí las diversas formas. El peso del as y de sus submúltiplos no fue constante en el tiempo: hacia 286 a. C. se redujo a la mitad, dando origen a la serie semilibral. Durante estas reformas se incluyeron dos nuevos nominales: la semiuncia (media onza) y la quartuncia (cuarto de onza), y se introdujo la técnica de la acuñación. Las reformas del as condujeron a la aparición de tres múltiples: el decussis (10 ases), el tressis o tripondius (3 ases) y el dupondíus (2 ases). Estos tipos llevan en el anverso Roma (decussis y tripondius) y Minerva (dupondius), mientras que en el reverso se mantiene la proa de nave.




El arte abstracto de los celtas

Son de alta estatura, tienen la piel blanca y su rostro refleja vigor. No sólo sus cabellos son naturalmente rojos, sino que ellos avivan su color por medios artificiales. En efecto, se lavan a menudo el cabello con lechada de cal, se lo atan en lo alto de la cabeza y luego lo dejan caer sobre la nuca. Recuerdan así el aspecto de los sátiros de Pan, porque estos cuidados vuelven sus cabellos tan espesos que parecen crines de caballo. Algunos se afeitan la barba, y otros la llevan corta. Los nobles se rasuran las mejillas, pero se dejan crecer tanto los bigotes, que les cubre la boca., así veían los romanos (a través de la pluma de Diodoro Sículo) a los gáos de la época de Augusto, y todavía hoy, en la imaginación colectiva, aquellos hombres se representan corpulentos, toscos, con híspidas cabelleras- y bigotes que ocultan bocas feroces. Eran nómadas, organizados en cianes, implacables predadores, habituados a efectuar correleas para apoderarse de lo necesario a expensas de los pueblos limítrofes, sin tener una concepción de la conquista territorial ni de una organización poiftica estnicturada sobre instituciones. Establecidos originariamente en Europa central, a través de sucesivas migraciones llegaron a Francia, a las Islas británicas, a la Península ibérica y a Italia septentrional, fundiéndose o superponiéndose a los pueblos locales preexistentes. César (100-44 a. C.) se refiere largamente y con respeto a estas gentes en De bello gallico, una obra culta y penetrante en la cual, además de describirse los usos y costumbres de los galos y su religión, se distinguen cuidadosamente las diversas tribus, así como las regiones donde estaban establecidas. Los romanos ya habían conocido a los galos en el siglo IV a. C., y más concretamente entre 387 y 386 (según otros, cuando, derrotados en el batalla a pocos kilómetros en la confluencia de los rios Allia y Tíber, sufrieron la invasión y el saque la capital por esos pueblos.

Imitaciones extravagantes de estateras y tetradracmas

Los celtas de la Galia comenzaron a acuñar moneda entre finales del siglo IV y el comienzo del III a. C., dando así inicio a una producción monetal prácticamente de imitación en su totalidad, inspirada en las piezas conocidas en los intercambios a través del Mediterráneo y del puerto de Massalia (la actual Marsella) en el Oeste, y por el valle del Danubio en el Este. En el siglo II a. C., también los celtas de Europa central empezaron a acuñar monedas, imitando las de Lisímaco de Tracia, de Larisa o de Thasos. Profundamente inestables e instintivos en su organización social y militar, los galos (o celtas) transmitieron también a sus monedas un ritmo irracional, una abstracción muy distante de las producciones del numerario griego al cual, por otra parte, se remitían directamente. Las monedas que seguramente conocían los celtas a través del comercio eran las estateras de oro y los tetradracmas de Filipo II y de Alejandro Magno, la divisa universal de entonces. En una segunda etapa, los tipos objeto de imitación fueron los romanos. Mientras que la moneda griega se inspira en un armónico equilibrio, en un refinado naturalismo en la representación de la figura humana, del mundo animal y del vegetal, los bárbaros descomponen este universo, reduciéndolo a algo que sólo lejanamente recuerda el espíritu y la iconografía originales. La degeneración de los tipos, dictada por una fantasía rupturista y por una acusada tendencia hacia la abstracción y los motivos ornamentales, conduce a una alteración de la forma y a una excéntrica esquematización de los elementos figurativos. Si a los celtas les faltaba una cultura de la moneda, ciertamente no les faltaban los metales preciosos:los yacimientos de oro del Rin, de los Pirineos y de los Alpes, los filones de plata del Tarn y del Auvernia, y el estaño de Bretaña proveían suficiente materia prima para acuñar monedas destinadas a los intercambios comerciales. En la producción celta es más bien frecuente el electrón. !>

