A menudo se ha subrayado el papel relevante que los pueblos germánicos tuvieron no sólo en la disolución del Imperio romano, sino también en la evolución social y política subsiguiente y en los acontecimientos que llevaron a la creación de nuevas estructuras y a cambios radicales en la historia de Europa. En el seno del complejo grupo de los germanos, emergieron con pujanza los francos, pueblo que había ocupado en el siglo ¡v gran parte de la Galia romana. Esta etnia, compuesta por varias tribus, halló su identidad y su unidad política con Ciodoveo (años 482-51 l), nieto de Meroveo, de quien tomó su nombre la dinastía de los merovingios. Un factor decís¡vo en el relevante papel que luego desempeñaría dicha dinastía en la historia europea fue, sin duda, la conversión al catolicismo de Ciodoveo y, con él, de todo su pueblo. Con esta iniciativa, motivada por razones claramente políticas, el rey franco se ofrecía como aliado ideal del papado y se ganaba el favor del emperador de Bizancio. Gracias a ello, consiguió que su pueblo progresara y se organizara en paz. Este fue el punto de partida de la transformación de los francos en un componente básico del desarrollo de la civilización medieval.
Unos reyes eficaces
Los francos, caracterizados por una organización interna eficaz y articulada, y dueños de unalas regiones más ricas y fértiles de Occidente, bajo Pipino de Heristal (años 687-714) podían gloriarse de un reino de gran extensión y de envidiable unidad. Destronados los soberanos merovingios (llamados reyes holgazanes), Pipino (fundador de la dinastía de los Pipínidas, llamados luego carolingios) creó un reino que comprendía casi toda la Francia actual y parte de Alemania. También se mostraron capaces y hábiles sus sucesores, entre los que destacan su hijo Carlos (años 714-741), a quien se debe la victoria sobre los árabes en Poitiers, triunfo que le valió el sobrenombre de Martei, o sea pequeño Marte; y su nieto Pipino el Breve (años 751-768), que concluyó una importante alianza con el papado, destinada a dar frutos políticos importantes. No menos relevante fue la obra del hijo de Pipino, Carlos, llamado luego Carlomagno (años 768-814), que continuó la trayectoria política y militar de sus antecesores. A Carlomagno se debe ante todo la derrota de los lombardos, sometidos a los francos en el año 744, con lo que halló su fin uno de los Estados bárbaros que ocuparon Italia tras la caída del Imperio romano, Pero el reflejo político más importante de esta empresa fue el reforzamiento de la alianza con el Papa, entonces Adriano 1 (años 772-795). Carlos pudo, pues, continuar sus conquistas en nombre de la difusión y salvaguardia de la religión católica. Muy pronto casi toda Europa centrooccidental quedó bajo la hegemonía franca, y el poder de Carlos se consagró la Nochebuena del año 800 en Roma, cuando el pontífice León 111 (años 795-816) lo proclamó . Nacía así aquel @, Sacro Imperio Romano, de relevancia política e histórica fundamental, que, a través de alternativas y complejas vicisitudes, se prolongó hasta Napoleón Bonaparte, en los primeros años del siglo XIX.
El sacro imperio romano
En los tres términos que definen el nuevo reino , imperio, sacro, romano) se encierra todo un universo de historia, valores y mensajes que, en la sociedad de la época, tenían un peso y una validez notables. Ante todo, resulta evidente el deseo de recrear, al menos de palabra, un imperio, término por entonces sinónimo de centralismo político y burocrático, de una unidad que en aquellos años debía sonar como el remedio a la gran dispersión y a la disgregación que, a todos los niveles, habían convulsionado la civilización occidental. El hecho de que para definir un modelo de unidad, grandeza, fuerza y poder se desempolvara el mundo romano, indica el peso que seguía teniendo la gran tradición de la civilización latina, capaz de servir de modelo y de concitar las fuerzas más vitales de un mundo que, en cambio, parecía precipitarse en la ruina. El término que más se aproxima a la realidad del siglo ix quizá sea , ya que encierra el propósito de subrayar que no se trataba sólo de una ceremonia religiosa, sino también del nacimiento de un nuevo reino basado en los dogmas del catolicismo, en sus valores y en su acción fecunda y dinámica. La bendición del papado era la sanción definitiva a la existencia del Imperio. En realidad, el mundo carolingio era muy distinto del romano: el Imperio de Carlos se gobernaba como una propiedad repartida entre unos pocos nobles que la poseían y administraban, impartiendo incluso justicia. La relación entre estos notables y el emperador se basaba en la máxima fidelidad y lealtad, por más que la figura de Carlos ya no se consideraba símbolo y ejemplo para todos los súbditos. En el seno de esta realidad, muy viva y a la búsqueda de una nueva identidad, no se advierte sin embargo una reanudación de la actividad económica ni del uso de la moneda.
