El exceso de emisiones de papel moneda afectó también a la Rusia de Catalina 11 la Grande (1729-1796), la emperatriz que, como ya con anterioridad Pedro 1 el Grande (1672-1725), fue la artífice del poderío ruso. La historia de la Rusia moderna se inicia, en efecto, precisamente con ese zar, que durante su reinado adoptó una serie de importantísimas reformas para hacer salir el Estado del profundo atraso que lo convertía en el farolillo de cola de las grandes potencias europeas. Francia, Prusia e Inglaterra, gracias a la contribución de los científicos y de los reformadores de la naciente Ilustración, ya estaban dispuestas a convertirse en naciones modernas en el sentido más amplio del término. Rusia, en cambio, seguía siendo, sustancialmente, una nación de campesinos, analfabetos en su casi totalidad. Faltaba una burguesía que desarrollara la industria y el comercio. Además, la estructura del Estado era aún de tipo feudal, con el poder concentrado en manos de los poderosos terratenientes.
Las reformas de Pedro I
En primer lugar, Pedro I trató de reorganizar la maquinaria administrativa del Imperio, y a continuación se lanzó a una profunda modernización. Al principio, este papel moneda podía cambiarse por plata, pero los problemas comenzaron en 1802, cuando se suspendió la convertibilidad. Para obviar esta pérdida de valor, el gobierno decidió suspender por cierto tiempo la acuñación de moneda metálica, con objeto de incentivar el uso de los billetes. Las assignatisii tenían un curso estabilizado por la marcha del mercado, o sea que se cotizaban en bolsa, y en este período su valor real permaneció ligeramente inferior al valor nominal. Una ley de 1812 convirtió este papel moneda en un medio legal de pago también entre particulares, con lo que ya nadie podía negarse a aceptarlo. La circulación legal de monedas metálicas y de papel planteaba, sin embargo, un grave problema: dado que el curso de las assignats era variable, con ocasión de cada pago era necesario acordar entre las partes la relación de cambio entre moneda y papel moneda. Esta relación variaba de una ciudad a otra, y a menudo de día en día. Además, cuanto mayor era el número de assignats emitidas, más se incrementaba el precio de la plata. Para tratar de que descendiera, el Ministerio de Finanzas dejó de aceptar la plata acuñada para el pago de impuestos, resolución que provocó graves inconvenientes, pues en algunas provincias el metal blanco era el único tipo de circulante. Aunque continuó creciendo el agio, las necesidades obligaron al gobierno ruso a mantener las emisiones, creando así inflación.
Las emisiones secretas
Para tratar de frenar la pérdida de valor del papel moneda, en 1810 el gobierno puso a punto un plan de reforma radical. En primer lugar, prometió solemnemente que ya no se emitiría más, y luego programó su retirada gradual para hacer aumentar su curso hasta llegar a la paridad con la moneda metálica. Por último, las assignats serían definitivamente apartadas de la circulación. El zar Alejandro 1 se comprometió asimismo a garantizar su valor con el patrimonio público. La aplicación del proyecto deparó algunas sorpresas desagradables. Después del anuncio de 1 81 0, en realidad el gobierno continuó emitiendo secretamente enormes cantidades de assignats, por lo que su curso aumentó de modo inexorable. Al final de 1810, estos billetes llegaron a tener un valor real que sólo correspondía al 19 % del nominal, y para obtener un rubio de plata hacían falta no menos de 520 copecs en asignados. Dos años después, Napoleón marchaba hacia Moscú y nadie dudaba de la victoria francesa. Estas vicisitudes políticas hubieran debido provocar una notable devalua ción del rubio en el mercado internacional, pero, extrañamente, no fue así. En junio de aquel año, el rubio de papel se cotizaba en Londres a 16 peniques. En el otoño siguiente, con Napoleón ya en Moscú, la cotización había aumentado a 25 peniques. Los comerciantes ingleses que importaban de Rusia cáñamo, sebo y lana acapararon moneda de ese país por temor a que después de la invasión francesa las exportaciones de dichos productos quedaran bloqueadas a causa del embargo establecido por Napoleón contra la odiada Inglaterra. Las ingentes adquisiciones efectuadas con antelación habían convertido a los ingleses en deudores de Rusia por elevadas sumas de dinero, y para pagarlas se registraba en la Bolsa de Londres una fuerte demanda de efectos cambiarios y de papel moneda rusos. Por el contrario, la oferta de estos títulos disminuía de un día para otro, dado que los comerciantes rusos ya no compraban mercancías inglesas por temor a que, en caso de victoria francesa, se mandaran quemar como represalia. Sucedió, pues, que al aumentar la probabilidad de la conquista de Rusia por Napoleón, el curso de las assignats en el mercado inglés aumentó, mientras que después de la derrota, la recuperación de la normalidad de los intercambios comerciales entre Rusia y Gran Bretaña provocó su descenso. En Rusia, por el contrario, el avance de los franceses hizo bajar el valor de las assignats, entre otras razones porque los invasores las falsificaron en gran número. Puede decirse que las assignats murieron de muerte natural y cayeron en desuso en 1839, después de que en los últimos años 100 rubios de papel llegaran a cambiarse por 25 de plata. Se trataba de un valor muy bajo, pero al fin y al cabo no despreciable si se piensa en la auténtica pulverización que sufrieron los asignados franceses y los billetes del Banco de Viena.
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