Rasgos alterados de modelos clásicos

Las monedas celtas, aparentemente pobres en cuanto que no poseen auténtica originalidad, son ricas en fantasía, están llenas de vida y resultan inconfundibles; entre los pueblos que habitaron el vasto territorio céltico estuvo muy difundido el tipo que representa en el anverso una cabeza, creada sobre el modelo de los retratos de Alejandro Magno, y que en general representa al jefe de la tribu; y en el reverso un caballo (animal predilecto en la tipología gala), a veces solo y en ocasiones guiado por un auriga. Examinemos una estatera de oro de comienzos del siglo II a, C. procedente de la región de la actual Bretaña: el anverso presenta todavía un rostro modelado con arreglo a proporciones orgánicas, si bien -lo que constituye una anomalía bastante frecuente en las monedas galas en general- el perfil no está bien centrado y el redondel es demasiado pequeño para la figura que encierra. Resulta interesante observar cómo se han reproducido los cabellos, ahora estilizados con motivos decorativos, con ondas, con formas que recuerdan motivos geométricos más relacionados con el mundo de las plantas que con un fiel reflejo de la realidad. En el reverso, la figura del caballo androcéfalo (o sea, con cabeza humana) ocupa una parte modesta del espacio del que se dispone, mientras que, y éste es un elemento muy fre cuente, el campo está ocupado por figuraciones esquemáticas menores que pueden estar constituidas por signos geométricos, ruedas, estrellas y figuras de diversa naturaleza y de gran variedad. También son muy interesantes las moneda de los parisios, habitantes de la región don( hoy se halla París. También en este caso llega hasta el borde del redondel la cabeza cuyo perfil se descompone en formas sintéticas, de gran fuerza expresiva y de refinado gusto decorativo. El ojo visto de frente, exageradamente abierto, caracteriza este perfil que lleva delante del cuello una barquita, símbolo de la ciudad y de los nautae parisiaci, pequeños traficantes que se dedicaban al comercio fluvial. Ello significa que en las monedas se reflejaba parte de la realidad más propiamente indígena y local, enriqueciéndolas con un nuevo valor documental. También el caballo del reverso merece una observación: se trata de un animal muy estilizado, toda una concesión al gusto decorativo y escasamente fiel al naturalismo. El motivo del ojo muy ampliado se exagera hasta el punto de convertirse en el único elemento antropomorfo que perdura en algunas monedas de la zona de Europa central: esta figura recuerda tan poco el modelo del que proviene, o sea un rostro humano, que algunos han tratado de ver en ella los símbolos de un culto local, pero sin llegar a ninguna conclusión cierta. También se puede hablar, sin más, de descomposición total de la figura humana en monedas de los belovacos, establecidos en Bélgica. En ellas la fuerza de la abstracción es casi disgregadora, y se mantienen pocos elementos identificabas: se distingue el ojo, mientras que en el lugar de la oreja se coloca una estrella. Las llamadas monedas de la cruz imitan el reverso de las monedas de Rocas. Provienen del valle del Tarn, en Francia meridional, y ese tipo se extendió a los actuales Languedoc occidental y Rosellón, si bien en estas regiones se representa una flor vista desde arriba, con un criterio iconográfico verdaderamente peculiar: en el anverso presentan un perfil femenino que recuerda las monedas de Siracusa, conocidas por estos pueblos gracias a otra imitación, la de Rhode, colonia rodia en el golfo de Rosas (Gerona). Esta producción monetal merece hoy que se reconozca su dignidad y que se la haga objeto de estudios y atención, rechazando la antigua consideración de que pertenecían a un momento en la historia de la moneda que podía pasarse por alto.

Incomprensibles pero útiles

En Grecia, el comercio internacional estaba regulado por unas pocas monedas, universalmente aceptadas y reconocidas, por lo general acuñadas en póleis de gran prestigio y autoridad (pensemos, por ejemplo, en el gran prestigio que alcanzaron las lechuzas de Atenas). Ser la autoridad emisora de esta divisa privilegiada era fuente de grandes ventajas económicas que derivaban de enormes entradas por el derecho de acuñación (la diferencia de valor entre el metal bruto y el metal acuñado) y de relaciones preferentes en los intercambios. En el mundo antiguo, el nacimiento y difusión de las ligas (asociaciones de varias ciudades que adoptaban y sostenían la misma divisa) tenía, entre otras finalidades, promover la difusión de algunas monedas con preferencia a otras. Otro sistema muy difundido entre los pueblos primitivos era la imitación, que consistía en la réplica, sin el menor escrúpulo o interés figurativo, de la moneda que conocían a través de sus intercambios. En efecto, los bárbaros reproducían en grandes cantidades el redondel de metal precioso del que no comprendían ni el valor simbólico de las figunes adoptadas, ni las cripciones, pero cuya tilidad captaban de nmediato. Resulta obvio que para los bárbaros que no reconocían ni observaban las leyes de los pueblos más civilizados, tenía escasa importancia el respeto al peso y a la bondad del metal. Además, reproducían groseramente y al azar las leyendas, para ellos mprensibles, y se alejadel prototipo incluso la representación figurativa, ya que poseían una sensibilidad completamente distinta de la de los pueblos de cultura llamada clásica.




La historia de Italia nace con los etruscos

Para la Península itálica, pese a su favorable posición en el centro del Mediterráneo, sus fronteras naturales han constituido durante muchos siglos barreras sumamente difíciles de superar. En época prehistórica, la cordillera de los Alpes y las aguas que circundan la bota impusieron notables limitaciones a los contactos con los demás pueblos. El Neolítico (que corresponde a transformaciones de extraordinaria importancia en el género de vida, como la introducción de la agricultura y la ganadería) sólo se inició en Italia hacia el VII milenio a. C., o sea con un retraso de casi dos mil años con respecto a las civilizaciones del Próximo Oriente. Las etapas principales del progreso histórico también se sucedieron en la península con gran retraso en relación con las demás zonas del Mediterráneo. Ya a partir del III milenio a. C. podemos hablar de historia en el Próximo Oriente (pensemos en las grandes civilizaciones de Mesopotamia, Egipto y del Mediterráneo oriental), mientras que en lo que se refiere a Italia debemos aguardar al siglo IX a. C. También los diversos pueblos que habitaron la península tuvieron grados diversos de desarrollo, de acuerdo con las distintas condiciones ambientales en que vivieron. Sólo a comienzos del II milenio a. C., con la dffusión de la metalurgia del bronce (con un retraso de unos mil años respecto de Mesopotamia), empezamos a encontrar pueblos de cierta homogeneidad étnica: de origen autóctono, esto es, originarios del lugar, como los ligures, los sardos y icanios (en Sicilia), y de procedencia oeuropea, como los vénetos, los icos (o sea umbros, latinos, oscos sabinos) y los sículos. Los pueblos indoeuropeos, procedentes de Europa central, se fusionaron con los indígenas, imponiendo en algunos casos ciertos aspectos de su cultura, y en otros casos absorbiendo la cultura local. Entre los siglos IX y VII a. C., se afirma en Italia central la civilización de los ruscos, un pueblo definido simplisente durante años como misterioso. Hoy conocemos sus usos y costumbres, religión y economía. También su escritura, por mucho tiempo considerada oscura, se ha descifrado en gran parte, pero aun poseyendo muchos textos de contenido similar, no estamos en condiciones de dominar la totalidad del vocabulario etrusco.

