El uso del papel moneda y la inflación

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Las primeras experiencias con billetes de banco fueron catastróficas. Prácticamente todos los gobiernos que adoptaron este nuevo tipo de circulante cayeron en el fatal error de emitir billetes en cantidad tan elevada que ocasionaron una sensible pérdida de su valor. A veces las emisiones excesivas se manifestaron como el único camino posible cuando la situación económica resultaba incontrolable. Han sido muy frecuentes las circunstancias de este tipo en los dos últimos siglos, y recientemente se han repetido en diversos países, sobre todo en Sudamérica, por ejemplo en el Brasil y en la Argentina, y entre los Estados del ex bloque comunista, incluida la hoy disuelta Unión Soviética.

La inflación en América Latina

Muchos expertos vinculan las actuales hipeñnflaciones de los países de América Latina a su elevadísima deuda externa. En este caso, la culpa se reparte equitativamente entre quienes gestionaron los préstamos, esto es, los gobiernos de esos Estados y quienes se los concedieron. Se trata de una larga historia que se inició en 1973, cuando se hizo evidente la completa dependencia del mundo occidental de los suministros de petróleo de los países árabes. Aquel año, la OPEP, la organización que reúne a los Estados productores del oro negro, decidió golpear a las naciones occidentales, culpables de sostener políticamente a Israel. Una de ¡as primeras disposiciones fue la cuadruplicación del precio del petróleo, que permitió a los países árabes acumular en pocos años enormes capitales, del orden de decenas de miles de millones de dólares, que en parte gastaron en rearmarse, mientras que la proporción más elevada se depositaba en los principales bancos europeos, especialmente en los ingleses. Europa vivía un período de gran depresión económica, debida a la llamada estanflación o suma de los efectos del estancamiento y de la inflación. En esta fase el desarrollo económico se detiene: la demanda disminuye, caen la producción y la exportación y aumenta el paro. A ello se añaden los efectos de la inflación, esto es, la pérdida del poder adquisitivo de la moneda y la consiguiente alza de los precios. En esta situación, los bancos europeos, y en parte también los de Estados Unidos, tenían notables dificultades para colocar las elevadas sumas depositadas por los productores de petróleo. Las instituciones de crédito optaron por conceder préstamos a los países del Tercer Mundo, que precisaban de todo y carecían de medios para pagar las importaciones de petróleo. Estos préstamos implicaban notables riesgos, porque pocas de las empresas que operaban en esas naciones tenían posibilidades de garantizar el pago de los intereses y el reembolso del capital, Por este motivo, los banqueros prefirieron prestar los fondos directamente a los gobiernos y a las empresas públicas, Entre las numerosas peticiones, se escogieron algunos Estados considerados relativamente más seguros, y entre ellos los de América latina. A los préstamos se les aplicaba una tasa de interés que tomaba en cuenta la solvencia del país deudor. Los bancos públicos que otorgaban los préstamos empleaban bastante tiempo para conceder las sumas: en efecto, reclamaban garantías sobre la estabilidad política y la aplicación de planes concretos de inversión para el desarrollo y la industrialización. Los bancos comerciales, con numerosas filiales en todo el mundo, aplicaban, en cambio, métodos más rápidos, con lo que el número de beneficiarios de los préstamos aumentó notablemente. Al cabo de pocos años, el monto de la deuda de los países en vías de desarrollo superó los 70. 000 millones de dólares, y empezaron a surgir dudas acerca del abono de los intereses y, sobre todo, de los capitales prestados. Para complicar la situación, estalló la revolución iraní; al faltar temporalmente su elevada producción de petróleo, el precio de este combustible se duplicó. Las consecuencias más manifiestas afectaron precisamente a los Estados de América latina, en gran parte gobernados por dictaduras, que comenzaron a declararse insolventes. Fue necesario diferir los vencimientos y conceder más créditos, pero las inestables y débiles economías de esos países no podían soportar el peso de los enormes intereses que, acumulados, elevaron la deuda a más de un billón de dólares, en gran parte, hoy puede afirmarse, irrecuperables.

