Las monedas de los reyes ingleses
Sin duda, el primer término numismático que acude a la mente cuando se trata de Gran Bretaña es esterlina. Este fue, en efecto, el nombre de una de las primeras monedas inglesas que circularon en época medieval: se trataba de una pieza de plata, probablemente acuñada en tiempo de Enrique III (1216-1272), que llevaba el retrato del rey, estilizado y de frente. Es interesante señalar que esta moneda nacional aparece coincidiendo con el ambrogino de Milán y el matapán de Venecia, en un momento en que se da gran importancia y se confiere impulso a las nuevas identidades nacionales, en expansión y fermento tras la disolución del último imperio universal de concepción antigua.
La libra esterlina
Se considera que la palabra esterlina deriva de Easterling, o sea que significa moneda de Oriente, puesto que los maestros de ceca que la acuñaban procedían de tierras orientales, o sea de Alemania y Holanda. Antiguamente, el término designaba tanto la moneda como un peso monetario, y se empleaba sterling refiriéndose tanto al penny moneda como al pennyweight (peso), El penny (plural pence) es la moneda anglosajona más antigua, con todas las características del dinero de origen romano, y se remonta al siglo vni. Anteriores a la aparición del penny son las monedas llamadas sceatte, de sceat o schet, que en la antigua lengua anglosajona tenía diversos significados: plata, valor, oveja y ganado, En casi todos los idiomas, el término genérico dinero se relaciona con la posesión de rebaños: por ejemplo, pecunia deriva del latín pecus, o sea oveja, rebaño, cabeza de ganado. La primera moneda ciertamente inglesa fue acuñada en el año 886 por orden del rey de Wessex Alfredo el Grande: se trata de una tradición más que milenaria. Hoy la palabra esterlina se añade a todas las monedas de curso legal: libra esterlina.
Las monedas de eduardo I
Del siglo XIII, y concretamente del reinado de Eduardo I, entre 1279 y 1285, data una serie completa de monedas de plata: el groat (de un valor de 4 pence), el penny, el medio penny y el farthing, o sea un cuarto de penny. Hasta aquel momento, la producción británica había sido muy sencilla y monótona: se representaba al soberano de manera muy estilizada, de frente o de perfil, característica propia de casi todas las monedas de los pueblos bárbaros, como las celtas o de origen centroeuropeo. Además, como hasta aquellos años las monedas no tenían características muy precisas, y a la vez había necesidad de numerario de bajo valor para las transacciones modestas, la población estaba acostumbrada a fragmentar los pence en varias piezas cuyo valor no se controlaba ni era uniforme. Bajo Eduardo I (1272-1307) se introdujeron otras importantes novedades: ante todo sólo se Indicaron en las monedas los signos de la ceca (y ya no las siglas de los maestros de ceca), La única excepción la constituyó la ciudad de Bury, donde aparece todavía el nombre de Robert de Hadleight. Además, el soberano estableció que los talleres de la ceca londinense tuvieran como única sede la Torre de Londres, y además que garantizaran la autenticidad y la calidad. En el Reino Unido, donde las diversas tribus habían empezado a acuñar moneda antes de la conquista romana, abundaban las cecas: hacia el año mil parece que había 75. Las nuevas condiciones políticas (la conquista normanda del año 1066), unidas a razones de seguridad y calidad, hicieron disminuir poco a poco los talleres, hasta el punto de que hacia el siglo XIV la ceca de Londres era, prácticamente, la única activa. Con Eduardo VI (1547-1553), los escasos talleres, que además trabajaban a ritmo reducido, tuvieron que cerrar y desmontar su maquinaria. De este modo, la ceca londinense quedó como la única activa a efectos oficiales y legales. Las innovaciones introducidas por Eduardo I fueron tan profundas, que sus monedas permanecieron prácticamente incambiadas hasta el 1500. Además, la calidad de tales piezas y la consiguiente buena acogida en los diversos mercados hicieron que proliferaran las imitaciones, sobre todo en Flandes.