Los etruscos en la leyenda

Una incertidumbre que hoy persiste se refiere al origen de este pueblo: Herodoto, el historiador griego del siglo V a. C., narra que descendían de un príncipe de Lidia. El rey de esta región, afligida por una grave escasez, confió a su hijo Tirreno parte de sus súbditos, a fin de que los guiase hasta un territorio donde pudieran hallar sustento. Después de haber atravesado muchos mares y regiones, llegaron al país de los umbrios, nombre con el cual Herodoto designaba a las gentes que habitaban entre los Alpes y la Italia central. Dionisio de Halicarnaso (siglo I a. C.), por su parte, se refiere a un pueblo autóctono, puesto que las manifestaciones de esta civilización presentan muchos aspectos arcaicos y originales. Los griegos los llamaban tirrenos, según Dionisio, probablemente porque vivían en construcciones llamadas tyrseis o tyurreis, o sea torres, o porque uno de sus soberanos llevaba el nombre de Tirreno. Los romanos los llamaban etruscos o tuscos. Ellos se llamaban a sí mismos rasenna, que deriva del etrusco rasna, palabra que significa el que pertenece a la ciudad, y evidencia de modo muy significativo el deseo de subrayar la pertenencia a una sociedad bien organizada, en contraposición a los primitivos pueblos circundantes. Entre los siglos IX y VII a. C., nacieron y se desarrollaron, en efecto, los primeros grandes centros urbanos en una zona de Italia central que llegaba desde Emilia hasta Campania (Capua), y que tenía su centro en el territorio de la actual Toscana y del alto Lacio. Las primeras actividades, favorecidas por la fertilidad del suelo, fueron de tipo agrícola, con especial dedicación a los cereales, y a partir del siglo VII a. C. a la vid, con una producción tan abundante como para permitir muy pronto un notable tráfico de estos productos. Gracias al desarrollo de las exportaciones, creció rápidamente el poder político y económico de los etruscos, bien sostenido por los notables progresos de la metalurgia, Recordemos los riqui 1 simos yacimientos de la isla de Elba, explotados especialmente entre los siglos VII y V a. C., y los de los Alpes apuanos y de los montes de la Tolfa. Sabemos además por Estrabón que existían minas cerca de Populonia, aunque ya abandonadas en la época de la definitiva conquista romana. Las relaciones comerciales promovieron a su vez el crecimiento cultural de este pueblo culto y refinado. En el seno de una civilización tan compleja y organizada, en la que los intercambios comerciales constituían uno de los pilares del sistema, la moneda comenzó a circular con cierta regularidad en forma de divisa extranjera. A partir del siglo V a. C., apareció una serie ori’gi’nal, caracterizada por el reverso liso. Está documentada una fase premonetal muy similar a la que se registró en Asia Menor y en el seno de las grandes civilizaciones orientales. Se han encontrado, en efecto, panes que se remontan al período comprendido entre los siglos XI y IX a. C., los cuales, nacidos con la función de donación votiva a la divinidad, también adquirieron con el tiempo el valor de parámetro para los intercambios. Está atestiguada también la fase de la moneda herramienta, como confirman numerosos hallazgos de instrumentos de trabajo (hoces, cinceles y hachas) destinados a la tesaurización. !>

La idea de la moneda

Entre los siglos VII y VI a, C., en la región interior del territorio de influencia etrusca empiezan a circular iingotes de bronce de tipo bastante niforme, y con una marca bien reconocible que luego trasladarán al sistema adoptado por los romanos en las primeras muestras de metal acuñado. Entre las comunidades costeras, la idea de la moneda acuñada surgió gracias a los contactos con Grecia, aunque ello no comporte necesariamente la adopción de aquel sistema ponderal. En el siglo V a. C. aparecen las primeras acuñaciones locales de plata. Podemos distinguir las emisiones de la zona metalífera (, rea comprendida a grandes rasgos entre Volterra, Populonia y Vetulonia) y el área de Vulci, más próxima al límite con el Lacio actual. Al primer grupo de emisiones pedenecen los tipos con reverso liso, mientras que en el anverso aparecen los símbolos del jabalí, la quimera, la cabeza de león, Pegaso y la Gorgona (estas dos últimas conocidas sólo en Volterra). En las monedas emitidas en la región de Vulci encontramos una tipología menos constante y la leyenda etrusca del nombre de la ciudad. Con excepción de las acuñaciones de Volterra, probablemente reservadas por exigencias de mercado muy estrictas, la diversidad de símbolos en monedas procedentes de los mismos distritos sugiere la hipótesis de una emisión de tipo privado, aún no sancionada por una autoridad estatal. La primera ceca pública puede localizarse en la segunda mitad del siglo V a. C. en la ciudad de Populonia, el mayor y más importante de los puertos etruscos. La fecha que hoy podemos asignar con certeza a este tipo de moneda oficial, que presentaba un tipo figurativo fijo (la cabeza de la Gorgona) nos ilustra sobre la avanzada y compleja organización de la sociedad en aquellos años, que evidentemente planteaba la exigencia de pagar una mano de obra: en efecto, había que pagar la explotación de las minas, a las tropas y guarniciones de defensa (para defender la costa y las minas de las correrías de los piratas), sostener un intenso tráfico mercantil, suministrar dinero en efectivo a la clase dedicada al comercio y que gustaba rodearse de lujo. También en Populonia se atestigua la existencia hacia el siglo IV a. C. de otras monedas de plata, de peso demediado y acuñación muy apresurada y descuidada, expresión de una situación de urgencia o de dificultades. Estas emisiones presentan la cabeza de Heracles o de Atenea. Poco después seguirán las primeras acunac, ones de bronce, con divinidades etruscas de características guerreras y en actitudes belicosas que evidencian claramente el destino de estas monedas: pagar a los militares en lucha contra Roma. El proceso de absorción del territorio etrusco por los romanos puede considerarse prácticamente concluido entre los años 280 y 273 a. C., cuando el territorio de Vulci y Cere se convierte en agerpublicus y se inicia la colonización romana del territorio costero.

