En el campo numismática, Suecia ha sido precursora por partida doble: en la emisión del primer billete de banco europeo, y en la de la moneda más pesada. Empecemos por describir esta última, entre otras razones porque el traslado casi imposible de aquellas piezas favoreció el uso del más cómodo papel impreso. La historia de Suecia desde mediados del siglo XVII hasta mediados del siguiente, se caracteriza por una notable inestabilidad. Las continuas guerras, con Rusia o con los demás Estados vecinos (imperio alemán, Polonia y Dinamarca), trastornaron el sistema económico sueco, que desde 1632, con la muerte del rey Gustavo Adolfo, entró en una fase de lento pero irreversible declinar, En los decenios que siguieron, Suecia no conoció un momento de paz, y para tratar de subsanar la situación económica, los soberanos se empeñaron en una política de conquista. Los éxitos no siempre favorables de los conflictos provocaron períodos de notable escasez de circulante, sobre todo de oro y de plata.
El banco de Estocolmo
Por otra parte, Suecia disponía de ricas minas de cobre, y a menudo echó mano de este recurso natural para dotarse de monedas reservadas a la circulación interna. Entre 1644 y 1776, las cecas de Avesta, Arboga, Ljusmedal, Semian, Estocoimo y otras menores acuñaron o, mejor, forjaron gruesas piezas de cobre y de bronce, a las que se atribuyó valor monetario, y que se llamaron plátmynt, literalmente monedachapa. A veces se. usaban piezas de cañón, como para las primeras plátmynt, que se fundieron durante el reinado de Cristina. La forma era generalmente cuadrada: en los cuatro ángulos aparecían las insignias reales, y en el centro constaba el valor correspondiente en moneda de plata, llamada syif-mint. Con el tiempo, el cobre perdió sensiblemente valor respecto a la plata, pero las cecas continuaron respetando la relación’peso-valor entre los dos metales, por lo que la plátmynt correspondiente a 10 daler de plata, hoy rarísima, pesaba 19 kilos y 700 gramos; la pieza de 8 daler pesaba 14 kilos y medio, y se iba descendiendo hasta el medio daler, que rozaba el kilogramo. Son evidentes los problemas que, podía crear el uso monetario de estas gruesas barras de metal: así, por ejemplo, para transportarlas se fabricaron bolsas especiales, de cuero, que iban cosidas a las sillas de los caballos, y hubo que proveerse de carros con cajones de madera para contener las monedas. Mientras tanto, en 1656, el financiero Johan Paimstruch obtuvo permiso del rey Carlos X Gustavo para abrir en Estocoimo un banco de cambio y préstamo. En 1660, el Stockhoims Banco estaba ya en dificultades, debido en parte a la escasez de los depósitos, y en parte a causa de la inflación que, a aquel ritmo, hubiera llevado la plátmynt de 10 daler a superar los 20 kilos. Por estas razones, y también para permitir una más ágil financiación de las cajas reales oprimidas por las deudas, Palmstruch solicitó permiso al gobierno para emitir billetes de banco en régimen de monopolio, permiso que se le concedió. El primer billete propiamente dicho salió del Banco de Estocolmo el 16 de julio de 1661. Con estas emisiones, el gobierno sueco podía hacer frente, a la vez, a la falta de monedas y a las consecuencias, en el peso, de la disminución del valor del cobre. Resulta obvio, en efecto, que acuñar nuevos daler según la inflación habría sido dispendioso, además de muy difícil, El banco de Paimstruch permitió un respiro a las finanzas públicas emitiendo estas credityf sediar, o sea notas de crédito que se sustituirían por monedas metálicas en cuanto fuera posible. Los ejemplares que nos han llegado son de 10 daler y en casi todos consta el año de emisión: 1666. La forma es rectangular, de color blanco, con un marco preimpreso qué’ encierra el epígrafe donde se indican las características del título y su valor. Se escribían a mano el número de serie, que se encuentra arriba, y las firmas, ocho en total, que garantizaban la emisión. La primera firma arriba a la izquierda corresponde a Johan