El origen concreto de la familia Saboya sigue siendo incierto. Parece que estos nobles descienden de un legendario Beroldo, duque de Sajonia, o bien de Berengario II. En el primer caso, los Saboyas tendrían su origen en el muy prestigioso Sacro Imperio Romano, y en el segundo se trataría de una estirpe enteramente italiana. En cualquier caso, nos hallamos ante una familia feudal, de antiquísimos orígenes y destinada a adquirir amplia notoriedad y gran peso en la Italia moderna y contemporánea. En realidad, aunque la historia de los Saboyas está estrechamente ligada a las vicisitudes de la historia italiana, Saboya es una región transalpina, y si bien el antepasado más remoto se identifica como Humberto Biancamano, que vivió en las primeras décadas del siglo XI, sus sucesores alcanzaron una Importancia territorial y política que permaneció bastante limitada durante largos años.
El inicio de la expansión dinástica
Sólo con Amadeo V (1285-1323), llamado el Conde Grande, la familia inició su ascenso, y finalmente con Amadeo VI (1343-1383), llamado el Conde Verde, por su color preferido, la dinastía se engrandeció y obtuvo un poder estable y significativo en el Piamonte, gracias también al título de vicario imperial recibido en 1365. El Conde Rojo (1383-1391), hijo del anterior, consiguió arrebatar Niza a los Angevinos (1388), obteniendo una importantísima salida al mar y un territorio bastante considerable que se extendía desde la pequeña y aislada Saboya hasta la costa provenzal, a través de parte del Piamonte. Con Amadeo VIII el Pacífico (1391-1434), la dinastía atravesó un momento de especial prestigio y esplendor, sancionado por la concesión de los títulos de duque de Saboya (1416) y del Piamonte (1418) por voluntad del emperador Segismundo de Luxemburgo, rey de Hungría. Después de la muerte de Amadeo VIII, habría que aguardar a la segunda mitad del siglo XVI para que la dinastía de Saboya recuperase los fastos del pasado, y pudiera imponerse de nuevo como potencia política capaz de constituir el fiel de la balanza de las luchas y enfrentamientos que afectaron al conjunto de la Península.
Las primeras monedas de la dinastía
Las monedas medievales de los Saboyas están caracterizadas por los nombres más extraños y curiosos: denari forti, grossi y viennesi (de Vienne, en el Delfinado francés), bianchi, dozzini, parpagliole, denari escucellati (de escucellum, palabra latina que significa pequeño escudo y designa el escudo que aparece en el reverso), forti aquilati. viennesi neri, oboli di bianchetto… Son muy interesantes los tipos que aparecen con los años y caracterizan las monedas de los Saboyas. Algunos han sobrevivido hasta tiempos muy recientes. A partir de 1221 se incorpora el águila: si este símbolo, tan utilizado, representa durante cierto período a los partidarios del emperador, con la decadencia del prestigio imperial cada vez se configura más como símbolo de un soberano, de una nación. Las variantes son numerosas. En los grossi de plata aparece en vuelo bajo (o sea, con los extremos de las alas vueltas hacia abajo), a veces se presenta bicéfala (con dos cabezas) o monocéfala. Muy pronto se muestra también la cruz entre los tipos del reverso, muy adecuada para expresar los ideales de las cruzadas y probablemente adoptada por los Saboyas porque era símbolo de san Juan Bautista, protector de su región de origen y del Piamonte. La cruz, muy común en estas monedas, también inscrita en un escudo, sufre numerosas variantes, añadidos y adornos, como se ve en algunos forti de aleación acuñados bajo Eduardo el Liberal (1323-1329): estas monedas presentan el escudo con la cruz coronada por una espuela de cinco radios, muy semejante a una estrella. Esta estrella, que no era tal, se exhumó al cabo de siglos, y se integró en el escudo de los Saboyas, para transformarse por último en el stellone o estrella que se sitúa sobre la alegoría femenina de Italia.