Una identidad cultural compuesta

La civilización etrusca se presenta muy variada y compleja, fruto de la fusión original de varias culturas. Son evidentes los contactos con el mundo oriental, testimoniados por la abundancia de productos procedentes de Egipto, Asiría y Grecia, que para los nobles etruscos se convirtieron en auténticos símbolos de poder social y de refinamiento. Fueron muchos los artistas que, entre los siglos VII y VI a. C., llegaron a Italia central para decorar los palacios de los aristócratas, favoreciendo así un intercambio cultural de gran relevancia incluso en materia de religión. Este fuerte componente orientalizante viene testimoniado en las monedas por figuras como la esfinge, el grifo y el cerbero con tres cabezas, tan frecuentes en la decoración mesopotámica y egipcia. La adopción de estos monstruos, tan misteriosos, se adaptaba bien a una visión fantástica de las divinidades etruscas, que eran inasibles y secretas, y se expresaban mediante prodigios que sólo los sacerdotes (los arúspicos) podían ver e interpretar. El encuentro con el mundo romano lo atestigua la presencia de reyes etruscos que se alternaron con monarcas latinos. No cabe duda de que, en cualquier caso, la comunidad etrusca mantuvo su identidad cultural y política, hasta el punto de que cuando los romanos expugnaron la ciudad de Veio, estratégicamente importante para el control del río Tíber, tras un asedio de diez años de duración, su conquista se equiparó a la toma de Troya; el parangón se escogió para subrayar la victoria romana, pero testimonia también el poderío y el prestigio que, hasta comienzos del siglo IV a. C., mantuvo la sociedad etrusca. Se llama prehistoria al larguísimo período de la evolución humana acerca del cual no se posee ningún documento escrito. Desde la invención de la escritura en adelante, hablamos de historia propiamente dicha. Esta palabra deriva del griego y signo indagación, búsqueda, y no es sólo un término que designa un período y encuadra una serie de acontecimientos. Por historia se entienden también un estudio y una narración de los hechos que el hombre ha realizado, para conservar la memoria de los mismos y para investigar críticamente la compleja trayectoria de la civilización.

Un trastero misterioso

En el trastero de San Francisco, en Bolonia, fueron hallados muchos utensilios de bronce que presentan contraseñas alfabéticas. Dado que estos objetos representaban verosímilmente un acaparamiento de riqueza, estas marcas han suscitado interrogantes. Probablemente, vista la muy frecuente presencia de la última letra del alfabeto etrusco, en forma de tridente, estas siglas se colocaban para marcar una partida de objetos. Con cierta frecuencia hallamos a la vez la primera letra del alfabeto en uso, el alfa, y ello podría significar que el utensilio así señalado poseía un valor propio y había circulado individualmente. Los objetos del trastero de San Francisco no presentan de todos modos una uniformidad ponderal que permita pensar con certeza en un sistema codificado para los intercambios. Cabe considerar que desempeñaban una función de cuenta a la vista muy simplificado, que no comportaba operaciones de pesado.




La assignatsia de Catalina II de Rusia

El exceso de emisiones de papel moneda afectó también a la Rusia de Catalina 11 la Grande (1729-1796), la emperatriz que, como ya con anterioridad Pedro 1 el Grande (1672-1725), fue la artífice del poderío ruso. La historia de la Rusia moderna se inicia, en efecto, precisamente con ese zar, que durante su reinado adoptó una serie de importantísimas reformas para hacer salir el Estado del profundo atraso que lo convertía en el farolillo de cola de las grandes potencias europeas. Francia, Prusia e Inglaterra, gracias a la contribución de los científicos y de los reformadores de la naciente Ilustración, ya estaban dispuestas a convertirse en naciones modernas en el sentido más amplio del término. Rusia, en cambio, seguía siendo, sustancialmente, una nación de campesinos, analfabetos en su casi totalidad. Faltaba una burguesía que desarrollara la industria y el comercio. Además, la estructura del Estado era aún de tipo feudal, con el poder concentrado en manos de los poderosos terratenientes.

Las reformas de Pedro I

En primer lugar, Pedro I trató de reorganizar la maquinaria administrativa del Imperio, y a continuación se lanzó a una profunda modernización. Al principio, este papel moneda podía cambiarse por plata, pero los problemas comenzaron en 1802, cuando se suspendió la convertibilidad. Para obviar esta pérdida de valor, el gobierno decidió suspender por cierto tiempo la acuñación de moneda metálica, con objeto de incentivar el uso de los billetes. Las assignatisii tenían un curso estabilizado por la marcha del mercado, o sea que se cotizaban en bolsa, y en este período su valor real permaneció ligeramente inferior al valor nominal. Una ley de 1812 convirtió este papel moneda en un medio legal de pago también entre particulares, con lo que ya nadie podía negarse a aceptarlo. La circulación legal de monedas metálicas y de papel planteaba, sin embargo, un grave problema: dado que el curso de las assignats era variable, con ocasión de cada pago era necesario acordar entre las partes la relación de cambio entre moneda y papel moneda. Esta relación variaba de una ciudad a otra, y a menudo de día en día. Además, cuanto mayor era el número de assignats emitidas, más se incrementaba el precio de la plata. Para tratar de que descendiera, el Ministerio de Finanzas dejó de aceptar la plata acuñada para el pago de impuestos, resolución que provocó graves inconvenientes, pues en algunas provincias el metal blanco era el único tipo de circulante. Aunque continuó creciendo el agio, las necesidades obligaron al gobierno ruso a mantener las emisiones, creando así inflación.

Las emisiones secretas

Para tratar de frenar la pérdida de valor del papel moneda, en 1810 el gobierno puso a punto un plan de reforma radical. En primer lugar, prometió solemnemente que ya no se emitiría más, y luego programó su retirada gradual para hacer aumentar su curso hasta llegar a la paridad con la moneda metálica. Por último, las assignats serían definitivamente apartadas de la circulación. El zar Alejandro 1 se comprometió asimismo a garantizar su valor con el patrimonio público. La aplicación del proyecto deparó algunas sorpresas desagradables. Después del anuncio de 1 81 0, en realidad el gobierno continuó emitiendo secretamente enormes cantidades de assignats, por lo que su curso aumentó de modo inexorable. Al final de 1810, estos billetes llegaron a tener un valor real que sólo correspondía al 19 % del nominal, y para obtener un rubio de plata hacían falta no menos de 520 copecs en asignados. Dos años después, Napoleón marchaba hacia Moscú y nadie dudaba de la victoria francesa. Estas vicisitudes políticas hubieran debido provocar una notable devalua ción del rubio en el mercado internacional, pero, extrañamente, no fue así. En junio de aquel año, el rubio de papel se cotizaba en Londres a 16 peniques. En el otoño siguiente, con Napoleón ya en Moscú, la cotización había aumentado a 25 peniques. Los comerciantes ingleses que importaban de Rusia cáñamo, sebo y lana acapararon moneda de ese país por temor a que después de la invasión francesa las exportaciones de dichos productos quedaran bloqueadas a causa del embargo establecido por Napoleón contra la odiada Inglaterra. Las ingentes adquisiciones efectuadas con antelación habían convertido a los ingleses en deudores de Rusia por elevadas sumas de dinero, y para pagarlas se registraba en la Bolsa de Londres una fuerte demanda de efectos cambiarios y de papel moneda rusos. Por el contrario, la oferta de estos títulos disminuía de un día para otro, dado que los comerciantes rusos ya no compraban mercancías inglesas por temor a que, en caso de victoria francesa, se mandaran quemar como represalia. Sucedió, pues, que al aumentar la probabilidad de la conquista de Rusia por Napoleón, el curso de las assignats en el mercado inglés aumentó, mientras que después de la derrota, la recuperación de la normalidad de los intercambios comerciales entre Rusia y Gran Bretaña provocó su descenso. En Rusia, por el contrario, el avance de los franceses hizo bajar el valor de las assignats, entre otras razones porque los invasores las falsificaron en gran número. Puede decirse que las assignats murieron de muerte natural y cayeron en desuso en 1839, después de que en los últimos años 100 rubios de papel llegaran a cambiarse por 25 de plata. Se trataba de un valor muy bajo, pero al fin y al cabo no despreciable si se piensa en la auténtica pulverización que sufrieron los asignados franceses y los billetes del Banco de Viena.