El noble de Eduardo III
Las primeras monedas de oro de categoría europea se deben a Eduardo III (1327-1377): en 1346 se emitió el noble, en un sistema que comprendía el medio y el cuarto de noble. La imagen escogida para el anverso es muy hermosa: el rey, con la espada desenvainada y provisto de escudo, gobierna una nave que surca las olas del mar. La escena, muy elaborada y cuidadosa de los detalles, tuvo éxito entre los ingleses sobre todo porque representaba su supremacía marítima. La misma imagen recogía un episodio afortunado de la flota inglesa: la victoria naval de Sluis en 1340. Son muy interesantes las leyendas que acompañan a estos nobles: antes de 1360, año del tratado de paz de Brétlgny con Francia, por el cual el rey renunciaba a sus pretensiones sobre la corona francesa, hallamos los títulos de rey de Inglaterra y de Francia y señor de Irlanda. En las emisiones llamadas Treaty, de 1360 a 1369 (año de la reanudación de la guerra), período de tregua presidido por la acérrima enemistad francesa, Eduardo III abandona el título de rey de Francia. En las monedas aparecen sólo los títulos de rey de Inglaterra y señor de Irlanda y de Guyena, la región francesa de la que los soberanos ingleses eran feudatarios. En las emisiones posteriores a 1369, contemporáneas a la reanudación de la guerra por el trono de Francia, en las monedas de Eduardo III reaparece con todas sus letras rey de Francia. El siglo XV estuvo conmocionado por la guerra contra los franceses y por la contienda civil llamada de las Dos Rosas, que se prolongó 30 años (1455-1485). En esta centuria se sucedieron varios soberanos, pero la moneda inglesa no refleja especiales innovaciones ni cambios: siguen circulando el noble para las monedas de oro, y el penny y el groat como monedas de plata. Las dificultades políticas del momento se reflejan también en la cantidad de la producción, a menudo escasa y poco cuidada. Bajo Enrique IV (1399-1413) la falta de monedas de bajo valor determinó que circulara el soldino veneciano, introducido en Inglaterra merced a los intercambios comerciales, con el valor de medio penny. También aparece la afortunada iconografía del arcángel Miguel matando al dragón, en una moneda, el ángel, destinada a circular durante décadas junto a su mitad, el angelot.
Las monedas del renacimiento
En tiempo de Enrique VII Tudor (1485-1509) concluyó la tradición medieval y dio comienzo la renacentista: en 1489 apareció una de las monedas de oro más prestigiosas de la época, la soberana (sovereign). Esta moneda tenía dimensiones verdaderamente notables (unos 15,55 g) y una ley elevadísima (994/000), elementos que la convirtieron en una de las piezas de oro más buscadas. La iconografía del anverso presenta al rey en el trono, mientras que en el reverso hallamos la característica rosa que presenta en el centro el escudo regio. Enrique VII había tratado de mantener un período de paz para su pueblo, y gracias a medidas económicas y financieras muy meditadas, a su muerte la situación había mejorado decididamente. Durante su reinado se acuñaron muchas monedas de oro: además de los angels y los angelots, los royáis (reales), llamados también nobles de la rosa (rosenoble) porque en estas piezas, muy parecidas a los nobles, con el rey a bordo de la embarcación, destacaba una rosa en el campo. En 1504 apareció la gran novedad: siguiendo la pauta de las monedas renacentistas, también el soberano inglés se manda retratar en las suyas. Nace así el testoon (testón), antepasado del moderno chelín, al comienzo más de ostentación que pensado para circular. En 1507 aparece en el groat el perfil del soberano. Esta innovación se reservó en los primeros tiempos a la producción en plata. Bajo el famoso Enrique VIII (1509-1547), este tipo de moneda se hizo corriente, aunque aquel culto y refinado soberano, auténtico hijo del Renacimiento, inicialmente no modificó el retrato, dejando el de su padre. Durante su reinado, numerosos problemas afectaron a la economía y a las monedas: una masiva circulación de piezas falsas, la plaga del esquileo, la fuga del país de moneda buena y la importación de otra mala, dieron lugar a frecuentes debates parlamentarlos. Entre 1526 y 1544, el cardenal Thomas Wolsey dictó disposiciones para sostener y salvaguardar la moneda: entre otras medidas, se equipararon las monedas inglesas a las extranjeras, sobre todo a las francesas. La llamada corona de oro, de 22 quilates, fue sustituida por otra, la corona de la doble rosa, de 3,69 g de peso. También se introdujo la corona de la rosa, con un título muy elevado y con un valor igual al del escudo francés (3,23 g). La muerte del cardenal Woisey es un claro indicio de la personalidad de Enrique y del carácter inquieto de aquellos años: el prelado murió en prisión, acusado de haber osado incluir su emblema, el capelo cardenalicio, en los gruesos que había mandado acuñar como arzobispo de York. Estas monedas sólo podía acuñarlas el rey, y el episodio causó gran consternación entre el pueblo. Tras este episodio, el rey abolió el derecho de acuñar moneda, concedido a los arzobispos de York, Durham y Canterbury.