Paimstruch. Pero a partir de 1663 el precio del cobre comenzó a aumentar, y los acreedores solicitaron cada vez con mayor frecuencia el cambio de los billetes por moneda metálica, hasta el punto de que en pocos años condujeron al banco a la liquidación y a su clausura. Transcurridos unos años más (1668), el gobierno fundó el que hoy es el Sveriges Riksbank, un banco público de depósito que reanudó la emisión de billetes en la primera mitad del siglo siguiente. Ya nos hemos referido a recibos bancarios, promesas de pago, cartas de crédito aceptadas como dinero, y papel moneda de necesidad y obsidional (moneda acuñada en una plaza sitiada). ¿Qué diferencia estas emisiones de los primeros billetes suecos? Ante todo, éstos no se emitían con el respaldo de un depósito, y por otra parte eran moneda legal, o sea que representaban por ley la cantidad de moneda indicada en ellos. Los billetes estaban impresos, y su valor nominal se expresaba en números redondos. Eran impersonales, y ello permitía que se transfiriesen sin necesidad de endosos; o sea que se trataba de títulos al portador. Todas estas características los convierten en el primer caso en la historia de un medio de pago con las características de los modernos billetes de banco. Este primer ejemplo fue emulado por el noruego Jorgen Thor Mohien. En 1695 este empresario creó un verdadero imperio comercial basado en las materias primas, que importaba de todo el mundo, y de hecho controlaba casi todos los intercambios de los países que se asoman al mar Báltico, en materia de cuerdas, aceite, jabón y pólvora. Su gran poder económico permitió a Mohien obtener del gobierno noruego el cargo de consejero económico. Pero ni siquiera sus actividades se sustral . eron a las turbulencias del período por el que estaba atravesando Europa, y muchos barcos de su flota fueron víctimas de las continuas guerras que afligían los mares europeos. Esto alarmó a gran parte de sus acreedores, que comenzaron a reclamar la restitución de sus préstamos. Fuerte en su cargo político, Mohien obtuvo entonces del gobierno la autorización para emitir papel moneda hasta el regreso a puerto de lo que restaba de su flota. Estos billetes deberían sustituir temporalmente la moneda corriente, pero no se ganaron la confianza de los acreedores que, apenas los hubieron recibido, los presentaron al cambio en metálico. Mohlen, abandonado por todos, se declaró en quiebra y murió insolvente.
Mientras tanto en el Japón. . .
Si Suecia emitió el primer billete de banco de tipo moderno, China fue el primer país que utilizó el papel como medio monetario, ¿Podía quedarse atrás el Imperio del Sol naciente? Las primeras emisiones japonesas las provocó involuntariamente el gobierno de los sh(5gun, que favorecía el aislamiento del país, evitando todo contacto con el mundo exterior. Un poco de historia permite comprender mejor este aislamiento extremo, que duró varios siglos. El emperador del Japón, el mikado, reunía en su persona desde tiempo inmemorial las funciones de jefe de la religión shinto y de gran feudatario de las provincias autónomas del Imperio. Ya en el pasado, lo mismo que hoy, las funciones efectivas de gobierno las ejercían otros, sobre todo miembros de las familias nobles. Así, en el siglo Xi dominó la familia Fujiwara, únicamente gracias a su tradicional posición como suministradora de las esposas de los emperadores. Tras una guerra civil, fomentada por estas turbulentas familias de extracción militar y por sus intrigantes administradores, los vencedores recibieron del emperador el título de shógun, que significa jefe del poder militar. Los shógun desempeñaron durante siglos un papel determinante en la historia y, sobre todo, en la cultura japonesa. Dominaron el país hasta la revolución de 1868, y forjaron con la fuerza de las tradiciones militares y con un emperador cada vez más aislado, pero también cada vez más divinizado, las características que hoy día continúan distinguiendo a los japoneses. Antes de la revolución de 1868, el Estado se basaba