Símbolos púnicos e incrustaciones de Aksum

Cartago, Qart Hadasht, significa ciudad nueva. Hasta su enfrentamiento con Roma, concretado en las guerras púnicas, fue la mayor potencia del Mediterráneo occidental. Fundada por los fenicios en el año 814 a. C., en el siglo III a. C. contaba casi 400. 000 habitantes, y era un activo centro de intercambios comerciales. El interés principal de los fenicios lo constituían los metales, y para dar con ellos estaban dispuestos a emprender viajes a países muy lejanos. Los fenicios de Cartago (o púnicos) buscaban estaño, y la tradición pretende que osaron traspasar las míticas columnas de Hércules, que tanta curiosidad y terror despertaban en los griegos, para navegar hasta Gran Bretaña e Irlanda.

Las monedas de Cartago

La necesidad de afrontar largas y problemáticas travesías convirtió a los cartagineses en los marineros más expertos del Mediterráneo. Mantenían relaciones con todo el mundo: cambiaban vinos y tejidos de lujo por las materias primas que traían de sus largos viajes por mar. Controlaban el comercio de metales preciosos, y ponían su flota a disposición de mercaderes gnegos y egipcios. Sus puntos de fondeo y centros comerciales se repartían por todo el Mediterráneo: territorios de África del Norte, Cerdeña y Córcega, las costas meridionales de España y Sicilia occidental, con ciudades como Cartagena, centro militar en la Península Ibérica, estaban bajo el control y la hegemonía de los cartagineses. Pero los púnicos no se limitaron, como hicieran sus antepasados, a escoger buenos puertos que sirvieran como puntos de apoyo y aprovisionamiento: explotaron el territorio circundante, por lo que sus factorías desarrollaron también una floreciente agricultura y una próspera artesanía cuyos productos eran destinados a su vez al comercio. Los cartagineses aún solían intercambiar sus mercancías mediante trueque, cuando ya hacía tiempo que todos los pueblos civilizados habían adoptado la moneda. Las primeras monedas cartaginesas, dióbolos de plata, se remontan al comienzo del siglo IV a. C. . y probablemente fueron acuñados en las cecas de Sicilia, una región que desde hacía tiempo estaba acostumbrada a crear y utilizar monedas ellísimas. Y también son bellísimas, en efecto, las monedas de Cartago, que, evidentemente, contrató a grabadores muy competentes y refinados. Las primeras emisiones presentan una iconografía semejante a la de las monedas de Siracusa, muy conocidas y apreciadas, y por tanto podían ser bien aceptadas en los países que ahora eran incapaces de prescindir del uso de la moneda, Se ha acostumbrado atribuir a Cartago las monedas acuñadas en realidad en Sicilia (Palermo, Solunto, Erice, Mozia): en efecto, sólo a finales del siglo IV a. C. la ciudad púnica instftuyó una ceca propia, a la que reservó la acuñación de monedas de oro, mientras que en los talleres de las colonias se producían monedas de plata, bronce y electrón, una aleación de oro y plata muy utilizada en las monedas cartaginesas.

De Aretusa a Tanit

Las monedas acuñadas en Cartago presentan una iconografía más original: en el anverso se encuentra la cabeza de la diosa Tanit, la divinidad indígena equivalente a Aretusa. En el reverso aparecen con frecuencia el caballo, símbolo de Cartago, o el león, que representa África. Muy a menudo se halla la palma, sola o acompañada de otros símbolos, a su vez expresión de potencia y fertilidad. La imagen de la diosa merece cierto interés: es verdad que el modelo de la bellísima Aretusa siciliana se mantiene presente, pero sin duda en las piezas cartaginesas la figura aparece diversificada y enriquecida por bellísimas joyas, y caracteñzada por una meticulosidad en el grabado en verdad extraordinaria para un pueblo tradicionalmente dedicado a los más prosaicos intercambios comerciales. También las figuras de los caballos, bravos y vigorosos, se representan con un detalle plástico y de movimiento que fascina y sorprende, sobre todo si se piensa que estas producciones monetales debieron servir, en realidad, para pagar las prestaciones militares de los mercenarios. Muy pronto la producción de los diversos tipos de monedas se tornó muy consistente, sobre todo en Sicilia: didracmas, tetradracmas y decadracmas comenzaron a circular junto con hemiiiirón, trías, hexas y onzas de bronce, propios del sistema monetario cartaginés.