Convivir con la inflación

Los casos de hiperinflación son normales en países como el Brasil, la Argentina o el Perú, hasta el punto de que cabe hablar de una convivencia con la inflación, que agrava la ya dolorosa situación de los estratos menos pudientes. Hoy día, es del todo normal para los habitantes de estos lugares, vivir directamente la progresiva reducción del valor de su moneda, mediante el creciente número de ceros que aparecen en los billetes. Los préstamos @, diseñados no sólo causaron la hiperinflación y la continua renovación de la moneda: detrás del pago de los enormes intereses acumulados está, por citar uno de los ej’emplos más espectaculares, la explotación de la Amazonia, cuya madera es uno de los bienes más preciosos puestos en venta por el Brasil precisamente para afrontar las deudas. Pero no fueron sólo los países endeudados los que sufrieron las consecuencias del nefasto mecanismo de los préstamos, sino también numerosas instituciones de crédito. En efecto, las más pequeñas de entre éstas empezaron a quebrar a comienzos de los años ochenta. Todo ello demuestra hasta qué punto es frágil el sistema monetario y bancario, y cuán delicadas y amplias son sus conexiones. Obviamente, la inflación no la provocan sólo los préstamos a sistemas políticos y económicos inestables. Entre las demás causas importan~ tes, las guerras han desempeñado un papel relevante. Un terrible ejemplo lo brinda la ex Yugoslavia, donde la guerra civil está asestando literalmente el golpe de gracia a la ya desastrosa economía. El dinar yugoslavo nunca fue una moneda fuerte: ya a finales de los años ochenta, el hundimiento del sistema económico socialista adoptado en Yugoslavia, aunque más descentralizado respecto de los poderes que las demás economías colectivistas, provocó una inflación galopante. Para hacer frente al enorme aumento de los precios, el Banco nacional hubo de aumentar progresivamente el valor nominal de su papel moneda, hasta el punto de que a finales de 1989 circulaban billetes de 500. 000 y 1. 000. 000 de dinares. En 1990, cuando la guerra civil ya estaba en puertas, apareció la última serie con los epígrafes en las cuatro lenguas oficiales: serbio, croata, esloveno y macedonia. Se llevó a cabo a toda prisa una reforma monetaria, que instituyó el nuevo dinar, correspondiente a 1 0. 000 viejos, pero se trató de una medida escasamente práctica. En 1991, Eslovenia y Croacia declararon la independencia, y Bosnia hizo lo mismo el año siguiente, desencadenándose con ello la guerra civil, acaso latente desde hacía muchos años, entre otras causas por el resentimiento de la mayoría de la población hacia el gobierno comunista de Beigrado. La concurrencia de los desdichados efectos de la guerra y del embargo decidido por las Naciones Unidas, ha impulsado al Banco estatal de la nueva Federación yugoslava, formada por Serbia y Montenegro, a emitir un billete de 50. 000 millones de nuevos dinares, para hacer frente a una hiperinflación que, en 1993, alcanzó ¡el 1. 000 % mensual! Desde hacía décadas no ocurría en Europa algo parecido. Otras deudas, contraídas forzosamente por Alemania al término de la Primera Guerra Mundial, causaron una de las inflaciones más espectaculares de la historia. El tratado de Versalles, de 1919, impuso a aquel país el pago de reparaciones de guerra por valor de 132. 000 millones de marcos oro, como los que circulaban antes del conflicto, una cifra disparatada que, obviamente, jamás se pagaría. Alemania estaba económicamente de rodillas. El gobierno se vio obligado a emitir una cantidad creciente de papel moneda que perdía valor a una velocidad de vértigo. El ritmo demencia¡ de la inflación viene testimoniado por el cambio del marco respecto al dólar: en 1919 por un dólar se pagaban 16 marcos, mientras que en 1922 esa cantidad había ascendido a 7. 650. En 1923, el año más trágico, el cambio se incrementaba de mes en mes: de junio a agosto un dólar pasó de valer 75. 000 marcos a 1. 100. 000, en octubre valía ya 242 millones, y en noviembre llegó a los 4, 2 billones. Los billetes emitidos por el Reichsbank se imprimían en valores de millones, miles de millones y billones. En diciembre de 1923 circulaban casi 500 triliones de marcos, a los que cabe añadir una cifra acaso superior en forma de notgeld, o sea moneda de emergencia. Al término del segundo conflicto mundial, en Hungría sucedió algo peor. En el transcurso de los primeros meses de 1946, la pérdida de valor de la moneda nacional, el pengo, alcanzó niveles insólitos: se llegó a imprimir el valor de mil millones de B-pengo, o sea ¡mil billones de pengo!

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