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Las monedas del pueblo hebreo

Los hebreos son una estirpe étnicamente afín a los fenicios y a los asiriobabilónicos, y sus orígenes, según la Biblia, hay que buscarlos en el territorio de Ur, en Caldea, región situada en las costas del golfo Pérsico y atravesada por el Éufrates. Este pueblo (cuyo nombre significa precisamente , gentes venidas del otro lado del río), tras un peregrinaje que duró varios siglos, alcanzó la zona meridional de Siria conocida comúnmente por Palestina, y llamada por los judíos tierra de Canaán o , que significa fuerte en Dios. Las monedas hebreas constituyen la fiel expresión del pueblo que las acuñó, pues están estrechamente ligadas a su sensibilidad religiosa y a sus vicisitudes históricas. Presentan, en efecto, una iconografía limitada y artísticamente mediocre, reflejo de la típica aversión de los semitas hacia las imágenes elaboradas y, especialmente, en relación a la imagen humana.

Contra las figuras antropomorfas

Al contrario que las civilizaciones vecinas (como la egipcia, devota de gran número de animales en cuyo honor se labraban imágenes a las que se rendía culto), los hebreos ven a su Dios sólo con el pensamiento, y consideran una profanación representar a una divinidad en figura humana y en un material VII y perecedero. La divinidad es inmortal, eterna e irrepresentable. A propósito de la plasmación antropomorfa de las divinidades, en la Biblia se lee: . . . tales ídolos son groseros espantajos, privados de la palabra. Necesitan incluso ser transportados, pues no caminan. Por tanto, no hay que temerlos, puesto que no pueden causar perjuicio. E igualmente, de ellos no puede venir nada bueno. Y también: , El Señor dijo: “Yo soy el Señor, tu Dios. . . No tendrás dioses extranjeros. . . No harás escultura ni imagen alguna de lo que está en lo alto del cielo ni de lo que está abajo, en la tierra. . . No adorarás tales imágenes ni les rendirás culto alguno”. En las monedas del pueblo hebreo, en efecto, no aparecen figuras humanas, y toda la iconografía se reserva a objetos del cult(5 de Yhwh (tetragrama impronunciable, como impronunciable es el nombre de Dios), esto es, del Eterno, el Creador. Desde un punto de vista histórico, en el transcurso del tiempo se observan los símbolos de las potencias extranjeras que gobernaron la tierra prometida, sin alcanzar nunca a someter al : entre ellas figuraron los reyes de Siria, los egipcios y los romanos.

Primeros testimonios

La Biblia se refiere a pagos desde la época de los patriarcas: José (hacia el año 1800 a. C.) fue vendido por sus hermanos envidiosos a unos mercaderes egipcios por cinco sicios. A este pasaje bíblico se le reconoce cierto fundamento histórico, puesto que está probado que hacia el siglo XIX a. C. una grave escasez empujó a los hebreos a Egipto. Pero no cabe atribuir a la palabra el significado que tuvo luego, de auténtica moneda de plata: ese episodio debe interpretarse como un intercambio realizado mediante lingotes de plata, y no pudo ser de otro modo, puesto que la moneda, con las funciones que hoy le atribuimos, nació después del siglo Vi¡ a. C. Las primeras monedas verdaderas acuñadas por el pueblo hebreo se remontan a tiempos relativamente recientes (fines del siglo 11 a. C., en época de Juan Hircano, el primero que mandó acuñar monedas con el nombre de un príncipe judío). En la Biblia, sin embargo, abundan las referencias a monedas de varios países, seguramente en circulación en el seno de una sociedad inclinada por naturaleza al comercio: dáricos y sicios medos, tetradracmas de los Seléucidas de Siria y de los Lágidas de Egipto, y tantas otras monedas. Éstas las pesaban y cambiaban los banqueros sentados en su banco. Una sociedad marcada existencialmente por la pequeña propiedad inmobiliaria había evitado la concentración de grandes patrimonios en manos de unos pocos, y favoreció, sobre todo en época helenisticorromana, la posibilidad de que muchos judíos adquiriesen gran experiencia en las actividades comerciales y acumularan enormes riquezas (piénsese en las compañías que alquilaban barcos y en el nacimiento de los primeros bancos, gestionados precisamente por los judíos). Las primeras monedas hebreas tuvieron una circulación estrictamente local, y sus tipos eran una corona, una palmera, el cuerno de la abundancia y una azucena, representados en un estilo muy tosco. Bajo Alejandro Janeo (Jonatán), las leyendas en lengua hebrea iban acompañadas de otras en griego. Los romanos, después de haber sometido Siria y a los Seiéucidas, que dominaban Palestina, no tardaron en intervenir en esta última región, aprovechando las guerras civiles que estaban debilitando a los judíos.