Las monedas de Aksum

Encajado en el complejo panorama histórico de África oriental, se encuentra el floreciente reino de Aksum. Creado durante el siglo I a. C. por una población de origen yemení que logró imponerse a la indígena, estos recién llegados, los habasat (abisinios) fundaron en la altiplanicie del actual Tigré la ciudad de Aksum. Sus actividades consistían en el cultivo de la cebada y en el comercio del marfil, incentivado por el puerto de Adulis, que se abría sobre el mar Rojo (junto a la actual ciudad de Massaua), y que permitía una buena actividad comercial. Este pequeño pero próspero reino parece que se inmiscuyó en el control del Próximo Oriente y de Arabia meridional por potencias mucho mayores. Así, Roma, Bizancio y la Persia sasánida procuraron contrarrestar la relevante posición que Aksum había adquirido en los mercados locales, y que lo había convertido en un competidor incómodo. La monarquía que gobernaba a los aksumitas era más bien fuerte, y el soberano llevaba el título de nagasi, que significa el que exige tributo (término del que derivará la palabra negus), lo que revela una estructura social en ciertos aspectos todavía arcaica. Con el reino aksumita acabaron las tropas del islam, que sometieron este pueblo hacia el siglo VII, haciéndole perder toda relevancia en el campo económico y en el de las relaciones comerciales. La moneda autóctono de Aksum se inició hacia el siglo III d. C. Precisamente gracias al estudio de la producción numismática local, se sabe que hacia el siglo IV se adoptó el cristianismo como religión oficial, primero por los soberanos y luego por el pueblo. En las monedas, en efecto, los símbolos paganos de la media luna y de la estrella se sustituyen por la cruz cristiana. Las monedas aksumitas presentan características muy originales, a menudo fruto de una operación de ensamblaje de aspectos heterogéneos, recuperados de usos monetales de otras regiones y adoptados mediante fusión con los usos locales.

La incrustación: un caso único entre las monedas

Hay un aspecto, sin embargo, que hace interesantes y únicas las monedas aksumitas: diversos soberanos, al menos una docena según los hallazgos efectuados en las excavaciones en territorio etíope, mandaron acuñar monedas de plata y bronce con el añadido de incrustaciones de oro en la parte central, generalmente en forma de cruz cristiana o con la efigie del soberano. En estas monedas no puede hablarse de retratos, porque la figura humana se representa con rasgos muy estilizados: el rostro es inexpresivo, el ojo está visto de frente, sin tener en cuenta naturalismo ni verismo alguno en el tratamiento de una cabeza puesta de perfil (esta característica es típica del arte egipcio, y asimismo del retrato de Palas en las monedas de Atenas, y se encuentra también en el arte bizantino). El único elemento que experimenta modificaciones y cambios en estas monedas es el tocado del soberano, el cual aparece a veces coronado con una rica diadema, y en ocasiones con la cabeza envuelta en la venda real, que oculta el cabello, según la usanza local. Estas bellísimas incrustaciones se lograban con técnicas muy complicadas y difíciles de ejecutar, según un arte muy refinado, puesto que incluso en las monedas más deterioradas podemos distinguir el cincel. A grandes rasgos, fueron dos los sistemas de producción de estas monedas tan originales: uno, usado hasta el siglo IV aproximadamente, consistía en superponer al cuño una lámina de oro con la forma y dimensiones deseadas. Cuando se efectuaba la acuñación, esa delgada parte quedaba adherida a la moneda. El segundo sistema, cronológicamente posterior, consistía en preparar mediante un hueco la zona que se iba a dorar. Después el oro, mediante sistemas adecuados, quedaba fijado en esa oquedad.

¿Por qué tanta complejidad?

Muchos se han preguntado por qué esta producción era tan complicada y original. Hay quien ha pensado en un sistema para compensar en cierto modo una variación de valor en el numerario de plata, debida a una notable disminución de cantidad de metal precioso en la aleación. Pero las láminas de oro adheridas eran extremadamente delgadas, y por tanto resultaba difícil que pudieran adaptarse a la disminución del valor. Otros sostienen que estas monedas se utilizaban en el interior del reino para diferenciarlas claramente de las otras divisas que circulaban como consecuencia de las actividades comerciales. Pero esto presupondría la existencia de una economía de mercado interior muy desarrollada, característica que no nos consta respecto al reino aksumita. La hipótesis más verosímil es que estas monedas tuvieran una finalidad propagandística, conmemorativa si no simbólica, dado que a menudo aparecen las figuras de los soberanos y la cruz religiosa. También la cantidad de láminas de oro usadas por uno u otro soberano, en ocasiones muy distinta, vendría a confirmar el carácter simbólico; un homenaje formal a la monarquía aksumita, de la que se proponía celebrar el aspecto semisagrado, haciendo coexistir en las monedas, en un sincretismo del mayor interés, el aspecto propiamente sacro y las tradiciones políticas locales. Las monedas de Aksum siguen siendo un fascinante ámbito de investigación, inexplorado en muchos de sus aspectos.




Después de Alejandro: Una nueva civilización

En los primeros decenios del siglo III a. C., después de las guerras de los diádocos (los inmediatos sucesores de Alejandro Magno), se estabilizaron los tres principales reinos helenísticos: Egipto, Siria y Macedonia. La dinastía que reinó en Egipto fue la de los Tolomeos (o Lágidas), los Seiéucidas controlaron Siria, mientras que a los Antigónidas, los descendientes de Antígono I Gonatas, les tocó Macedonia. El endémico estado de guerra existente entre los reinos por el control de las diversas regiones, tuvo el único efecto de desgastarlos hasta llevarlos a la sumisión a la conquista romana. Ésta se impuso en Macedonia en el año 168 a. C., en Egipto en el año 30 a. C. y en221 a. C.) y Tolomeo IX (años 1 1 6a 107 a. C.). La moneda egipcia es muy rica en tipos y suntuosa en materiales y en el aspecto de las piezas: bajo Tolomeo III Evérgetes (años 246 a 221 a. C.) aparecen octodracmas y tetradracmas de oro que llevan los bustos, juntos, de Tolomeo IX Sóter II (salvador) y de la reina Berenice. Una característica peculiar de la moneda tolemaica es el uso frecuente de dos retratos juntos. Recordemos también el bellísimo anverso de un tetradracma de plata acuñada bajo Tolomeo IV Filopátor 1 (años 221 a 205 a. C.), en la que aparecen dos hermosos perfiles con elaborados peinados, y la preciosa serie de monedas de los Theói adelfói, los divinos hermanos, Tolomeo II y Arsinoe II, su hermana, que tomó por esposa. Otra nota típica es la maravillosa galería de retratos femeninos que demuestran el poder ostentado por las mujeres y la consideración de que eran objeto en el vértice mismo de la dinastía. También el retrato de Cleopatra VII, última reina del Egipto antiguo (años 69 a 30 a. C.), aparece en monedas acuñadas en Alejandría y en Antioquía, y además en denarios romanos, donde está retratada con Antonio: dada su proverbial belleza, causa tal vez una desilusión la imagen que de ella nos han transmitido los grabadores. Los artífices de los retratos de los soberanos egipcios, aun introduciendo muchos aspectos innovadores, deben respetar la concepción local del rey-dios. Por eso no ceden demasiado a aquel realismo colorista y vivaz que en cambio se encuentra en los fascinantes retratos de los Seléucidas, desvinculados de la visión teocrática del soberano. En las monedas de Siria, en efecto, los rostros están caracterizados por rasgos reales, pero, lo que aún es más interesante, presentan asimismo Siria en el año 64 d. C. No obstante este marco político tan negativo, la época helenística fue muy afortunada desde el punto de vista económico: el gran territorio reunido por Alejandro Magno continuó siendo un mercado único en tiempo de sus sucesores, y los propios soberanos helenísticos favorecieron en gran medida las producciones locales y los intercambios, permitiendo una buena circulación monetaria, incentivada, entre otras razones, por los gastos bélicos. Ciudades como Alejandría en Egipto, Antioquía en Siria y Pérgamo en Asia Menor, se convirtieron en populosos centros de comercio y de cultura, enriquecidos y embellecidos por suntuosos y espléndidos monumentos. La circulación monetaria, abundante y nueva para la época, provocó sin embargo fuertes desequilibraos entre una región y otra, y tuvo sensibles reflejos sobre la población: en el seno de ésta se agudizaron las diferencias sociales y aumentó el número de esclavos. Esta explosión de libre intercambio de mercancías privilegió la zona del Mediterráneo oriental, haciendo caer a Grecia en una grave crisis económica que derivó más tarde en una decadencia generalizada, lo que la volvió frágil y vulnerable cuando los romanos dirigieron sus miras expansionistas hacia Oriente.