en una constitución que se había ido formando en el transcurso de tres siglos de dominación de la familia Tokugawa. Según estas leyes, el Imperio del Japón se dividía en diversos feudos autónomos al frente de los cuales se hallaban los daimyó, feudatarios que ejercían el poder de manera prácticamente absoluta. Quienes sostenían militarmente a los daimyó eran los famosos samurai, que se transmitían el oficio de soldado de padre a hijo. Sujetándose a una etiqueta rigurosísima, el emperador se veía obligado a vivir en aislamiento en el interior de la ciudad santa de Heian, que, tras la revolución, tomó el nombre de Kyoto. Afortunadamente para él, se había abolido la costumbre de cambiar continuamente la ciudad sede de la corte, basándose en el principio de que a la muerte del mikado la ciudad se volvía impura. Los shógun, por el contrario, mantenían contacto con todos y ejercían con plenitud su poder efectivo de gobierno. A la población, predominantemente campesina, correspondía la tarea de garantizar la opulencia de las clases dominantes. Resulta evidente que se trataba de una organización más bien artificioso que podía mantenerse sólo mediante un riguroso y total aislamiento, el cual comenzó poco después de los contactos iniciales con el mundo occidental. Los primeros en entablar relaciones con el Imperio del Sol naciente fueron los comerciantes portugueses en el siglo XVI. Con ellos se inició también una primera tentativa de introducir la religión cristiana, a cargo de los jesuitas encabezados por san Francisco Javier. El largo proceso de aislamiento se inició violentamente pocos decenios después; todos los conversos al cristianismo y los occidentales residentes fueron aniquilados. Sólo se permitió a los holandeses establecerse en la pequeña isla de Deshima, en el golfo de Nagasaki.
Los Yamada-Agaki
Precisamente por aquellos años, casi a la vez que en Suecia, el Japón hubo de recurrir a emisiones de papel moneda. El aislamiento, en lugar de incrementar la producción, incentivar el consumo interno y promover, por tanto, el desarrollo económico, provocó un proceso defiacionista. Como a menudo sucede en estos casos, la fuerte caída del consumo y de las necesidades redujo el uso de monedas de alto valor, en especial las de oro y plata, y aumentó las necesidades de moneda corriente, Los frugales campesinos japoneses trataron de poner remedio a este problema fragmentando las monedas de plata, los cho-gin, con el fin de crear pequeñas piezas y usarlas como moneda de poco valor. En torno a 1620, el gobierno shógun prohibió la partición de las monedas, y un comerciante de Yamada empezó a sustituir las piezas de cho-gin por algunos recibos de lingotes de oro o plata. Se trataba de pequeños haces de tejido, más largos que anchos, en los que se imprimían diversos timbres y sellos y que recordaban vagamente cintas. Se denominaron yamada-agaki y representaron el primer tipo de papel moneda japonés, que mantendría la forma de cinta, o al menos el formato vertical, en las primeras emisiones oficiales de 1867. Después de la experiencia positiva de los yamada-agaki, bien aceptados tanto por el pueblo como por los nobles, muchos daimyó comenzaron a emitir para sus propios territorios billetes diversamente ilustrados y con timbres y sellos de garantía personalizados, Siguieron emisiones, siempre privadas, de ciudades, templos y comerciantes. Durante mucho tiempo se emplearon tipos de billetes extremadamente variados que, de forma inevitable, condujeron a una situación caótica. El papel moneda del Estado no se implantó hasta 1867, y este retraso se explica por la extrema lentitud de la monolítica burocracia imperial, excesivamente ligada a una rígida etiqueta y al respeto de la tradición, lo que la hacía refractaria a aceptar las novedades, Contribuiría a romper definitivamente el aislamiento del Japón un período de carestía y de malas cosechas de arroz que causarían otro caos monetario, debido a una enésima carencia de circulante y, en particular, de moneda corriente.