Roma entra en escena

En el año 63 a. C., Pompeyo tomó al asalto Jerusalén, aliado a una de las facciones en lucha. Siguió una larga serie de soberanos hebreos que demostraron ser dóciles vasallos del poder romano. Entre ellos, recordemos a Heródes el Grande (años 40-4 a. C.), quien no cuidó mucho de la ortodoxia religiosa, y confió más bien en el apoyo de los romanos, tan odiados por su pueblo. Los tipos de las monedas remiten en general a los anteriores, y presentan además el trípode y el acrostolio (la parte prominente de la proa de un barco), siguiendo con frecuencia la tradición helenística. Además de la presencia intermitente de la fecha o de la indicación del valor, se encuentra, en griego, la leyenda , título conferido por el Senado romano. Esta inscripción indica la supeditación política a la que Palestina se había visto reducida, y es una señal de cómo había desaparecido ya la figura de un jefe, a la vez político y religioso, del pueblo hebreo. Bien distinta era la situación en los tiempos de Saúi, David y Salomón (1 020-933 a. C.). El sucesor de Herodes el Grande fue aquel Herodes Antipas que, aterrorizado por la amenaza de un nuevo rey de los judíos, ordenó la @. Su nieto Agripa acuñó monedas de tipología híbrida, testimonio de un momento de transición política e histórica y de una crisis que conduciría a la total asimilación del territorio hebreo por los romanos. En efecto, Herodes Agripa, educado en Roma, obtuvo de Calígula el control de la región. De esta estrecha relación con el poder central dan testimonio las monedas, que, a la manera romana, llevan las figuras de la Victoria y de la Fortuna, elecciones en verdad sorprendentes dado que la religión hebrea era radicalmente monoteísta y, por ello, no podía aceptar imágenes paganas en las monedas ni en cualquier otra forma de expresión. Aún más escandaloso debía parecerle a la sociedad hebrea el retrato del emperador que, a veces, aparecía en esas monedas, lo mismo que el del propio Agripa con su hijo, que se representa en las monedas acuñadas en Cesarea. (En las acuñaciones de Judea, sin embargo, se incluían sólo los tipos del parasol ritual y de la espiga.)

Testimonios de la autoridad

Durante la dominación romana, los diversos gobiernos fueron autorizados a emitir monedas de bronce, de circulación estrictamente local, Presentan los tipos característicos de Palestina, como la espiga, la palmera, la vasija de dos asas y la corona. Bajo Poncio Pilatos, en particular, se adoptaron símbolos típicamente romanos, como la corona de laurel y el lituus@ el bastón curvado de los augures, sacerdotes de la religión latina. Aparecía además el nombre de Tiberio, señal, para algunos especialistas, de que estaba vigente una política abiertamente antijudía, que había de conducir a una lucha cada vez más radical y decidida entre ambos componentes e efecto, en el año 66 d. C breos, exasperados por lz fiscal de los funcionarios r y por la obligación de acep autoridad imperial que 1 doxos no podían admitir, manifestaron brotes de rebelión. Ésta propició dos tipos de emisiones. La primera, de los alzados, com prendía monedas de plata (sicios medios sicios) que llevaban los tipos la copa y de la azucena, con una leyenda que nombraba expresamente a @, Israei y Yerushalaim hacdoshá ). Se acuñaron también sicios de bronce con la inscripción , Herut Zion, o sea , libertad de Sión, casi un grito, la proclamación de la voluntad de resistir, la afirmación absoluta de la independencia religiosa y política del pueblo hebreo.