Revive el esplendor griego

Las monedas de los sucesores de Alejandro reflejan la vitalidad de los intercambios y de las actividades comerciales de la época, y desde el punto de vista artístico acusan la espléndida tradición numismática griega. En un primer momento, sobre todo por razones económicas, las monedas helenísticas continúan los tipos de Alejandro, reproduciendo incluso su retrato. Muy pronto, el deseo y la necesidad de afirmar la propia individualidad inducen a los nuevos soberanos a acuñar monedas con su imagen, creando una serie de retratos que se cuentan entre los más interesantes de la antigüedad, entre otras razones porque corresponden al deseo de una visión realista y no idealizada del mundo circundante, que se afirma precisamente por aquellos años. Egipto, que nunca había tenido moneda propia, inaugura la acuñación con los tipos de Alejandro Magno: la iconografía es muy similar, aunque la piel de león se sustituye por una cabeza de elefante. A partir del año 305 a. C., cuando Tolomeo se proclama rey, inicia la acuñación original, en nombre del faraón y con su retrato, sentando así la tradición de representar en las monedas al soberano aún vivo, y no sólo después de su muerte. El símbolo de la dinastía de los Lágidas era un águila, que en efecto se halla en numerosos tetradracmas: en dimensiones reducidas en las primeras emisiones de Tolomeo I, y ocupando toda la superficie en algunas monedas posteriores (como los ejemplares de Tolomeo IV (años 221 a 205 a. C.), Tolomeo V (años 246 a 221 a. C.) y Tolomeo IX (años 116 a 107 a. C.). La moneda egipcia es muy rica en tipos y suntuosa en materiales y en el aspecto de las piezas: bajo Tolomeo III Evérgetes (años 246 a 221 a. C.) aparecen octodracmas y tetradracmas de oro que llevan los bustos, juntos, de Tolomeo IX Sóter II (salvador) y de la reina Berenice. Una característica peculiar de la moneda tolemaica es el uso frecuente de dos retratos juntos. Recordemos también el bellísimo anverso de un tetradracma de plata acuñada bajo Tolomeo IV Filopátor 1 (años 221 a 205 a. C.), en la que aparecen dos hermosos perfiles con elaborados peinados, y la preciosa serie de monedas de los Theói adelfói, los divinos hermanos, Tolomeo II y Arsinoe II, su hermana, que tomó por esposa. Otra nota típica es la maravillosa galería de retratos femeninos que demuestran el poder ostentado por las mujeres y la consideración de que eran objeto en el vértice mismo de la dinastía. También el retrato de Cleopatra VII, última reina del Egipto antiguo (años 69 a 30 a. C.), aparece en monedas acuñadas en Alejandría y en Antioquía, y además en denarios romanos, donde está retratada con Antonio: dada su proverbial belleza, causa tal vez una desilusión la imagen que de ella nos han transmitido los grabadores. Los artífices de los retratos de los soberanos egipcios, aun introduciendo muchos aspectos innovadores, deben respetar la concepción local del rey-dios. Por eso no ceden demasiado a aquel realismo colorista y vivaz que en cambio se encuentra en los fascinantes retratos de los Seiéucidas, desvinculados de la visión teocrática del soberano.

Aparece el retrato realista

En las monedas de Siria, en efecto, los rostros están caracterizados por rasgos reales, pero, lo que aún es más interesante, presentan asimismo cierto estudio, pues reproducen una expresión psicológicamente definida y ya no olímpicamente congelada en una máscara aséptica, o con la mirada perdida en el vacío. Si se observa el bellísimo retrato de Antíoco 1 Sóter (años 281 a 261 a. C.), encontramos a un soberano marcado por las preocupaciones derivadas de las pesadas responsabilidades de su cargo, con la mirada enmarcada en ojeras, y con las arrugas propias de la edad y de la tensión. Este reino, durante mucho tiempo orgulloso e indómito, antes de la conquista romana (e incluso después, convirtiéndose en una espina en el costado imperial por sus continuas rebeliones), tenía como símbolo el caballo con cuernos. La elección del caballo no es casual: se propone, en efecto, recordar a Bucéfalo, el corcel de Alejandro, expresión de una potencia inteligente y ambiciosa, que lleva a sus últimas consecuencias el espíritu independiente. De Siria la moneda pasa a Bactriana y de aquí a la India, difundiéndose por los reinos indogriegos, hasta los posteriores reinos indios. En la primera mitad del siglo II a. C., la moneda se difunde también entre los partos, siempre según el modelo de los tipos acuñados por los Seiéucidas. Dignos de señalarse son los retratos de los reyes de Pérgamo, Bitinia y Bactriana. Otras monedas interesantes son las de Armenia: de ellas es representativa un tetradracma de plata en cuyo anverso se encuentra un bello perfil del rey Tigranes el Grande (años 95 a 56 a. C.), más interesante y exótico por el característico gorro adornado rellas y águilas y rematado por puntriangulares. En el reverso se repreenta la Tyche de Antioquía, que sigue el modelo de la célebre estatua de bronce realizada para la 121. a Olimpiada (años 296 a 293 a. C.) por el broncista, escultor y pintor griego Eutíquides, alumno de Lisipo. La rica iconografía se completa con las ondas del Orontes, el río local que discurre al pie de la figura. Las monedas de los reyes del Ponto se inician con el rostro de Mitrídates III (años 255 a 185 a. C.), espléndido ejemplo del retrato monetal helenístico, y continúa con Farnaces 1, con Mitrídates IV opátor, con su mujer Laodiké y con ates Vi el Grande (años 121 a 63 a. C.), famoso por haberse hecho inmune a los venenos. Este último soberano logró formar un ejército de aliados contra los romanos, terribles enemigos, pero fue vencido por Pompeyo en el año 63 a. C. De las monedas de Tracia forman parte los tetradracmas acuñados por Lisímaco (años 335 a 281 a. C.): llevan en el anverso el perfil de Alejandro Magno deificado, con los cuernos característicos del dios Amón, mientras que en el reverso hallamos a Atenea con yelmo corintio, sentada en un trono que se apoya en un escudo, y llevando en la mano una Niké, iconografía muy similar a la de Zeus en el sitial regio, que distingue las monedas de Alejandro.

