Las monedas de Alejandro Magno
A comienzos del siglo V a. C., acuñaron moneda con su nombre los reyes de Macedonia, una región al norte de la Península helénica. Con Alejandro 1 (años 498-454 a. C.) se acuñaron las primeras dracmas y las primeras estateras, que presentan un jinete con atuendo macedonia. Esta dinastía de los Argeadas, que dio hombres de la talla de Filipo II y Alejandro Magno, era considerada bárbara y extranjera por los griegos. En efecto, mientras la Península helénica registraba un constante progreso en los ámbitos social, económico y político, en Macedonia la población estaba constituida por agricultores y pastores, gobernados por una monarquía de tipo semifeudal, que había contribuido muy poco al desarrollo de su sociedad. Sólo con Filipo II (años 359 a 336 a. C.), precisamente mientras Grecia atravesaba una de sus más profundas crisis políticas, la monarquía macedonia se consolidó y se modernizó sobre la base del conocimiento y la conciencia de la validez de la cultura helénica, que se convirtió en el cimiento de la gran renovación en Macedonia. La adquisición de una salida al mar, con la anexión de las ciudades griegas del golfo Termaico, de la península Calcídica y de la costa trácica, junto con la posibilidad de explotar las minas de oro del Pangeo, incorporaron Macedonia al gran tráfico comercial y le permitieron disponer de muy notables medios financieros. En efecto, la moneda de oro, excepcional en el mundo griego, se hizo ya habitual bajo Filipo II: recordemos las estateras con la cabeza de Apolo en el anverso y la biga al galope en el reverso, que lleva también el nombre del soberano. Zeus en el anverso, y en el reverso un caballo montado por un jinete desnudo, con una palma, o un soldado con atavío macedonia, constituyen los tipos elegidos para las dos caras de los tetradracmas de plata, con explícita referencia a la descendencia de la divinidad griega, según el uso de las gentes nobles de la Hélade, con las que la dinastía macedonia ambicionaba equipararse. Zeus y su hijo Heracies son, pues, los prestigiosos antepasados de Filipo II y de su hijo Alejandro quien, tras su acceso al trono en el año 336 a. C., adopta para las monedas de plata la iconografía de Heracles tocado con la piel del león. En el reverso aparece de nuevo Zeus entronizado, con el águila y el cetro. Las estateras de oro, muy difundidas durante el reinado de Alejandro, llevan en el anverso la cabeza de Atenea vuelta hacia la derecha, con yelmo corintio ornado con una serpiente enroscada, y en el reverso la Nike (personificación de la victoria) con corona y lanza. El soberano macedonia continúa el ambicioso y previsor plan de su padre, Filipo li, tratando de asentar la hegemonía macedonia en Grecia. Educado por el gran filósofo Aristáteles, Alejandro muestra un profundo respeto por la cultura y la civilización griegas, y está convencido de que la necesaria renovación política debe llevarse a cabo bajo la égida de la siempre viva tradición helénica clásica. El sueño de un reino universal se hace pues realidad en la creación de un imperio que va de la Península griega a los valles del lndo (cerca del actual Pakistán), ocupando regiones de ilimitada riqueza material y cultural. En su fulminante conquista de regiones como Asia Menor, Mesopotamia, Egipto y territorios desconocidos e inaccesibles como los actuales Afganistán, Uzbekistán y Tadjikistán, Alejandro funda ciudades que llevan su nombre (recordemos, entre ellas, la Alejandría de Egipto, destinada a convertirse en poco tiempo en el centro más populoso y rico de Oriente) en las cuales deja guarniciones militares y un aparato burocrático que modifica profundamente aquellas regiones, donde antes prevalecían el nomadismo y una economía muy primitiva. Alejandro confiere nuevo impulso a la atrofiada economía del mundo griego y oriental, poniendo en circulación una apreciable cantidad de dinero, a través de los gastos del ejército, imponentes obras públicas, los premios a los veteranos y la soldada a los mercenarios. El problema de las monedas de Alejandro Magno radica precisamente en la dificultad de identificarlas, dada la pluralidad de las cecas que emitían monedas con su nombre. En conjunto, sin embargo -y en esto hallamos una gran novedad y una profunda renovación respecto a la tradición griega-, se puede hablar de una moneda uniforme aun en su multiplicidad, unificada en los tipos y en los pesos, basada en el uso del oro y la plata, como para representar la unión de la civilización persa, más dada a la utilización del oro que la griega (recordemos la producción de los daricos), cuya moneda se basaba en la plata. Con el propósito de simplificar y unificar los diversos sistemas ponderases griegos, Alejandro adoptó el pie ático para todas sus monedas.
