Es sabido que una de las causas principales de la Revolución francesa fue la grave situación de la economía, que, desde hacía tiempo, provocaba un descontento creciente. Desde comienzos del siglo xvili, las finanzas públicas se hallaban en el desorden más completo, entre otras razones porque la presión tributaría se distribuía de una forma inicua: por una parte, a los nobles y al clero se les reconocían privilegios y exenciones sin cuento, mientras que el pueblo y los comerciantes y empresarios se veían cada vez más oprimidos por impuestos y tasas, las más de las veces sin tener la posibilidad de dejar oír su voz en las instituciones políticas. Los autores de la Ilustración, como Vokaire, Diderot y Rousseau difundieron ampliamente los , nuevos ideales de libertad e igualdad. En 1778, Francia se puso al lado de los revolucionarios norteamericanos, no tanto para apoyar los ideales de los rebeldes cuanto para pedudicar los intereses de Inglaterra. Los nuevos gastos de guerra asestaron el golpe de gracia a las finanzas. Además, en 1789 el país acababa de sufrir dos años de cosechas insuficientes, lo que empujó a gran parte de los súbditos hasta los umbrales de la indigencia. Los Estados generales, convocados por el rey Luis XVI aquel año, además de declarar abolida la monarquía absoluta, abriendo paso de hecho a la revolución, no tardaron en afrontar la cuestión financiera. La deuda pública superaba los 4. 000 millones de libras (Iivres). Para tranquilizar a los acreedores, la Asamblea Nacional dedaró pomposamente que aquélla quedaba garantizada por un no bien especificado honor nacional. Pero las hermosas palabras de las proclamas no resolvían la situación; era precisa con urgencia una garantía concreta, y después de un largo debate, la Asamblea aprobó con ese fin una propuesta que preveía la desamortización de los bienes eclesiásticos y su posterior venta en pública subasta. Sin embargo, la puesta en práctica de esta decisión tropezaba en la práctica con graves obstáculos, acentuados por la urgencia provocada por la pésima situación. En primer lugar, era preciso inventariar las enormes posesiones de la Iglesia, diseminadas por todo el reino, confiscarlas, tasarlas y organizar la subasta. Y por lo demás, ¿cuántos se hallaban en condiciones de pagar por ellas? El riesgo de una venta a bajo precio aterrorizaba a los gobernantes.
Los primeros asignados
Se decidió entonces una emisión extraordinaria de asignados, o sea obligaciones estatales que rendían el 5 %, garantizadas por las propiedades eclesiásticas confiscadas y convertidas en , la mala moneda expulsa la buena, en el transcurso de pocos años las monedas de plata y oro casi habían desaparecido porque eran tesaurizadas o exportadas. La carencia de calderilla provocó también una amplia circulación de billetes fiduciarios emitidos por bancos privados, municipios y comerciantes, un fenómeno parecido al que se registró en Italia al final de los años setenta de este siglo, cuando el país se vio invadido por mini-assegni. En la Francia revolucionaria, además de los citados circulaban también muchos asignados falsos, dado que resultaba bastante fácil imitarlos. La joven república aún no estaba en condiciones de reorganizar la producción, y gran parte de los alimentos debía racionarse: quedó claro que la revolución entera dependía de la capacidad de la economía, por lo que se iniciaron grandes enfrentamientos en el seno del gobierno revolucionario, a propósito de las medidas que habían de tomarse. En cualquier caso, Robespierre garantizó el orden público mediante férreas leyes. Trató de frenar la inflación provocada por las enormes emisiones de billetes, imponiendo un precio oficial a los bienes de primera necesidad. La guillotina actuaba contra cualquier sospechoso de ser enemigo de la revolución: éste es el sanguinario período conocido como el Terror. Mientras tanto, el temor de que los principios revolucionarios de libertad e igualdad pudieran propagarse a los demás Estados, indujo a gran parte de los monarcas europeos a coaligarse contra Francia. Para defender las fronteras, Robespierre decretó la movilización general, logrando organizar un enorme ejército al mando del general Carnot, que al cabo consiguió la victoria. Pero Francia estaba cansaaa del largo período de feroz dictadura. A la caída de Robespierre, las fuerzas moderadas trataron de dar un poco de respiro a la población, aboliendo las restricciones en materia económica, pero de ello nació un régimen llamado @de la corrupción. Las emisiones de asignados se reanudaron a ritmo febril, en tanto la garantía representada por los bienes nacionales era ya puramente teórica.
De los asignados a los mandatos
En 1796, en el punto culminante de la inflación, circulaba una masa de 45. 000 millones de asignados que no valían prácticamente nada. Muchos los utilizaban para pagar los impuestos, dado que el emisor no podía rechazarlos, pero en agosto de 1796, un asignado de 1. 000 libras valía en realidad sólo 10 sueldos, exactamente 2. 000 veces menos que su valor nominal, Otros consiguieron adquirir los bienes nacionales confiscados al clero, porque también para estas transacciones el pago en asignados aún se aceptaba oficialmente. Cuando la situación se hizo a todas luces insostenible, el gobierno ya no pudo aceptar su papel moneda por el valor nominal, e intentó sustituirlo por los (18 marzo 1976), una nueva especie de billetes que valían treinta veces más que los asignados, y que por ley todos debían ace rios como pago. La desconfianza de la población determinó su’fracaso total, hasta el punto de que al cabo de un año los mandatos se aceptaban a una centésima parte de su valor nominal. Para el Estado eso significaba la bancarrota, que no desembocó en una catástrofe porque la economía se recuperó lentamente. La experiencia de los asignados no fue tan negativa como algunos sostienen: el error consistió en recurrir con demasiada ligereza a las emisiones, en especial a partir de 1794. En los cinco años anteriores se habían emitido casi 4. 000 millones de Aires en asignados. Las emisiones entre 1793 y 1795 incrementaron la circulación en otros 4. 500 millones de livres que, aun teniendo un valor real correspondiente a sólo el 25 % del nominal, significaron para el erario, gracias a los impuestos y a la venta de los bienes confiscados, ingresos por valor de otros mil millones, una cifra muy elevada. Cabe afirmar, por tanto, que la Revolución francesa fue financiada sobre todo por los asignados. Su pérdida de valor contribuyó a aumentar el descrédito generalizado de la clase dirigente, pero miles de personas lograron adquirir bienes inmuebles, y numerosos banqueros y especuladores se enriquecieron gracias al papel moneda revolucionario.
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