Nacimiento de la bolsa y de las operaciones con títulos
Hacía tiempo que los comerciantes se reunían para intercambiar títulos y para fijar los precios de las mercancías y los cambios de las monedas. En Barcelona desde el siglo xil existía la profesión de corredor, que ejercían en las ferias y entorno a las Taules de Cambi, en 1652 se crea en Madrid la casa de contratación. En Venecia se juntaban en el puente de Rialto y en Londres, en Lombard Street. En Brujas, a mediados del siglo XVI, los comerciantes comenzaron a frecuentar la explanada situada ante el palacio de la familia Van der Burse, y parece que de ahí deriva el término bolsa para designar los mercados de las mercancías y de los valores. En 1571, sir Thomas Gresham creó la Bolsa de Londres, que acabaría convirtiéndose en el famoso Royal Stock Exchange. A Gresham se debe también una de las más notables leyes económicas: dadas dos monedas de igual valor nominal pero de distinto contenido intrínseco, la peor, o sea la de valor metálico menor, es la única que circula.
El caso de los tulipanes
En el siglo XVII, Amsterdam se convirtió en la plaza financiera más importante de la cristiandad. En este mercado tuvo importancia relevante la contratación de mercancías al por mayor, en particular la relativa a los bulbos de flores que se importaban de Oriente y que, por ser un bien raro y precioso, desencadenaron una de las más famosas especulaciones de todos los tiempos, que llevó a la ruina a muchas personas. Pese a ello, el cultivo de los bulbos cobró importancia para la economía holandesa, aseguró ganancias elevadas a los cultivadores y contribuyó a desarrollar las actividades del puerto de Amsterdam, que ya por entonces se contaba entre los más importantes del mundo. En Amsterdam se intercambiaban también títulos, sobre todo obligaciones y acciones de las compañías holandesas e inglesas creadas para la explotación comercial de las colonias, como las de las Indias orientales y occidentales. Las operaciones con títulos dieron lugar al agiotaje, una de las formas más fraudulentas de especulación. Los comerciantes y los agentes con más influencia conseguían hundir o elevar el valor de determinados títulos simplemente difundiendo bulos, como, por ejemplo, la muerte de algún personaje importante o el inminente estallido de una guerra, lo que desencadenaba el pánico entre compradores y vendedores. Estas grandes especulaciones confirmaron la importancia de las acciones para la vida misma de las sociedades, por lo que otros países siguieron el ejemplo de Amsterdam, dando paso a sus propios mercados financieros.
Moneda de cuenta y moneda de banco
Desde la reforma monetaria de Carlomagno en el siglo ix hasta la Revolución francesa, en casi toda Europa el valor de los bienes más comunes se expresaba en libras, unidad dividida en 20 sueldos y 240 dineros. En la historia de la economía se tienen numerosos ejemplos de otras monedas de cuenta, o sea no acuñadas, que servían para comparar el valor de las mercancías y de las monedas en circulación. En Francia se calculaba en livre tournois, en Inglaterra en pounds o libras esterlinas, en Alemania en pfund o mark. El aumento de los intercambios intensificó el uso de la moneda, mientras las acuñaciones de varios Estados cayeron en el desorden y la desorganización. El derecho de acuñar moneda estaba excesivamente repartido entre príncipes, ciudades Estado más o menos libres, obispos y abades, reyes y duques. El gran fraccionamiento, la diversidad de las unidades de medida de peso en diferentes Estados, el que cada gobierno hiciera circular en su territorio monedas extranjeras, todo ello impulsaba necesariamente a fijar en moneda de cuenta los precios de los bienes y de las numerosas especies metálicas en circulación. Los gobiernos, por su parte, emitían edictos que establecían el valor en moneda de cuenta de todas las monedas nacionales y extranjeras cuya circulación estaba autorizada. Estos valores variaban especialmente a causa de las modificaciones de la relación de cambio entre oro y plata, debidas en particular a la fluctuante disponibilidad de ambos metales. del siglo XVI al XVII, sobre todo a causa de las cantidades de metales preciosos procedentes del Nuevo Mundo, se pasó de la relación 1 a 10, esto es, un gramo de oro por 1 0 de plata, a la relación 1 a 14, 5. Las estrechas relaciones que vinculaban entre sí las monedas y los mercados monetarios, se resentían también de los acontecimientos políticos. La guerra de los Treinta Años (1618-1648), por ejemplo, que convulsionó Alemania y Suecia, provocó un diluvio de monedas falsas, y multiplicó la emisión de las de valor nominal muy superior al intrínseco, que se difundieron en muchos Estados europeos. El desorden en las monedas comenzó a interesar a personalidades de la ciencia, entre ellas al gran astrónomo Nicolás Copérnico (1473-1543), que se dedicó a la reforma del sistema monetario de los Estados polacos. Todas las operaciones de bolsa se desarrollaban en moneda de cuenta, mientras que las operaciones bancarias se atenían a la moneda de banco. Los bancos, convertidos en referencias cada vez más importantes para los operadores, hacían uso de esta moneda suya particular para registrar los ingresos y los reintegros de los clientes, que podían hacerse en monedas de diversos tipos, incluidas las desgastadas por el uso o por la intervención de quienes las raspaban adrede.
Las fichas para hacer cuentas
Los comerciantes, obligados a efectuar cálculos cada vez más difíciles, utilizaban diversos métodos para hacerlos más fáciles. Uno de los más curiosos se remonta a la tradición mercantil holandesa. Desde fines del siglo XIV a finales del Xvili, comerciantes, bancos, erario, cambistas e instituciones religiosas y comerciales holandesas se servían de fichas para el llamado cálculo de líneas: una especie de ábaco con el que se conseguían realizar con rapidez las cuatro reglas elementales. Como base de trabajo se usaba una superficie plana (un paño, un tablero o una mesa) en la que estaban trazadas líneas paralelas y equidistantes. Las líneas que se sucedían de abajo arriba representaban las unidades, las decenas, las centenas y los millares. Para limitar el número máximo de fichas por línea a cuatro, se convenía en que el espacio libre encima de cada línea correspondía al quíntuplo del valor numérico de la línea inferior. Este método, que puede parecer complicado pero que, en realidad, resulta muy práctico, no era original: ya en la antigüedad se calculaba con fichas de hueso o de piedra. En Holanda se acuñaban en las cecas oficiales utilizando aleaciones de cobre, estaño y bronce. Al no estar vinculadas a simbologías oficiales, las imágenes acuñadas en las fichas holandesas suministran noticias preciosas sobre la vida cotidiana. Son frecuentes las escenas de siega y de siembra, o las representaciones de varios oficios, como el de cambista y alquimista. Pueden seguirse también los avances técnicos en las embarcaciones o en los grandes dispositivos empleados por los holandeses, como las dragas y los molinos de viento. Son innumerables las escenas de guerra o las alegóricas extraídas de la Biblia. A veces las representaciones que adornan estas fichas bordean la ironía y la sátira política, campos a menudo desconocidos en las acuñaciones monetarias. Las fichas tuvieron amplia difusión en Inglaterra y en Francia donde, al escasear las monedas, en ocasiones las sustituían. Para métodos de cálculo más avanzados habrá que aguardar a 1642, año en que Blaise Pascal inventó a los diecinueve años la máquina calculadora para ayudar a su padre en sus cuentas como intendente de finanzas.