Las colonias inglesas de Norteamérica padecieron durante mucho tiempo una falta crónica de circulante. A lo largo del siglo XVII y en los primeros años del XVIII, los habitantes de esas tierras se vieron obligados a inventar sustitutos de la moneda, y a menudo hubieron de recurrir al trueque. Inglaterra limitaba adrede las remesas de su moneda a esas alejadas regiones, entre otras cosas porque no vela con buenos ojos su desarrollo económico, dado que esa mejora hubiera podido ser el preludio de demandas de mayor autonomía. Por idénticos motivos, negaba a todas las colonias el derecho a acuñar moneda. A fin de superar las dificultades, los colonos adoptaron el sistema del country pay (pago campesino), intermedio entre el trueque y la moneda, en el que las funciones de esta última las desempeñaban productos al¡mentarios o bienes fácilmente divisibles, de amplio consumo y fácil conservación, Se fijaron tarifas que expresaban los precios de adquisición y venta de los bienes en trigo, maíz o pieles de castor, En Virginia, por ejemplo, se recurrió a las hojas de tabaco.
Los pinos de Massachusetts
En 1652, no obstante las prohibiciones, se instaló una ceca en Massachusetts, que acuñó monedas de 12, 6 y 3 pence, los llamados pine tree, por el pino que aparece en el anverso. Se acuñaron con discreto éxito miles de piezas, pero en 1684 el rey Carlos 11 ordenó la clausura de la ceca. También en Massachusetts, en 1690, comenzaron a circular los bilis of credit, el primer papel moneda de las colonias inglesas. Los valores eran de 5, 10 y 20 chelines. En el anverso, un texto redactado a mano precisaba que valían lo mismo que la moneda de plata, y que debían ser aceptados en todas las oficinas públicas de la colonia de Massachusetts, tanto para el pago de impuestos como en calidad de depósito, Las emisiones de esta colonia rebelde tuvieron gran éxito, debido a que no resultaron depreciadas con la inflación y a que fueron muy limitadas: la primera no superó las 7. 000 libras esterlinas. Precisamente por ello, su circulación fue tolerada por el gobierno inglés. En realidad, se trata de uno de los primeros experimentos de circulación de papel, y su importancia se comprendería poco después. En todas las colonias del Norte hubo otras emisiones de billetes, y con el tiempo se precisaron las modalidades de circulación. El valor del papel moneda quedaba establecido por una ley específica que, entre otras cosas, imponía la obligación de aceptarla como pago. Algunos billetes preveían una fecha de caducidad, después de la cual eran retirados, reembolsando su valor. Este último a menudo se garantizaba con hipotecas sobre bienes inmuebles, como terrenos o edificios, o bien se cubría con mercancías o ganado. También en estos casos, la ignorancia de las leyes de la economía provocó emisiones excesivas que, pese a las garantías, comprometieron el valor de los billetes. Para obviar estos inconvenientes, se promulgó su caducidad, pero esta medida hizo aumentar la desconfianza y la depreciación. Así, por ejemplo, un billete emitido en Rhode lsland llegó a perder el 96 % de su valor nominal. Benjamin Franklin, el gran ilustrado, inventor del pararrayos, comprendió en seguida la importancia del papel moneda, y propagó su uso a través de sus escritos. Cuando contaba sólo veintitrés años, fue encargado por el gobierno de Pensilvania de la impresión de los billetes de crédito, Franklin sugirió emitir bills of credit garantizados en un 50 % por terrenos. Los resultados fueron estimulantes: la idea de garantizar de este modo las emisiones dio un gran impulso al desarrollo de los bancos inmobiliarios en todas las colonias. El primero se creó en Boston en 1740. Pero el gobierno de Londres se apresuró a ordenar la clausura de esta institución, y luego impuso la retirada de todos los bills of credit en circulación. Ésta fue una de tantas medidas arbitrarias del gobierno inglés, que contribuyeron a aumentar el descontento, el cual desembocó en la guerra de la Independencia. La resistencia contra la administración británica aumentó, entre otras razones porque se pretendía que las colonias pagaran los impuestos exclusivamente en moneda efectiva, volviendo así más difícil y odioso aún el cumplimiento de las obligaciones tributadas. Las autoridades de Londres actuaban de este modo porque veían con temor y sospecha las facilidades de acceso al crédito. En efecto, en aquel tiempo eran pocos los que manejaban monedas y billetes, dado que generalmente los campesinos y los pequeños artesanos no tenían posibilidades de entrar en contacto con los bancos. Con el tiempo, en América estos obstáculos fueron superados gracias a los éxitos de los bills of credit y al desarrollo de los bancos, que permitían a los colonos comprar una parcela de terreno y a los artesanos iniciar o ampliar su actividad. Estas facilidades para obtener créditos destinados a la inversión representa todavía hoy un aspecto típico de la economía y de la mentalidad americanas, según la cual el éxito es el resultado de los esfuerzos del individuo que, con ayuda de los bancos que confian en sus programas, puede enriquecerse legítimamente. Por estos motivos, en América, ya en el siglo XIX circulaba más dinero en papel que en metal.