Las varias esposas del soberano
Es interesante y original el hecho de que en las monedas de Enrique VIII, famoso por sus numerosas mujeres, además de las iniciales del soberano se hallen también las de la esposa de turno. Los gravísimos problemas económicos que afectaban a la corte impulsaron al rey a bajar cada vez más la ley de las monedas: las de oro, de 958/000 llegaron a 883/000, mientras que para la plata la proporción de fino se precipitó de 771/000 a 333/000. En aquellos años aparecieron también el cuarto de ángel (1,29 g), y en 1544, un testón con una preciosa imagen de Enrique VIII, de 7,77 g de peso. Verdaderamente excepcional, este retrato del rey se asemeja mucho al famosísimo que le hiciera el pintor Holbein: el soberano aparece entrado en años; los rasgos, que acusan cierta obesidad, están ennoblecidos por una barba cuidada; la corona y la indumentaria suntuosa son propias de un hombre refinado, habituado a los lujos de una corte cuidadosa de las formas.
Lo curioso es que la moneda refleja esa última característica: si el retrato, obra del grabador Thomas Wrothesley, es muy hermoso, no es menos cierto que la moneda contenía poca plata y mucho cobre, hasta el punto de que las parles en relieve del retrato perdían muy pronto su brillo. El pueblo empezó a llamarla por este motivo vieja nariz de cobre. Especulando con la diferencia entre valor nominal y valor real, al parecer la corona obtuvo grandes ganancias, pero en realidad, a la muerte del rey el Estado se halló en una situación de terrible endeudamiento.
Durante el reinado de Eduardo VI (1547-1553), además de estar en circulación monedas de buena calidad junto a otras deficientes, coexistían piezas con el retrato de Enrique VIII y del jovencísimo Eduardo, todo lo cual creaba una situación muy confusa. Las monedas de Eduardo estuvieron caracterizadas por una fuerte impronta religiosa y por un elemento peculiar: la fecha, que, por vez primera en Inglaterra, apareció en las nuevas emisiones (1548).
Una moneda digna de especial atención es una pieza de plata, de peso verdaderamente notable (31,10 g), aunque de ley más bien baja (687/000). Representa en el anverso al rey a caballo, con la fecha bien visible debajo. En aquellos años aparecieron también, por vez primera, monedas de valor fraccionario: el sixpence y el threepence. Hay unas hermosas monedas con el retrato de la reina María I la católica (1553-1558), esposa del futuro Felipe II de España: según la usanza de las monedas españolas, en los chelines y en los sixpence de plata hallamos retratos enfrentados de ambos soberanos. En estas monedas son numerosas y evidentes las menciones a la religión católica, que dichos soberanos intentaron en vano de reintroducir en Inglaterra.
Las monedas más ricas
Bajo el largo y afortunado reinado de Isabel I (1558-1603), Inglaterra produjo una serie de monedas que se cuentan entre las más bellas y ricas de su historia. Soberanas, royal, angelot (con su mitad y su cuarto), todos de oro, presentaban una pureza casi absoluta (23,3 quilates). Las demás monedas de oro estaban hechas con el llamado oro de la corona, o sea que tenían un título de 22 quilates. Eran también muy numerosas las emisiones de plata, algunas de un tálero, un valor sumamente difundido, enriquecidas con hermosísimos perfiles de la reina. También en Inglaterra se introdujeron en estos años importantes innovaciones técnicas, de tal manera que la producción en nombre de Isabel puede dividirse en dos categorías: las batidas a martillo (hammered) y las acuñadas mecánicamente (milled coinage). En 1560 llegó de Francia una máquina que se movía con la fuerza de los caballos, y cumplía la función de preparar las láminas de metal antes de la acuñación propiamente dicha.