Entre las variantes de la cruz en las monedas de las primeras décadas del siglo XV, se halla la trilobulada, muy decorativa. Pero conviene distinguir entre la cruz incluida en el escudo, propia de las armas de los Saboyas, y las demás formas, que pueden ser símbolos de devoción, de pertenencia al mundo cristiano o que sencillamente servirían tan sólo para dividir en cuartas partes el campo de la moneda. Bajo Aimón el Pacífico (1329-1343), las monedas de los Saboyas dieron un salto cualitativo, pues el soberano llamó a la corte a algunos maestros de ceca florentinos, que aportan un enriquecimiento, con su prestigiosa e indiscutida habilidad y con su experiencia. Ello da testimonio de que las monedas ya se consideraban una importante y reconocida tarjeta de visita, el espejo del florecimiento y de la estabilidad de un Estado. Bajo el Conde Verde, Amadeo VI, aparece por vez primera, en el anverso de las monedas, el tipo del escudo inclinado, con casco, cimera y lambrequines (revuelos de paños que servían de adorno), una iconografía adoptada desde hacía tiempo, también en la variante que presenta la cimera con las fauces del león alado mordiendo el yelmo. Asimismo en tiempo de Amadeo VI se fundó la orden de la Annunziata. En el collar en el que se confiere solemnemente esa distinción aparece por vez primera el lema FERT, característico de todas las monedas de los Saboyas y de interpretación controvertida. Otro elemento emblemático de la dinastía es el nudo de amor, que aparece con carácter estable desde los primeros años del siglo XV.
La “numero uno” de los saboya
La historia monetaria de los Saboya comienza muy pronto: hay quien sostiene que el propio fundador, Umberto Biancamano, acuñó durante su reinado un dinero de plata. Se trata de una moneda muy pequeña (poco más de 1 g de peso y 17 mm de diámetro), de ejecución más bien tosca, de plata. Lleva en el anverso una cabeza de perfil, mirando a la izquierda, rodeada por la inscripción “SENUANNIS” (san Juan), y en el anverso una cruz. Los especialistas siguen discutiendo apasionadamente acerca de esta moneda: ¿de veras fue acuñada por el primer dinasta de los Saboya, Umberto Biancamano, o debe atribuirse al conde Oddone, su nieto, o, como sostienen otros, a Adelaide, la decidida y hábil esposa de Oddone? No es una simple cuestión de nombre, pues los tres personajes cubren un período de casi 70 años (de 1026 a1091), y por tanto seria muy útil establecer con exactitud quién autorizó la acuñación, afin de averiguar de modo preciso su cronología. De lo que no cabe duda es de cuál fue la ceca. Se trata de una pieza fabricada en Aiguebelle, una localidad de Moriana, región de Saboya, seguramente la más antigua ceca de la dinastía (y también su feudo más antiguo). La hipótesis más acreditada es que, aquel dinero se acuñó bajo Oddone: algunos documentos afirman que la ceca de Aiguebelle no inició su actividad hasta los alrededores del año 1060, y precisamente con dineros del tipo descrito. Pero otros especialistas excluyen que monedas semejantes hayan sido acuñadas alguna vez por los Saboya. Más allá de cualquier disquisición docta y profunda sobre el tema, la verdad es que faltan datos seguros para una atribución definitiva.
FERT Y NUDO DE AMOR
Unas pocas letras y un sencillo y armónico entrelazo se convierten bien pronto en símbolos por antonomasia de la familia Saboya, importantes por su significado, su historia y porque son fácilmente reconocibles y atribuibles a la autoridad y el prestigio de la dinastía. El exacto significado de FERT no es seguro, aunque resulta muy probable que se deba remitir a una voz del verbo latino ferré, que, entre otros muchos, tiene el significado de soportar. Puesto que el lema aparece a la vez que se crea la orden de la Annunziata, distinción reservada a los caballeros que deben soportar toda adversidad y padecimiento en nombre de la Virgen María, la interpretación en este sentido parece la más correcta. En el collar de la orden aparecen nudos formalmente idénticos a los nudos de amor, que simbolizan la total dedicación a María, el ofrecimiento a ella como humildes y devotos servidores, pues los caballeros de la orden la toman como modelo de conducta. La leyenda pretende que los nudos de amor tienen su origen en un hábito especial que vistió Amadeo VII en 1390, durante un baile de disfraces moriscos: en aquella ocasión, su jubón estaba completamente recamado de flores y de nudos tejidos de oro.
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