Los continentales
Al estallar la guerra de la Independencia, los jefes de los insurrectos se plantearon en seguida el problema de cómo financiar el conflicto: dados los antecedentes, el camino más normal pareció una emisión extraordinaria de billetes. Con la perspectiva del tiempo, parece que quizás hubiera sido más sencillo recurrir a la imposición de tributos, pero conviene tener presente que las colonias se habían rebelado precisamente por motivos fiscales, y que por tanto medidas de este tipo hubieran sido difícilmente aceptadas, Debe considerarse además que el circulante metálico era muy caótico: junto a las monedas inglesas, había reales españoles con las columnas de Hércules, llamados por esto pillar dollar. En las diversas colonias su valor estaba muy diferenciado, también a causa del desigual valor de su papel moneda, por lo que realizar una tasación uniforme hubiera sido muy complicado, La aparición de los nuevos billetes, a los que se llamó , continentales fue decidida en Filadelfia en 1775 por el Congreso continental, la asamblea de los representantes de las ex colonias. La emisión estaba a cargo del Congreso: cada uno de los estados decidió imponer el curso legal a los billetes y aplicar las penas establecidas para quien rechazara los continentales como medio de pago. El continental confería a todos el derecho a poderlo cambiar por dólares españoles (8 reales), la plata española era reconocida en todo el mundo. Los valores eran de 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 20 y 30 dólares. A ellos se añadieron después billetes de un sexto, un tercio, dos tercios y medio dólar.
La propaganda de guerra
Se trata de billetes muy interesantes, en los que los motivos y los dibujos simbólicos representan eficazmente el entusiasmo y el deseo de libertad de las ex colonias. Las frases en latín incitan a sostener la causa (sustine vel abstine en los 5 dólares, perseverando en los 6), y cargan el acento en la heroica lucha en curso (depressa resurgit en el dólar, aut mors aut vita decora en los 4 dólares). El billete de 3 dólares no comunica mucha confianza, a decir verdad, pues se lee exitus in dubio est, pero este lema , derrotista no tardó en ser sustituido. La primera serie apareció en 1 775 y alcanzó un monto de dos millones de dólares. Para hacer frente a las necesidades financieras cada vez más apremiantes, las emisiones aumentaron de año en año hasta superar en 1779 los 240 millones de dólares. Al principio, el Congreso se comprometió a cambiar los continentales por moneda metálica a razón de un dólar de esta última por 40 de papel. Al final, a la vista del fracaso de esta disposición, se decidió su retirada definitiva y la conversión en obligaciones al cambio de 1 por 1 00. Los estados de la nueva confederación, nacida de la declaración de independencia, continuaron haciendo circular billetes propios, pero la ausencia de una política económica unitaria provocó muy pronto excesos inflacionistas y el caos. Como se trataba de billetes de factura tosca, se multiplicaron también las falsificaciones, que acabaron restándoles valor. Para no sumir en la ruina a las familias de los soldados, a los que se pagaba con estos billetes, hubo que recurrir a otro papel moneda garantizado contra la inflación. En rigor, no se trataba de billetes de banco, sino de obligaciones que devengaban un interés del 6 %, el cual era pagado con periodicidad prefijada. Durante un breve período, a finales del siglo xvili, en algunos estados estas obligaciones fueron utilizadas como medio de pago, y su curso se fijó con respecto al valor de los productos alimentarlos, como la carne y los cereales, las pieles y la lana. Las emisiones de billetes continuaban porque persistía la escasez de circulante metálico, acentuada por la desaparición de las especies de oro y de plata debida a la devaluación de los continentales, Allá donde faltaba la calderilla, se empleaba el papel, e incluso una iglesia de Nueva York emitió sus propios bills.