El imperio universal
Del análisis de los tipos monetales de Alejandro se obtienen numerosísimos datos de su programa político y de su ambicioso designio de crear un imperio universal. En los tetradracmas, es muy hermoso el rostro masculino vuelto hacia la derecha, con la piel del león con el que luchó y al que venció Heracies en uno de sus proverbiales trabajos, colocada a guisa de yelmo. La expresión, muy intensa, transmite un mensaje de resolución, poder y nobleza, dotes todas ellas necesarias para quien se propone ser un gran conquistador, capaz de empuñar con fuerza las riendas de casi todo el mundo civilizado de entonces. Se reconoce con bastante unanimidad que esta figura masculina es precisamente Alejandro. Resulta indudable que los rasgos son muy característicos, pero en cualquier caso el retrato no se aparta mucho de otras personificaciones de divinidades que ya hacía tiempo figuraban en las monedas griegas, como, por ejemplo, el perfil de Zeus en un tetradracma acuñado por Filipo li, padre de Alejandro. La idea de Alejandro Magno consistía en adscribirse a una tradición sólida tanto en Occidente como en Oriente, e insistir en esta dirección incluso en el ámbito monetario, entonces más que nunca instrumento ideal de divulgación y propaganda. Sirviéndose de una imagen que no rompiera demasiado con la tradición y que además se remitiera explícitamente a una descendencia olímpica, el objetivo podía considerarse cubierto en Grecia, muy vinculada a sus propias divinidades y desde hacía tiempo habituada a verlas representadas en las monedas. Alejandro debía contar, sin embargo, con la tradición oriental, que deseaba ver a su soberano identificado con una divinidad. En Egipto se hizo coronar faraón, obteniendo del oráculo de Amón la investidura y la confirmación de ser hijo del dios. También para estas áreas geográficas la elección iconográfico de AlejandroHeracies tuvo un impacto muy positivo y respondía a la tradición. Por ello tendemos a conservar una imagen idealizada, la que aparece en los tetradracmas de Alejandro, aun reconociendo que representa algo nuevo en aquel proceso hacia la veracidad naturalista que conducirá a los retratos propiamente dichos. Éstos los hallaremos unos años después en los bustos de los diádocos y de los epígonos de Alejandro (los sucesores que se repartieron el inmenso territorio de sus conquistas), que mucho más que él precisaban ser reconocidos en sus fisonomías para poder mantener la autoridad. Alejandro era un símbolo, representaba el poder constituido y poco importaba cuáles fueran sus verdaderos rasgos; pero cuando la autoridad se pone constantemente en discusión, cuando son frecuentes y repentinas las sucesiones de los soberanos en el poder, como sucedió después de la muerte de Alejandro, se vuelve más importante divulgar con precisión la imagen de quien ostenta ese poder. Volviendo a los tetradracmas, observemos el muy interesante reverso que representa a Zeus entronizado y con los símbolos de su poder: la figura, aun evocando la famosa estatua de Fidias (segunda mitad del siglo V a. C.), presenta los cánones artísticos de la cultura helenística, que privilegian el movimiento, el claroscuro y cierta dramatización. En efecto, aunque la divinidad se representa en posición sedente, no resulta en absoluto estática: un pie está adelantado con respecto al otro, el torso aparece en tres cuartos, los pliegues de la vestidura quedan resaltados, y los brazos no se accionan de manera simétrica.