De Inglaterra a Gran Bretaña
En las monedas de Jacobo Estuardo (1603-1625), sucesor de Isabel, se refleja claramente el proceso de unificación de Escocia, Inglaterra e Irlanda. Las leyendas dan constancia con orgullo de este importante momento histórico y lo subrayan: hallamos, en efecto, el significativo título de Magnae Britanniae rex, o sea rey de la Gran Bretaña; y leemos la inscripción RACIAM EOS IN GENTEM UNAM (los convertiré en un solo pueblo) y la invocación TUEATUR UNITA DEUS, una fórmula para invocar sobre el pueblo unido la bendición divina (las monedas de oro de 20 chelines con esta leyenda se rebautizaron unites). Por desgracia, las dificultades económicas provocaron, también en este caso, una rebaja en el peso, y la unite de oro llegó a pesar 9,09 g frente a los 11,14 originales. En estas monedas se halla un hermoso retrato del rey clñendo la corona de laurel. De estos años es otra innovación consistente en la adopción de algunos símbolos que señalaban el origen del metal y las minas de las que éste procedía (para representar las minas de Gales, por ejemplo, se grababan unas plumas).
Carlos I (sucesor de su padre en 1625) hubo de hacer frente a uno de los períodos históricamente más difíciles de Inglaterra, una crisis que fatalmente tuvo repercusiones en las monedas: las emisiones de oro se vieron disminuidas en medida notable, aunque la belleza del retrato presente en estas piezas parece dar a entender que, en lo cultural, el país seguía siendo muy rico en fermentos, y encrucijada de artistas de gran valía. El autor de estos refinadísimos retratos es un francés, Nicolás Briot, grabador en París y excelente conocedor de las técnicas de acuñación. La guerra civil condicionó grandemente la historia de Inglaterra y su producción monetal. El país quedó desgarrado en dos, incluso en lo relativo a la emisión de numerario: el Parlamento continuó la producción en la Torre de Londres sin introducir cambios significativos, mientras el rey, huido de la capital, mandaba abrir cecas y acuñar moneda en las diversas ciudades en las que se detenía. Las piezas, una vez más, se convirtieron en soporte de proclamas, en caja de resonancia de las distintas posiciones de los protagonistas de la historia: en sus chelines, llamados más tarde de la Declaración, Carlos I condensó en pocas y abreviadas palabras su juramento en favor de la religión protestante, su fidelidad a Inglaterra y su lucha por un Parlamento libre (Religio Protestantium Leges Angliae & Libertas Parliamenti). Detalle interesante es que estas monedas pueden considerarse a todos los efectos de necesidad, puesto que se acuñaron con plata procedente de vajillas y cuberterías. En este período, muchos de los que se mantuvieron fieles al rey se vieron obligados a obtener monedas a partir de los objetos más dispares y de los materiales más impensables, pues era preciso pagar a las tropas, y suministrar fondos a quienes se hallaban aislados por as milicias adversarias. A menudo, en las propias leyendas de estas monedas, improvisadas y mal grabadas, se encuentra la señal del momento de gravísima dificultad atravesado por el país en aquellos años: por ejemplo, DUM SPIRO SPERO, o sea, aunque estoy muriendo, mantengo la esperanza.
Los estuardo y los hannover
En 1649, tras la calda de la monarquía, se decidió adoptar un nuevo aspecto para las monecias, más en consonancia con el nuevo régimen republicano: se adoptó la cruz de san Jorge dentro del escudo, a veces unido a otro escudo con el arpa, símbolo de Irlanda. Además, por vez primera la leyenda apareció en inglés (GOD WITH US). Al regresar los Estuardo (Carlos II, 1660-1685) reapareció el retrato del soberano en el anverso, mientras que en el reverso se colocó el escudo coronado. En 1662 se operó una notable renovación de las técnicas de acuñación, que se concretó sobre todo en la claridad de las leyendas y en el canto, a fin de evitar el esquileo y, con él, la desvalorización de las monedas, una plaga que había perjudicado mucho las emisiones inglesas. En 1663 nació la guinea, una moneda de oro equivalente a 20 chelines (existen también guineas dobles y quíntuples). Las monedas de Carlos II son muy hermosas, y apenas desmerecen de las de su sucesor Jacobo II (1685-1688), en las que prácticamente cambia tan sólo el retrato. Entre finales del siglo xvn y principios del xvin, se difunde un reverso bastante interesante: lleva los escudos de Inglaterra, Francia, Escocia e Irlanda dispuestos en cruz.
Con Jorge I (1714-1727) se inicia la dinastía de los Hannover, pero este cambio, tan importante en tantos aspectos, no tuvo especiales repercusiones en la producción monetal inglesa. Nos hallamos a finales de siglo, en una coyuntura que, introduciendo importantes innovaciones y abriéndose a unas monedas más propiamente modernas, tendrá numerosas repercusiones en la política económica de Inglaterra.