El banco de Estados Unidos
El hecho de que cada uno de los estados continuara teniendo sistemas monetarios propios, hacía la situación aún más caótica. En Filadelfia, donde se calculaba aún en libras esterlinas, chelines y peniques, en 1780 se fundó el Banco de Pensilvania, que emitió billetes con el valor expresado en peniques en relación con el dólar. Eran billetes de escaso valor, de 1 y 3 peniques (pence), y servían como sustitutos de la poco abundante calderilla. Al banco nacido en Filadelfia le siguieron otros establecimientos locales privados, que emitieron billetes que podrían definirse como de necesidad, llamados también , fraccionarios. A menudo, por inexperiencia de quienes las dirigían, aquellas entidades quebraban estrepitosamente a los pocos años. Tras el desastre de los continentales, se votó una enmienda constitucional que prohibía al Congreso emitir billetes o monedas, e idéntica prohibición regía para cada uno de los estados. No obstante, el sensible progreso económico, que empezaba a manifestarse, y la colonización de los territorios al Oeste, requerían una institución bancaria sólida que se ocupase no sólo del crédito, sino también de las emisiones de moneda y de papel moneda. Con esta finalidad, y a propuesta del secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, el Congreso instituyó un banco central, el Bank of the United States, con un capital de 1 0 millones de dólares, suscrito por el propio Congreso y por accionistas privados. Durante veinte años tuvo el privilegio de la emisión de billetes, gestionó los pagos y las recaudaciones por cuenta del gobierno, y se ocupó del control de los bancos privados de Estados Unidos. Sus billetes, que eran reembolsables a la vista en moneda metálica, no tardaron en obtener gran éxito, porque ponían fin a la escasez de moneda. Se abrieron numerosas filiales, pero el control de los pequeños bancos estatales se vio muy obstaculizado. En concreto, se consideraba un atropello intolerable la facultad que el Congreso reconoció a los directivos del Bank of the United States, de no aceptar los billetes de un banco local cuando no lo considerasen fiable. Nada menos que Thomas Jefferson capitaneaba este , @partido contrario al banco central, al que se adherían también los terratenientes del Sur. Cuando venció la autorización por veinte años para la emisión de billetes, esta coalición consiguió bloquear la renovación. Durante la guerra contra Inglaterra, de 1812 a 1814, los pequeños bancos se encontraron en graves dificultades, y se dejó sentir de nuevo la necesidad de una presencia bancaria central fuerte. El Banco de Estados Unidos se refundo, con un capital aumentado, y las emisiones de papel moneda se reanudaron. Pero existía un enfrentamiento de fondo entre los empresarios industriales y los grandes comerciantes del Este, por una parte, y los colonos que avanzaban hacia el Oeste, por otra, y ello condujo al desdoblamiento del sistema bancario americano, que duró hasta 1921. A los primeros les era útil un fuerte banco central, capaz de gestionar créditos elevados y complejas operaciones financieras, en tanto a los segundos les interesaba la difusión por doquier de pequeñas agencias locales, especializadas en créditos a corto plazo. Sólo estas últimas, en efecto, podían garantizar a los pioneros financiaciones fáciles y rápidas, mediante emisiones de billetes. Y de hecho hubo muchísimas, aun en los lugares más remotos. En torno a 1860, circulaban en Estados Unidos millares de tipos distintos de billetes, emitidos por pequeños bancos locales, sin que faltaran las quiebras. La vida de estas entidades estaba estrechamente ligada a la suerte de los pioneros.
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