La revuelta aplastada

La segunda serie de monedas, emitida en nombre de los emperadores romanos Vespasiano, Tito y Nerva, constituye una especie de respuesta a las monedas acuñadas durante la revuelta: las leyendas (, ) y Iudaea deducta (esto es, Judea domeñada, arrebatada al control de los revoltosos) subrayan no sin arrogancia la destrucción de Jerusalén (año 70 d. C.). Muy significativa y expresiva es la representación escogida para estas monedas: en algunas de Vespasiano y de Tito aparece una palmera bajo la cual está sentada una mujer llorando, que es la personificación de Judea. En un sestercio de Nerva, se lee: Fisci iudaici calumnia sublata, leyenda que hace referencia explícita al impuesto pagado por los judíos al fisco imperial. Según la frase propagandística del emperador, habría sido barrida la falsa acusación de una exagerada exacción fiscal al pueblo hebreo. Pero las difíciles relaciones entre Judea y los romanos no terminaron: cuando el emperador Adriano, en el año 132 d. C., quiso reedificar Jerusalén y levantar sobre las ruinas del Templo un nuevo santuario dedicado a Júpiter, los hebreos se rebelaron. Dio comienzo así al levantamiento de Bar Kokebas, el hijo de la estrella, cuyo nombre aparece en diversas acuñaciones de plata y de bronce. Esta rebelión, también ahogada en sangre, fue la última manifestación de un pueblo que, a partir del año 135 d. C. (año de la diáspora), se dispersó por el mundo. Las monedas de este período son muy interesantes y ricas en referencias cronológicas, iconográficas e históricas. El jefe de los revoltosos aparece con el nombre de Simón, detalle que durante algunos años ha confundido a los especialistas, quienes pensaban que estas piezas debían atribuirse a otro período histórico. Las monedas de plata, las más de las veces acuñadas sobre denarios romanos, como demostración del estado de extremo aislamiento y de precariedad con que se llevó a cabo la rebelión, llevan a menudo la fachada del Templo, que tanta importancia histórica y simbólica tuvo siempre para el pueblo hebreo. Sobre el Templo hallamos la estrella que alude al nombre del jefe de los alzados. En el reverso de estas monedas encontramos el cáliz y el Iulav ritual. Este último comprendía una palma (lulav) unida a mirto (hadas), sauce (aravá) y cedro (etrog). También existen monedas de bronce, de gran módulo, muy probablemente destinadas a pagar a las tropas. Las leyendas aluden todas a la libertad de Jerusalén y a la redención de Israel. Para fechar estas piezas, se toma como punto de referencia el inicio de la revuelta. A menudo, en ellas aparecen también racimos de uva, la ¡ira de tres cuerdas, el cáliz para el vino y la palma, símbolos caros a la tradición ritual hebraica. !>

El templo de Jerusalén

Símbolo concreto de la religiosidad hebrea, el Templo de Jerusalén se erigió en una colina que mandó nivelar especialmente el rey Salomón (961933 a. C.) como parte de una obra de ampliación y embellecimiento de la ciudad, que debía comprender también construcciones grandiosas, como las murallas y el palacio real. El Templo lo edificaron, en siete años, obreros y artesanos coordinados y dirigidos por maestros de obras fenicios, y presentaba unas dimensiones notables: por los restos actuales de los muros del perímetro, sabemos que tenía una longitud de 450 m y una anchura de 300 m. Tal vez era un edificio modesto en comparación con los templos egipcios de Luxor y de Karnak, pero muy considerable habida cuenta que constituía la expresión de un pueblo, el hebreo, que hasta aquel momento había estado integrado por pastores y agricultores. El Templo no era un lugar de oración, sino la morada de Dios, donde los sacerdotes custodiaban el Arca de la Alianza, que contenía las Tablas de la Ley. Se comprende bien el valor religioso que llegó a tener el Templo de Jerusalén, escenario de numerosos ritos, como la visita anual y la presentación de ofrendas. Los lugares donde se alzó el Templo de Jerusalén no son sólo caros a los judíos; para los cristianos, en efecto, son igualmente sagrados, puesto que están vinculados a la juventud y a la predicación de Jesús. También para ¡a religión islámica el Templo tiene la mayor importancia simbólica, ya que, según la tradición, el profeta Mahoma oró allí poco antes de morir.

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