inglaterra::El nacimiento del banco de Inglaterra
En la Inglaterra del siglo XVII, las principales funciones bancadas, o sea el depósito, el préstamo y el cambio, las realizaban los orfebres, los goldsmlhs, que llevaban a cabo las mismas actividades que los lombards o banqueros de origen italiano. Unos y otros habían desplazado a los judíos, a quienes Eduardo I despojó de sus bienes y expulsó en masa en 1290. Los goidsmiths se dedicaban sobre todo a adquirir y vender monedas extranjeras, al comercio de metales preciosos y a la valoración de las monedas. Junto a estas actividades predominantes, se desarrollaban otras, como la aceptación de monedas que los comerciantes de ftaban en sus cajas fuertes, en cierto modo tal como hacemos hoy cuando confiamos nues tros bienes más preciados a las cajas de seguñdad de los bancos. Depósitos de este tipo se hacían también en los bancos gestionados por los lombards y en la Torre de Londres, donde tenía su sede la ceca real, a fin de acogerse a la garantía del soberano. Pero los reyes, como ya hemos explicado, tenían continua necesidad de afrontar ingentes gastos, y no era fácil frenar los abusos, incluso en un país como Inglaterra, donde el Parlamento procuraba tradicionalmente poner coto a las decisiones autoritarias del soberano. Una de estas ocasiones se dio en 1640, cuando Caros I no consiguió la aprobación de nuevos impuestos para financiar la guerra que estaba librándose con Escocia. Por toda respuesta, el soberano se apoderó a la fuerza de 140. 000 libras esterlinas depositadas en la Torre de Londres por los comerciantes de la ciudad. Las gentes confiaron entonces sus depósitos a las más seguras cajas fuertes de los orfebres de la capital, que así empezaron a desempeñar la función de cajeros de sus cliente de los que recibían ingresos y a los que reinte graban cantidades. Cuando los depositante tenían necesidad de disponer del dinero, lo orfebres les expedían billetes con la promesa d pago, llamados goldsmith note, que eran cam biados libremente, dado que todos los conside raban dinero propiamente dicho. Junto con estas promesas escritas, circulaba las órdenes de pago emitidas por los deposi tantes, semejantes a los actuales talones también garantizadas por los depósitos. Con 1a promesa de pago, transferible a otras personas, el banquero se comprometía a pagar cierta suma que se podía rescatar con la simple presentación del billete en cualquier banco. Se trata, pues, de un verdadero billete de banco, que circula según los criterios que todavía hoy regulan la emisión y el uso de este tipo de moneda: el valor indicado en el título está garantizado de hecho por una institución bancaria, y el billete puede ser cambiado en cualquier momento en moneda efectiva. Las promesas de pago de los orfebres estaban caracterizadas por la fórmula que sigue presente en los billetes británicos: como ya sucedía con las letras de cambio, también en estas antiguas órdenes de pago el banquero formulaba con claridad el compromiso de pagar la suma indicada a quien presentase el título en una ventanilla bancaria I promise to pay the bearer . . . . Con el tiempo, y registrándose una actividad cada vez más extendida de los goldsmiths, el gobierno acabó siendo también su cliente, y de hecho les confió la gestión de la deuda pública. Además, se solicitó a los goldsmiths que anticiparan, contra el pago de un interés, las sumas procedentes de la recaudación tributaría.
El mayor banco del mundo
En 1667, la noticia de que barcos enemigos holandeses habían remontado el Támesis y se disponían a bombardear Londres, extendió el pánico y desencadenó una carrera para retirar los depósitos. Cinco años después, otro más de los muchos golpes de mano de la Corona, provocó una gravísima crisis de los goidsmiths. Para continuar la guerra contra Holanda, el rey Carlos II necesitaba un millón y medio de libras esterlinas, una suma enorme en aquellos tiempos. Por sugerencia de sus consejeros, el soberano suspendió por un año todos los pagos a los orfebres. Sucedió, en otras palabras, lo que desde hace tiempo muchos consideran que puede suceder hoy, o sea la consolidación o congelación de la deuda pública, lo que ahora como entonces sería una verdadera catástrofe. Eso provocó otra carrera para retirar los depósitos, que los orfebres no pudieron atender con celeridad. La medida tuvo notables consecuencias legales, pero los efectos fueron desastrosos sobre todo para los pequeños ahorradores: pese a que los goldsmiths recurrieron a la Cámara de los Lores, que les reconoció sus derechos, durante un tiempo sólo se pagaron los intereses de las deudas