Homenaje a las divinidades olímpicas

El otro gran reino en el que se dividió el imperio de Alejandro fue Macedonia, región de la que recordamos, en particular, un tetradracma acuñado bajo Demetrio I Poliorcetes (años 336 a 283 a. C.). En la primavera del año 307 a. C., el egipcio Tolomeo mantenía en su poder gran parte de Grecia y deseaba apoderarse de toda la península en perjuicio de Antígono Monoftalmos quien, a su vez, hacía tiempo alimentaba el propósito de recrear el imperio de Alejandro bajo su propia hegemonía. Antígono pensó que había llegado el momento del desquite, y confió a su hijo Demetrio el mando de una flota que, en Salamina de Chipre (año 306 a. C.), logró una aplastante victoria sobre sus enemigos egipcios, no sin antes haber asediado, con coraje y tenacidad, la ciudadela de la isla (de ahí el sobrenombre de Poliorcetes, esto es, , el sitiador). Después de este éxito, Antígono y Demetrio asumieron el título de rey. Para celebrar este feliz momento para la dinastía de los Antigónidas, se acuñó una moneda de extraordinaria belleza: en el anverso se muestra a Poseidón, de cuerpo entero, homenaje de los macedonios al dios del mar, hermano de Zeus y representado con el típico tridente. En el reverso se encuentra la proa de una nave sobre la cual descuella una Victoria alada que tañe la trompa y lleva una bandera en la mano izquierda. Esta Niké se parece mucho a la famosísima Victoria de Samotracia, custodiada en el Louvre de París, mutilada de los brazos de la cabeza. Los especialistas buscan los vínculos entre estas dos figuras, y si, como parece probable, fueron efectivamente gemelas, la numismática habría demostrado una vez más ser una disciplina indispensable para los historiadores. Las facciones de los últimos reyes de Macedonia, Filipo V (muerto en el año 179 a. C.) y su hijo Perseo (año 212 a 165 a. C.), nos han llegado a través de notables retratos monetales: de Filipo tenemos la imagen del soberano joven, con el bello perfil ornado con una corta barba, o bien la que le representa como Perseo, el mítico hijo de Zeus y Dánae, de quien pretendía descender la familia real. Del hijo de Filipo, llamado precisamente Perseo, ha llegado a la posteridad un memorable retrato que quiere transmitir respeto y admiración por un soberano que, sin embargo, no será capaz de evitar la derrota ante los romanos en Pidna, en el año 168 a. C. En Grecia, aun después de constituirse en provincia romana, continúa la emisión de monedas de plata por numerosas cecas. Precisamente Atenas inicia en este período la acuñación del llamado nuevo estilo: tetradracmas que llevan en el reverso la lechuza sobre un ánfora invertida, y los monogramas o los nombres de los magistrados. En este período las monedas helenísticas son planas y más anchas, para permitir la creación pos muy complejos y para dar la posibilidad de incluir nombres o leyendas extensas. En el siglo I a. C., las monedas griegas atraviesan una nueva y más modesta fase: los tipos recuerdan mucho las monedas imperiales romanas, con el retrato del soberano o de un miembro de su familia, mientras en el reverso se hallan motivos que remiten a la realidad local, sobre todo religiosa. Las emisiones son principalmente de bronce y dependen de un permiso especial expedido por la autoridad romana. !>

De la civilización helénica a la helenística

Los términos helenismo o civilización helenística se han introducido en la historiograffa moderna para definir un período distinto del helénico. Este último designa la época griega de las póleis (ciudades Estado) desde su origen hasta el advenimiento de Alejandro Magno, el cual, al dilatar y modificar la cultura griega gracias a sus conquistas y a sus contactos con Oriente, determina el nacimiento de una nueva civilización, llamada precisamente helenística. Este término mantiene en su raíz la palabra Hellás (Grecia), pero transmite plenamente la idea de que esta fusión se basa en cualquier caso en la gran experiencia cmca y cultural atesorada en la península griega. Catalogada hasta el siglo XIX como fase de decadencia o, por lo menos, de transición, la época que siguió a la muerte de AJejandro Magno la estudia profundamente el historiador J. G. Droysen hacia mediados de dicho siglo. Además de elaborar la definición de helenismo, este erudito revaloriza el período en cuestión, reconociéndole una dignidad autónoma y el mérito de haber operado una decisiva y profunda transformación del mundo antiguo en el plano político, económico y cultural. El helenismo irá disgregándose a medida que la conquista romana fagocitando Macedonia (añ 168 a. C.), Grecia (año 146 a. C.) y el Mediterráneo odental (año 31 a. C.). Esta última fecha, la de la batalla de Accio, señala la definitiva imposición de Roma sobre el último Estado helenístico aún independiente, Egipto. Sinónimo de helenismo es -alejandrinismo, de Alajandda de Egipto, el centro más prestigioso de la cultura helenística.