Las monedas ‘pobres’ de los francos
En el territorio de los francos se asiste de este modo a un progresivo empobrecimiento de la iconografía y del valor intrínseco de las monedas que, cada vez más raramente acuñadas en oro, con el tiempo se devalúan. En época merovingia, las primeras monedas (primera mitad del siglo vi) siguen imitando los tipos de Anastasio y Justiniano, que habían circulado largo tiempo en los dominios de los francos. Luego aparece el monograma de Cristo, a fin de testimoniar el vínculo que se había establecido con el papado. En las primeras décadas del siglo VII, reaparece, si bien de manera muy degradada desde el punto de vista artístico, la figura humana esquematizada (no cabe hablar, ciertamente, de retrato), con ropajes propios de los antiguos romanos. Al igual que sucediera en determinado período en el área oriental-bizantina, sólo se halla la figura de la cruz. A partir del año 700 no aparecen más que monogramas que distinguen las monedas. En época merovingia, el comercio era muy restringido, y las monedas servían principalmente para pagar impuestos (que a menudo se liquidaban fundiendo piezas acuñadas). La producción estaba caracterizada, en cualquier caso, por las cecas itinerantes, que producían monedas muy toscas, y por la proliferación de talleres cuyo trabajo y legitimidad eran muy difíciles de controlar. Había cecas adscritas a los monasterios, las sedes episcopales y a las ciudades (Noyon, Burdeos, Poitiers, Chalon-surSaone y otras muchas).
La intervencion de Carlomagno
En tiempo de Carlomagno, la realidad económica aún se presenta más crítica que bajo los reyes merovingios: la actividad productiva de las ciudades, ahora prácticamente despobladas, casi había desaparecido, y el expansionismo del mundo árabe en el Mediterráneo había bloqueado casi todos los intercambios entre Oriente y Occidente, Las constantes epidemias de peste y las hombrunas diezmaron la población, llevando a Europa a un momento crítico. Los caminos y las vías fluviales eran impracticables, por estar infestadas de bandidos y por su estado de abandono. Además, la organización feudal, en la que se basaba el mundo carolingio, se caracterizaba por la autosuficiencia, con el resultado de una economía estática y cerrada. En semejante situación, Carlomagno trató de poner orden en una producción monetaria pobre y confusa (los pesos y la ley variaban continuamente), introduciendo ante todo el monometalismo, esto es, aboliendo las emisiones de oro e incrementando las de plata: el @ se convirtió en la unidad monetaria carolingia. Merece destacarse que la elección de este nombre remite una vez más al mundo romano. Al denario se le reclamaba pureza en el metal y uniformidad en el peso. Estas co diciones coincidieron con la reforma de los pesos. Además, se prohibió acuñar moneda fuera del palacio imperial. Desde un punto de vista meramente formal, a partir de Carlomagno (y luego con todos sus sucesores), se recuperó la iconografía del retrato, que, hasta aquel momento, sólo podían adoptar con legitimidad los emperadores de Oriente. La fórmula es la muy clásica del busto drapeado, con la cabeza ceñida con una rama de laurel, a fin de subrayar también en esto la continuación ideal respecto a la tradición romana antigua. Precisamente en estos años se asiste al llamado renacimiento carolingio, que significó un discreto despuntar de actividades artísticas como la arquitectura, la escultura y la pintura, con especial dedicación a la orfebrería y a la miniatura, disciplinas muy afis al grabado para la producción monetal. También en estas monedas se encuentra en el reverso la iconografía de un templo tetrástilo (de cuatro columnas) coronado por una cruz, que tal vez pretendía reproducir la basílica de San Pedro de Roma, lugar donde Carlomagno había recibido la investidura imperial. Es interesante la leyenda junto a la imagen (leyenda presente en otras muchas monedas, las cuales inluyen sólo la cruz), que remite por enésivez de modo explícito a la esencia religiosa del mandato CHRISTIANA RELIGIO (religión cristiana). La costumbre que se había impuesto bajo los merovingios, esto es, la multiplicación de los centros de producción de monedas, tendía a continuar bajo los carolingios, ya fuera por necesidad real o por afirmación de poder y riqueza. En el año 864, en virtud del importante edicto de Pitres, Carlos el Calvo, uno de los herederos de Carlomagno (los otros fueron Lotario y Ludovico) redujo las cecas a nueve y fijó rígidamente los tipos que debían adaptarse: en el anverso el nombre del rey, dispuesto en leyenda circular, el monograma o la cruz; y en el reverso la indicación de la ciudad y la cruz. En estas monedas aparece a menudo el lema , , que significa que el poder regio del soberano provenía directamente de Dios. Otra leyenda, afín en el mensaje y no menos interesante, es munus divinus (munus, significa en latín don, regalo), que se encuentra en algunas rarísimas monedas de oro del período de Ludovico Pío (años 814840), tercer hijo de Carlomagno y su sucesor. La leyenda aparecía siempre estrechamente vinculada a la corona de laurel, símbolo de la dignidad imperial.
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