pendientes, y luego, a principios del siglo XVIII, ni siquiera eso. El hundimiento de la confianza del público en la solvencia del Estado aumentó las dificultades del erario, dado que ahora resultaba casi imposible obtener préstamos. En esta situación, cobraba actualidad el proyecto de crear un banco público, presentado en 1688 por el caballero escocés William Paterson, y patrocinado por Lord Montague, alto funcionario de la Tesorería real, y que tras prolongados debates fue desechado, La ocasión que dio origen a la fundación del Banco de Inglaterra fue la acostumbrada necesidad urgente de las cajas reales de una enorme cantidad de dinero. En 1694, la guerra contra Luis XIV había entrado en una fase crítica: el gobierno inglés precisaba un préstamo a largo plazo de 1. 200. 000 libras esterlinas. Quienes estaban dispuestos a suscribirlo se reunieron en una sociedad por acciones, The Governor and Company of the Bank of England, y quedaron convencidos tras una serie de ventajas garantizadas por la ley de 25 de abril de 1694, llamada Tunnage Act, o sea ley del tonelaje. El pago de los intereses se les aseguró mediante algunos nuevos impuestos que gravaban el tonelaje de los barcos, la cerveza y los licores, lo cual devengaría la suma de 96. 000 libras esterlinas, o sea el 8 % del préstamo suscrito. La ley también concedió a la recién nacida sociedad la posibilidad de custodiar depósitos, admitir ingresos y efectuar pagos por cuenta de los depositantes, descontar letras de cambio y conceder préstamos garantizados por mercancías. Además, dado que para desarrollar estas actividades los depósitos y las 96. 000 libras de intereses ingresados anualmente por el erario resultaban insuficientes, la ley autorizó a la sociedad a emitir billetes con el valor fijo de 20 libras, por un importe igual a su capital, o sea 600. 000 billetes en total. Al contrario que los billetes de los goidsmiths, éstos carecían de cobertura metálica, pues sólo estaban garantizados por el crédito del Estado. Se trata, pues, de la primera gran emisión de papel moneda completamente fiduciaria de la historia europea. Los primeros billetes devengaban intereses, y además constaba en ellos el nombre del beneficiario y la fecha de vencimiento. En todos figuraba la fórmula ya presente en los billetes de los orfebres: I promise to pay the bearer . . . , que se mantuvo también en los primeros billetes propiamente dichos del Bank of England emitidos a comienzos del siglo XVIII, cuando ya no pudieron cambiarse y se convirtieron en pagaderos al portador, o sea con la simple presentación del título y sin necesidad de identificar al poseedor. El Banco de Inglaterra era una institución que representaba los intereses de la burguesía turera y mercantil londinense, nces en pleno desarrollo, que se raponían a los de muchos propies de tierras, los financieros y los pios orfebres-banqueros, que operaban en competencia con el nuevo banco. Al comienzo, trataron de contraponer al Banco de Inglaterra otra institución de crédito que habría debido prestar al Estado una suma mucho más elevada y con un interés menor, pero el intento no tuvo éxito. A continuación trataron de provocar la crisis del banco reuniendo billetes por un monto de 30. 000 libras y presentándolos en las ventanillas para cambiarlos por moneda metálica. El Banco de Inglaterra se negó a efectuar la conversión y logró superar las dificultades, aunque esta decisión determinó la depreciación de los billetes en un 17 %. El banco prosiguió la actividad entre altibajos, como, por ejemplo, el hundimiento general del crédito y la suspensión de pagos, debidos a problemas con las colonias americanas. Pero acabó consolidándose sobre todo por la continua necesidad de préstamos de las cajas públicas. En 1709 se decidió duplicar el capital, que se suscribió en pocas horas, entre otras razones porque el Estado promulgó una serie de normas que garantizaron de hecho al Banco de Inglaterra el monopolio de la emisión de billetes en la ciudad de Londres. Desde 1745 se emitieron valores de 5, 10, 20, 50, 100, 200, 300, 500 y 1. 000 libras esterlinas, cuyo aspecto exterior permaneció casi incambiado hasta 1956. Estrechando cada vez más las relaciones con el gobierno, y gracias también a la revolución industrial, que hizo de la Gran Bretaña la nación más rica y poderosa del mundo occidental, el Banco de Inglaterra se convirtió en la mayor institución bancaria del Imperio británico y en el más importante banco emisor del mundo. Su solidez se hizo proverbial: todavía hoy se dice as safe as the Bank of England, o sea tan seguro como el Banco de Inglaterra.